sábado, 29 de agosto de 2015

VIII. LA ENFERMERÍA PEDIÁTRICA (primera parte)


            No se concibe la pediatría sin el trabajo de enfermería, sea éste profesional o no. Desde la antigua enfermera con preparación básica y siempre imprescindible, hasta la enfermera o enfermero profesional de hoy, con largos años de instrucción universitaria, y muchas veces con estudios de postgrado de especialidades, pasando por las auxiliares de enfermería, los practicantes y los actuales técnicos paramédicos, han sido puntales básicos en la prevención y tratamiento de las enfermedades de los niños.

Annie Tennan
            La primera enfermera en Magallanes llegó en 1880. Se trata de Annie Tennant, escocesa que se quedó en Punta Arenas, dejando huella en la época por su abnegación al servicio de los necesitados. Nació 1854 en Kelso, hija del zapatero Thomas Tennant y de Annie Jamieson. Thomas dejó a su familia y se convirtió en ministro de la iglesia presbiteriana. En 1871 se trasladaron a Newcastle. Con su madre y su hermana Mary Jane, encontraron trabajo como enfermeras en el Newcastle Lunatic Asylum[1]. Formada en la práctica más que en la academia, es probable que allí haya iniciado -y se haya fogueado en- su carrera. En 1872 contrajo matrimonio con el sheep farmer Thomas Douglas, de Sutherland, con quien se instaló en las Islas Malvinas para trabajar, él en el consorcio ganadero Falkland Islands Company Limited  y -presumiblemente- ella como enfermera. Atraídos por el auge magallánico emigraron a Punta Arenas en 1880, y Thomas encontró ocupación como ovejero en la estancia Oazy Harbour. Al cabo de seis años adquirieron una propiedad en el centro de la ciudad.
            Thomas Douglas falleció en 1898, y su esposa, enfermera hasta avanzada edad, en 1933. Ambos se encuentran sepultados en Punta Arenas[2].
            



[1] A juzgar por el nombre, a todas luces un hospital de tipo psiquiátrico.
[2] Información del Sr. Héctor Douglas, 2015.
[3] Ver capítulo XII.

martes, 25 de agosto de 2015

VII. LAS MATRONAS Y LOS MATRONES (tercera parte)


Doña Matilde fue luego seguida por la inglesa Mrs. May Dawkins.
"El Magallanes" 1897
Egresadas del Real Colegio de Matronas de Zadar (Dalmacia), llegaron Catalina Pericich, Petronila Krzelj y Juana Milostic.
A juicio del Dr. Florencio Middleton, doña Catalina reunía en sí todos los estándares de calidad profesional, a juzgar por el siguiente
CERTIFICADO
Hemos tenido oportunidad de imponernos del diploma y aptitudes de la Sra. Catalina Pericich, en el ramo de Obstetricia; y tenemos la satisfaccion de decir que la Sra. nombrada reune todas las condiciones necesarias para atender, como matrona, á las personas que quieran depositar en ella su confianza, en la seguridad de ser oportuna y debidamente servida. La Sra. Pericich ha hecho sus estudios en un acreditado colejio real de matronas en Croacia, en donde fue debidamente examinada, aprobada y autorizada, con el diploma respectivo, para ejercer su profesion, sometiéndose á las prescripciones legales del pais. En consecuencia no dudamos de que el público de Punta Arenas le acuerde la preferencia que merece.
Y para que conste, damos el presente certificado y autorizamos su publicación en Punta Arenas de Magallanes á 10 de Julio de 1895[1].
Como Matilde del Río, tanto Mercedes Valenzuela como María Guzmán Haussner eran tituladas en la Universidad de Chile.
En 1906 se sumó doña Benigna Silva, matrona y enfermera[2], en coincidencia con el inicio de la tercera etapa de la matronería, que comenzaba a ejercerse principalmente en los establecimientos hospitalarios.
            Hacia los años 30 y 40 se advertían antiguas y nuevas profesionales, entre otras Leonor López de Condell, Olga Núñez, Graciela Espinoza, Magdalena Scotti de Larravide, Mercedes Yutronic, Clementina Aspinall de Amarales, Brisalia Uribe de Alarcón, Ester Céspedes, a las que al fin del período se incorporó Ema Osorio Peric, la primera matrona universitaria originaria de Magallanes,(…)[3].
            Evoca Raquel Aedo, refiriéndose a la atención de los recién nacidos en el Hospital de Asistencia Social a comienzos de los años de 1950: Cuando recién llegamos al hospital, en la noche crujía por todas partes. Era como tenebroso, daba miedo. Las guaguas las llevábamos a mamar a la maternidad, que estaba lejos de Recién Nacidos. La señora Clementina regaló un coche grande, de esos antiguos, y ahí poníamos tres o cuatro guaguas. Porque salir de Recién Nacidos, pasar por los pasillos oscuros en la noche, ir hasta la maternidad que quedaba a una distancia no muy larga pero tampoco tan cortita, repartíamos las guaguas a las señoras y las volvíamos a buscar con nuestro coche. La Marta Loaiza, que era una persona muy alegre, muy chistosa, era auxiliar de enfermería, casi siempre trabajó en maternidad, cuando le hicieron la despedida, porque Maternidad era un servicio muy unido, estaban los médicos, el doctor Navarro[4], todos, contó que “nosotras cuando llevábamos a mamar a las guaguas, yo lo que hacía, ponía a la guagua más guatona abajo”.
Nosotros tuvimos trillizos. La incubadora era un cajón con un vidrio encima, dos puertecitas, dos ampolletas. Le poníamos un riñón[5] con agua, que la teníamos que estar cambiando constantemente para que produjera humedad. Ahí tuvimos a los trillizos, en el hospital de la Diagonal Don Bosco. La mamá se llamaba Raquel Willmayer, trabajó mucho tiempo en la cooperativa de ENAP. Ellos salieron adelante, y después cuando estábamos trabajando en el hospital de Angamos llegó de enfermera una de ellas, parece que era Pía. Eran dos mujeres y un hombre. Al hombrecito le pusieron Víctor en honor del doctor Víctor Fernández Villa. Después de años apareció la enfermera, era una bajita rubiecita. En esos tiempos no había ecografía, ni nada de lo que hay ahora. Y refiriéndose a las primeras matronas que ejercieron en el Hospital Regional inaugurado en 1953: Desde el hospital antiguo vino la señora Brisalia de Alarcón, la señora Clementina de Amarales, mamá del doctor Jorge Amarales. “Doña Cleme”, le decía todo el mundo. Áurea González también estuvo en el hospital de Angamos[6].




[1] Periódico “El Magallanes”, 28 de julio de 1895.
[2] M. Martinic. Op. cit. Págs. 135 - 136.
[3] M. Martinic. Ibíd. Pág. 200.
[4] Dr. Óscar Navarro Pérez.
[5] Palangana metálica en forma de riñón.
[6] Testimonio personal Sra. Raquel Aedo, 2013.

sábado, 22 de agosto de 2015

VII. LAS MATRONAS Y LOS MATRONES (segunda parte)


            En la segunda etapa -a fines del siglo XIX- comenzaron a llegar las matronas con preparación universitaria, siendo posiblemente las primeras doña Clorinda Valenzuela y doña  Matilde del Río, ambas en 1894.
            Con fecha 29 de junio de 1894, el Supremo Gobierno nombró matrona para que prestara sus servicios en la colonia de Magallanes a doña Clorinda Valenzuela, con el sueldo que le asigna el ítem 6° de la partida 3ª del Presupuesto de Colonizacion[1].
En el periódico “El Magallanes” se daba la noticia de la llegada de Matilde del Río:
            Matrona de ciudad. En el “Iberia” ha llegado á Punta-Arenas la señora Matilde del Rio, nombrada matrona de la ciudad de Punta-Arenas.
            Copiamos las siguientes lineas que darán una idea de su competencia en el ramo, y tomadas de la Union de Valparaiso.
UNA DISTINGUIDA GINECOLOGISTA CHILENA.
            La Sra del Rio obtuvo el título de matrona en nuestra Universidad allá por el año de 1881, estableciéndose y habiendo ejercido su profesion en ésta con mui feliz éxito hasta principios de 1886, época en que se trasladó á Europa, de su propia cuenta, a perfeccionar sus estudios y dedicarse á la ginecología, ramo que perfeccionó en sumo grado.
            Mediante su contraccion y constancia al estudio y al trabajo, le cupo la honra de ser alumna interna de la Clínica Baudelocque, en Paris á cargo del profesor Dr. Pinard[2]. Nos hacemos un deber en dar á conocer á nuestros lectores algunos de los certificados, altamente honrosos, que los profesores franceses han dado á nuestra compatriota, que mediante la amabilidad de un distinguido facultativo hemos podido obtener.
            El profesor Dr. Segoud, sabio ginecologista frances dice:
            “El infrascrito, profesor agregado de la Facultad, cirujano de los hospitales de Paris certifica que la Sra. Matilde del Rio ha seguido mis conferencias y mis operaciones ginecológicas con la mayor atencion durante el año escolar de 1889-90.-Dr. Segoud.”
            -Ahora oigamos al Dr. Pinard:
            “El abajo firmado, profesor de clínica obstétrica de la Facultad de Medicina de Paris, certifica: que la Sra. Matilde del Rio ha seguido mi servicio con la mas escrupulosa exactitud y mis lecciones con la mas viva atencion y aprovechamiento durante el año escolar 1889-90.
            En fé de lo cual le doy el presente certificado.-Hecho en Paris el 4 de Agosto de 1890.-Firmado.-A. Pinard.”
            Ahora, y por último, veamos lo que dice Mme. Roze, ginecologista jefe de la maternidad y clínica de Paris:
            “La infrascrita, matrona en jefe de la clínica Baudelocque, certifica: que la Sra. Matilde del Rio ha seguido el servicio necesario, tanto práctico como teórico, con el mayor grado de atencion y completa exactitud, durante el año 1889-90.- Firmado.-L. Roze.”
            Próximamente la Sra. Del Rio publicará su dirección para las personas que deseen ocuparla. Entre tanto está instalada provisoriamente en la casa de don Guillermo Bloom[3].
"El Magallanes" septiembre de 1894
Al parecer, como profesional se las traía, a juzgar por la siguiente inserción en el periódico:
Considero un deber humanitario y mas que todo un deber de hombre agradecido el hacer público mi reconocimiento hacia la señora Matilde del Rio, matrona de esta ciudad, con motivo de lo acontecido á mi señora esposa en su último alumbramiento. Guiado por un deseo de economía sin considerar el peligro á que esponia á mi señora, consentí en mala hora fuera atendida por una inescrupulosa partera, la que en su supina ignorancia tuvo á mi señora á las puertas de eternidad y sin el auxilio inmediato y mediante solo á la reconocida competencia de la señora del Rio, pudo despues de largas horas de trabajo, devolverme á dos seres queridos cuya muerte contaba ya por segura en medio del llanto y tribulaciones de mis hijos.
Tiempo es ya de que el pueblo se persuada de las tremendas consecuencias que puede acarrear ese mal entendido espíritu de economía, y se convenza que las tales parteras son una verdadera plaga que debe estirparse de una vez para siempre.
                                                                                                Pedro Ojeda[4]
Un parto complicado, sin duda, que así como seguramente en otros, doña Matilde supo sortear con buen resultado. Notable, si se toma en cuenta que en ese tiempo todos los partos, simples o complicados, se resolvían en los domicilios. Esto sucedía por costumbre, por preferencia de las familias, y consideramos que por sobre todo porque en Punta Arenas no había hospital, ni menos se practicaban operaciones cesáreas. Más allá del agradecimiento del señor Ojeda, su nota valoriza a la matronería como profesión, dejando por demás el mensaje subliminal de que debía ser remunerada con justicia.




[1] R. Vera. Op. cit. Pág. 423
[2] Adolphe Pinard, destacado profesor, inventor del “estetoscopio de Pinard” para la auscultación de los latidos cardiofetales.
[3] Periódico “El Magallanes”, 26 de agosto de 1894.
[4] Periódico “El Magallanes”, 5 de mayo de 1895.

sábado, 15 de agosto de 2015

VII. LAS MATRONAS Y LOS MATRONES (primera parte)


            La matronería es consustancial e imprescindible a la pediatría, puesto que provee de la materia prima para el oficio. Se puede decir que hay cuatro etapas en su práctica, y tal vez en Magallanes se replica la historia universal en este sentido. Inicialmente ejercida por comadronas o parteras, mujeres que con pocos conocimientos científicos pero con la habilidad que les daba el aprendizaje práctico, asistían los partos en los domicilios. Respetadas por la comunidad, en este caso la mayoría provenientes de Chiloé, acudían a toda hora y servían a pobres y ricos. En una segunda etapa fueron llegando matronas con estudios universitarios, situación que se produjo a fines del siglo XIX, las que atendían y controlaban a las embarazadas en sus consultas, y en sus comienzos, y por no haber hospital -o por exigencia de las clientas- seguían asistiendo los partos en domicilio. En la tercera etapa, ya avanzado el siglo XX, se fue prefiriendo la atención hospitalaria, con matronas contratadas por los nosocomios, con lo cual los riesgos de fatalidades fueron disminuyendo progresivamente. Y finalmente y hasta la actualidad, las matronas fueron diversificando su quehacer, y no solamente asisten partos sino también tienen una labor primordial en los establecimientos de atención primaria, especialmente en el aspecto educativo y en el control de las embarazadas, pesquisando patologías, y otras como los controles de las puérperas y sus retoños, y la planificación familiar. También han asumido la enfermería del recién nacido, siendo fundamentales en la unidades de neonatología, donde se ha experimentado un progreso asombroso desde fines siglo XX[1]. Y, como se verá más adelante, en esta etapa comienza el inicialmente controvertido ingreso de los varones a esta noble profesión.

              Entre las comadronas o parteras de la primera etapa figura el registro de una tal Toribia Benavides, quien falleció en los sucesos del motín de los Artilleros en 1877[2].
            En todo caso, y dada la corriente inmigratoria de fines del siglo XIX y comienzos del XX, el aumento de la población se hacía más por este fenómeno que por nacimientos.
            Sucedía a veces que los partos se producían en donde les llegara la hora, sin posibilidad de contar con el auxilio ni de partera ni de matrona, como era el caso del mundo rural. Si no había una familiar o vecina con experiencia, tenía que asumir la responsabilidad el padre de la criatura, o bien la parturienta valerse por sí misma. Lo prueba lo acontecido en Laguna Romero, en un puesto de ovejero de la antigua estancia “Dinamarquero” (…) Allí Susan Cameron de Stewart dio a luz con toda felicidad a una creatura de sexo femenino, luego bautizada Jessie, el día 10 de octubre de 1903.(…)Mac Lean y su esposa Mary Ann Cameron, en tanto que pobladores rurales, fueron padres de trece hijos nacidos entre 1895 y 1920, de los cuales ocho nacieron en pleno aislamiento campesino y el resto en el naciente Puerto Natales, todos los cuales vivieron hasta una edad muy avanzada (…)[3]. Es una notable demostración de las aptitudes paridoras de las hermanas Cameron, y de su buena suerte. Cualquier complicación posiblemente hubiera llevado a la muerte de la madre o de su  recién nacido, pasando por el seguro daño cerebral si alguno hubiese sobrevivido a una asfixia perinatal.



[1] Ver capítulo XIX.
[2] M. Martinic. Op. cit. Pág. 96.
[3] M. Martinic. Ibíd. Págs. 157 - 158.

martes, 11 de agosto de 2015

VI. LOS PEDIATRAS (novena parte)


        Otros pediatras, y de cuyas historias hablaremos a su debido momento, son Nino Valdés Vargas, Dante Hernández Gallardo, Fernando Paredes, René Araya, Luis Núñez Godoy, Rosa Soto Vargas, Lidia Amarales Osorio, Julio Montt Vidal, Pedro Araneda Mancilla, Patricia Amarales Osorio, Matías Vieira Guevara, otros que se nos escapan y los que llegaron más tarde. Se mencionará también a los cirujanos infantiles Roberto Carvajal, Juan Gross Mancilla, Juan Pablo Rider Legisos, Jimena Vila Contu y José Antonio Sepúlveda Cuevas. No olvidaremos a la neuróloga infantil Claudia Amarales Osorio y a la psiquiatra Ada Bidart Conejeros.

            La doctora Dolores del Pilar Pavón Torres llegó a Punta Arenas en 1976, como una jovencita de 26 años muy estudiados y poco vividos en cuanto a placeres se refiere. A un año de recibida como médico cirujano, me hice cargo del policlínico de pediatría de la FACH en Magallanes, del que salí arrancando apenas pude luego de pelearme con las esposas de los uniformados, que exigían hiciera vida social con ellas. Compartía horario con el Servicio de Pediatría del Hospital Regional, al que luego me fui con horario completo. La consulta particular nunca me gustó, pero sentía que tenía que realizarla porque era mi deber, y me fue todo lo bien que yo quise[1]. Este párrafo autobiográfico retrata a Dolores Loly Pavón de cuerpo entero: estudiosa e intensamente trabajadora, dejando por ello de lado muchas actividades recreativas, y firme en sus convicciones en una época en que no era fácil enfrentarse a miembros de las fuerzas armadas. El ardor de sangre le viene, sin duda, de sus ancestros españoles, que aflora en la vehemencia de sus dichos y de sus actos.

Dra. Dolores Pavón
            Continúa la doctora Pavón: en pediatría hice casi todas las especialidades, y lo más sufrido fueron los famosos turnos. Aún deben recordar las chiquillas que me acompañaban: era todo un espectáculo de inseguridades, pero exitosa, por suerte. Tuve de parte de todos mucha ayuda para lograrlo. Al final, en cuanto a mis conocimientos, nunca fui más sabia que entonces. Formábamos muchos grupos de estudio, y elucubrábamos filosofía en nuestros largos cafecitos antes del poli.
            Dolores Pavón se integró y participó con entusiasmo en las actividades comunitarias, fue dirigente gremial, participó en programas de la iglesia católica para apoyo a las mujeres con disfunción familiar. No hacía diferencias entre un paciente del hospital y otro de la consulta, ganándose el aprecio y cariño de mucha gente[2].
Entre las cosas extraordinarias que ocurrieron fuera de mi labor como médico, está el haber conocido y entablado una bella -y todo lo largo que se pudo- amistad con ese maravilloso gallego, poeta y periodista, que le regaló a Magallanes algo que pocos lugares tienen: La Oración por Magallanes, Fernando Ferrer. ¿Y qué decir de la magnífica pintura de mi persona, realizada por mi gran amigo Dante Hernández? ¿Y la maravillosa talla en roble regional del Quijote cansado?
Me vine a hacer cosas más fáciles para mí en Santiago, ya que mis hijos entraron a la universidad. Soy magallánica por autoadopción y regresaría con muchas ganas. ¡Qué tiempos aquellos!, con lo mucho bueno y lo poco malo. Extraño los amaneceres y atardeceres de los bellos días blancos y silenciosos… los chilcos resurgiendo entre las rocas, en el Paine, los lagos y los ríos, y hasta ese frío tan especial. Y del viento, ni qué decir. Es tanto lo que me dio esa tierra y me marcó. Soy lo que de mí hizo ella y todos ustedes, junto con lo que me tocó vivir. Llegué con tan poco y me traje lo que tengo y lo que sembré.
           



[1] Testimonio personal Dra. Dolores Pavón, 2015.
[2] Testimonio personal Dr. Ramiro González, 2015.

viernes, 7 de agosto de 2015

VI. LOS PEDIATRAS (octava parte)



La doctora María Yolanda Arellano se inició como pediatra y derivó a la psiquiatría infantil. Patricio Lira Calderón es hoy un destacado neonatólogo en Santiago. Sobre ellos hablaremos cuando tengamos mayor información.

            El doctor Ramiro González Vera llegó a Punta Arenas en 1975, proveniente del Hospital “Arriarán” de Santiago. Leamos su testimonio[1]:

            Tres recuerdos brotan de inmediato cuando pienso en mi llegada a Punta Arenas: la ciudad, su gente y la maestra.

Dr. Ramiro González Vera
            La ciudad que esperaba fría me resultó cálida con su nieve, su luminosidad, sus techos de colores, la vista del estrecho, el ulular del viento. Una ciudad particular distinta del resto de Chile, lejana y se sentía el aislamiento, el avión podía no llegar. Esto hacía que su gente fuese acogedora, amigable, preocupada de la salud y de lo que ocurría en el hospital, su único recurso. Por eso los asustaba que apareciera un temido virus que atacaba gravemente a quienes estuvieran hospitalizados, y que estaba llegando del Hospital Naval al Regional.

            La madres especiales, siempre preocupadas de que sus chiquitos no tenían “apetito de comer”, y más preocupadas aun si tenían “bronquios”, con un apego y fidelidad a su médico increíbles. Muchas veces escuché decir en la calle “mira a tu doctor hijito”, y mucha gente esperó por años que volviera el Dr. Abukalil. Llegué en 1975 proveniente del Hospital Arriarán, y fuimos cinco médicos para atender una población aprensiva y con un apetito voraz por la salud. El 76 y el 77 llegaron Loly Pavón e Ignacio Hernández, quienes fueron un gran aporte, trabajadores y responsables.

            Aun así trabajábamos mucho. Llegábamos al hospital con el cielo aun oscuro en los meses de invierno. Hacíamos medicina abnegada. Íbamos en la noche o los fines de semana a ver a los pacientes más graves[2]. Dábamos sangre para las exanguíneotransfusiones en los pacientes con coma hepático, siempre siguiendo el ejemplo y el estímulo de la maestra, la inolvidable Dra. Carmen Pino. Ella había diseñado un sistema de trabajo en el que a primera hora veíamos a nuestros pacientes de la sala y luego bajábamos al policlínico o íbamos a los policlínicos de la Población 18 de Septiembre o el de Miraflores. A mí me correspondió hacerme cargo de la pediatría en el recién inaugurado Policlínico Carlos Ibáñez.

            En los policlínicos veíamos diez pacientes por hora, y siempre había más de los que podíamos atender. La enfermera seleccionaba y nosotros nos enojábamos cuando creíamos que no se justificaba que un niño fuese pasado a médico. Aprendí que no había que discutir con la enfemera un día en que me pasaron un lactante, que en la carátula de su ficha decía “madre oligofrénica”. La señora me dijo que lo traía porque tenía “los suspiros largos”. Ya pensando en alegar con la enfermera le puse el fonendo y le escuché un tremendo soplo, ¡estaba en insuficiencia cardíaca!

            Carlos Ibáñez era el policlínico del sector más pobre de Punta Arenas: mucha neumonía, mucha pediculosis, sarna, niños con raquitismo y más de un tercio de los niños que atendíamos estaban desnutridos. De acuerdo a la clasificación de esa época, la mayoría era desnutridos grado dos. Fue providencial que el Club de Leones de la ciudad apadrinara un comedor, con lo cual logramos bajar la desnutrición a 10 %.

            Estábamos en eso cuando vi a una paciente con sarampión que había estado en Río Gallegos, y fue el caso índice de una epidemia en la que tuvimos más de mil casos. Del Ministerio fueron a explicarnos por qué se podía producir una epidemia en una población vacunada, y a felicitarnos por no haber tenido fallecidos. No nos dijeron que sólo estábamos usando la mitad de la dosis.

            También tuvimos brotes de meningitis. Tomábamos sulfa y nos sentíamos impotentes al no poder curarlos. No sabíamos que existía la secreción inapropiada de hormona antidiurética, ni de falla multisistémica ni de respiradores. Sólo teníamos las croupettes y las incubadoras. Subíamos la barra que limitaba el aporte de oxígeno cuando los recién nacidos seguían cianóticos, y nada más podíamos hacer.

            A pesar de tantas limitaciones siempre tratábamos de estar al día. Nuestra maestra y jefa, la Dra. Pino, nos leía el Year Book de pediatría y aprendíamos de enfermedades y tratamientos nuevos. Aunque siempre nos decía “primero no hacer daño”, lo que reflejaba su gran sabiduría.

            Esta preocupación por los niños graves que me fue inculcada, más una recomendación de Ignacio Hernández, me llevaron a postular en 1979 a un hospital casi desconocido, pero según la prensa de la época con una unidad de cuidado intensivo, el Hospital Exequiel González Cortés. Cuando llegué esta unidad no existía. El respirador usado para la maniobra propagandística estaba en un cajón en una sala cerrada. Pero a los dos años de haber llegado, con el Dr. Patricio Romero abrimos la unidad, hicimos funcionar los respiradores, y por diez años fui intensivista. También me formé como broncopulmonar, a lo que me dedico ahora. Esos inolvidables años en Punta Arenas me marcaron , y he dedicado mucho tiempo de mi vida a la docencia, la investigación y a los niños “con bronquios”.

            El doctor Ramiro González Vera ejerce en Santiago, y es en la actualidad un destacado especialista y profesor universitario en enfermedades broncopulmonares infantiles.

 



[1] Testimonio personal Dr. Ramiro González, 2015.
[2] En esa época no había pediatras de turno.

martes, 4 de agosto de 2015

VI. LOS PEDIATRAS (séptima parte)



            Carmen Pino Valdés nació en Antofagasta, estudió medicina en la Universidad de Concepción, titulándose de médico cirujano en julio de 1961. Efectuó su beca de especialización en pediatría en el Hospital Roberto del Río. Llegó a Punta Arenas en 1967, contratándose como médica pediatra del Servicio Nacional de Salud para ejercer en el Hospital Regional “Dr. Lautaro Navarro Avaria” y consultorios “Miraflores” y “18 de Septiembre”. Desde septiembre de 1971 hasta su retiro, en 1995, fue Jefa del Servicio de Pediatría.

            Estos fríos datos biográficos de ninguna manera reflejan la enorme calidad humana y profesional de Carmen Pino. Entregada por entero a su profesión, no formó familia propia. Fue la más querida entre sus amigos y colegas, querida y respetada por todo el personal que durante tantos años colaboró con ella en el Servicio de Pediatría, y amada por sus innumerables pacientes-hijos.

            Aceptó cuanta jefatura de programa se le puso por delante, no por afán de figurar, sino de servir. Permanentemente estimulando a sus colegas a estudiar y perfeccionarse, en ello dio el mejor ejemplo. Exigente como la que más, pasaba visita en las tardes escribiendo comentarios en las fichas con su letra casi ilegible, y corrigiendo las indicaciones médicas.

Dra. Carmen Pino Valdés
              Postulada por la Filial Punta Arenas de la Sociedad Chilena de Pediatría en dos oportunidades al Premio Dr. Julio Schwarzenberg Löbeck que otorga anualmente esta sociedad científica al más destacado de los pediatras de Chile, tal vez pecamos en no saber enfatizar sus méritos. Pero sin duda la misma Carmen fue cómplice de esta negligencia, puesto que su modestia y confeso desagrado por las distinciones le llevaron a negarse a colaborar en la elaboración de su currículum[1]. Con su salud quebrantada, trabajó innecesariamente más allá de lo recomendado por sus médicos, sus amigos y la prudencia.

            Dice el doctor Ramiro González: Recuerdo la gran cantidad de niños graves que ella salvó y todo lo que me enseñó. Creo que muchas generaciones de magallánicos crecieron, enfermaron, sanaron y muchas veces salvaron gracias a ella. Creo que la ciudad, al igual que yo, aun la tiene en la memoria[2].

            Testimonia también la doctora Dolores Pavón, sobre su trabajo a fines de la década de 1970: Éramos cinco los personajes que atendíamos al total de la población infantil de toda la región. Aaaaaah… y ahí estaba ella, nuestra gran jefa y maestra, la que con el tiempo también fue mi primera gran, gran amiga: Carmen Pino Valdés. No cabrían aquí los grandes recuerdos y agradecimientos que para ella tengo. Siempre digo que me marcó y me hizo lo que soy como médico, de lo que luego de cuarenta y más años estoy muy, pero muy orgullosa[3].

Al día siguiente de su fallecimiento aparecieron publicadas en La Prensa Austral las siguientes líneas de autoría anónima, que luego trascendió se debían al antiguo radiólogo magallánico Dr. Gian Mario Passano:

            Nos dejó hace ya algún tiempo. Partió a encontrarse con lo que ella sabía inexorable. Se fue callada, asumiendo su futuro con entereza y hasta orgullo. No quiso ni aceptó compartir su dolor, compañero inseparable de sus últimos años, con nadie. Carmen perteneció a esa estirpe de médicos de elite que tanto prestigio y honra han dado a la Patria.

            Mucho debe la medicina magallánica de los últimos treinta años a su labor pionera en el desarrollo de una pediatría moderna, de alta calidad, eficiente y humana. Numerosas de sus semillas intelectuales hoy florecen con galanura en el Servicio de Pediatría del Hospital Regional.

            Fue una jefa de servicio seria y ecuánime. Trabajadora tenaz, formadora de especialistas, aglutinadora dinámica de equipos de salud infantil, surgente creadora de pautas y normas de trabajo que conformaron los cimientos del alto nivel que ha logrado la pediatría local en el ámbito nacional.

            Lo hizo con lo que era ella: menuda y frágil, hormiguita infatigable, mujer de palabras cortas y corazón grande. Líder natural e indiscutible, sencilla, humilde y práctica. En lo personal, su aspecto adusto ocultaba una timidez y un interior suave, generoso y ultrasensible. Culta, viajera impenitente. Interlocutora siempre amena e inteligente. Poseía una fina ironía y un especial sentido del humor.

            No tuvo hijos propios, pero centenares ajenos, incluyendo los míos, conocieron de su abnegación, conocimientos y dedicación. Irradiaba serenidad, confianza y fe.

            Su partida enluta y entristece no sólo a sus pares sino a toda la familia magallánica. Te recordaremos con afecto, Carmen, jardinera de niños. Dios te bendiga[4].

            Desde 2002, y a instancias de la Sociedad Chilena de Pediatría Filial Punta Arenas, el Servicio de Pediatría del Hospital Regional, y más tarde el del Hospital Clínico de Magallanes “Dr. Lautaro Navarro Avaria”, oficialmente han adoptaron la denominación de Servicio de Pediatría “Dra. Carmen Pino Valdés”.




[1] M. Vieira. Obituario Dra. Carmen Pino Valdés. Rev. Chil. Pediatr. 71(6); 517 - 518, 2000.
[2] Testimonio personal Dr. Ramiro González, 2015.
[3] Testimonio personal Dra. Dolores Pavón, 2015.
[4] Diario “La Prensa Austral”, 21 de julio de 2000.

sábado, 1 de agosto de 2015

VI. LOS PEDIATRAS (sexta parte)

 


Otros pediatras fueron Anselmo Rojas Constela, quien falleció en Punta Arenas, y Gilberto Abukalil, quien ejerce y brilla como académico en Estados Unidos.

            A comienzos de los años de 1960 llegó el doctor Jorge Mihovilovic Kovacic, primer pediatra nacido en Magallanes. Por aquel tiempo también ejercían la especialidad los doctores José Arcuch y Fernando Toro Perdiguero. 

Dr. José Arcuch (de pie)
y personal del Servicio de Pediatría
c. 1964
José Arcuch Cabezas fue Jefe del Servicio de Pediatría a la inauguración del Hospital Regional, en 1952. Sucedió al doctor Barroso. Santiago Prado lo recuerda bien: Pepe Arcuch se fue a Santiago y trabajamos juntos. Lo alojé en mi consulta, fuimos muy amigos. Se chaló, le vino una especie de demencia precoz, una cosa espantosa: se transformó en agente de la CIA. Yo lo quería a morir, era mi amigo, igual con la señora y los niños. Tenía el prurito de juntar recortes de los diarios, con información que él creía confidencial. Esquizofrenia, perdió el sentido de la realidad. Pobrecito, porque era un hombre muy habiloso, muy buen crítico, muy buen criterio clínico, tranquilo, era una belleza de persona[1
 
Jorge Mihovilovic Kovacic, hijo de inmigrantes croatas, viajó a Santiago en barco a los dieciséis años a comenzar su vida universitaria. Cursó un año en la Facultad de Filosofía, para luego ingresar a la Escuela de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ingresó luego al Servicio de Pediatría del Hospital Arriarán, dirigido por el profesor Meneghello.

            Después de perfeccionarse en la especialidad regresó a a Punta Arenas en una época en que la carga asistencial era intensa, desempeñándose en el Hospital Regional, en la consulta que tenía adosada a su casa, y en visitas domiciliarias. Fue socio fundador de la Sociedad Chilena de Pediatría Filial Punta Arenas, de la cual fue nombrado Director Honorario[2]. Entretanto asistía a actividades de perfeccionamiento, y antes de 1970 ya había cursado la Licenciatura en Salud Pública en la Escuela de Salubridad, el curso de Pediatría Clínica y Social y el de Director de Hospital.

            Ganó, por concurso nacional, el cargo de Director del Hospital Regional “Lautaro Navarro Avaria”, ejerciéndolo entre 1970 y el 11 de septiembre de 1973, en que fue exonerado por las autoridades militares. Luego trabajó veinte años en el Servicio de Urgencia y también en el Hospital Naval, en el Policlínico Militar, y en Consultorio 18 de Septiembre.


Dr. Jorge Mihovilovic
            Presidente del Club Croata durante más años que cualquier otro, además de Presidente de la Sociedad Dálmata. Editor de la revista Male Novine, de la colonia croata, ha sido incansable recopilador de la historia de los inmigrantes de esa nacionalidad, aparte de un estudioso de toda la historia regional.

             Destacado como dirigente gremial, ha estado en la directiva del Colegio Médico regional -ya sea como presidente o en otros cargos- desde 1963 en adelante. El año 2001 recibió la Condecoración de Honor del Colegio Médico de Chile, siendo el primer magallánico en recibir dicho reconocimiento[3].




[1] Testimonio personal Dr. Santiago Prado, 2012.
[2] Ver capítulo XX.
[3] G. Sáez. Reseña biográfica del Dr. Jorge Mihovilovic Kovacic.