El
vertiginoso avance de la tecnología
y
la informática pueden transformar las
unidades
de cuidados intensivos en lugares
de
ciencia ficción, donde el niño pareciera
perdido
entre aparatos y pantallas.
Es
nuestra misión preservar siempre el
humanismo
que caracteriza a nuestro
quehacer
y no olvidar jamás que tratamos
pequeños
seres humanos, dependientes, que
muchas
veces necesitan tanto de nuestro
amor como de nuestros conocimientos.
Helia
Molina
Presidenta
Sociedad
Chilena de Pediatría
1981.
La madre y su hijo, desde el
parto hasta el destete, constituyen una unidad afectiva y biológica, tan bien
descrita por Kennell y Levin en sus investigaciones sobre el apego y la
humanización de la neonatología. Bases fundamentales son el contacto piel a
piel, y especialmente la lactancia materna. Sobre esto último los indígenas
patagónicos no tenían dudas, y su sabiduría propugnaba la alimentación al pecho
materno por tiempo prolongado, incluso hasta los cuatro o hasta seis años,
edades en que, coincidentemente, aumentaba la mortalidad infantil[1]. En la década
de 1920, sin embargo, las recomendaciones eran otras: una vez producido el
parto, al niño se le apartaba de la madre, y una vez vestido (…) se le acuesta lejos de la madre: la
persona recién desembarazada debe dormir mui bien i tranquila sin molestia
alguna. (…) El niño debe acostarse siempre de lado para evitar muerte por asfixia
con las mucosidades o flemas, como se observa en casos de niños que se acuestan
de espaldas, especialmente en aquellos niños con hipertrofia del timo. Para
evitar deformaciones debe acostársele indistintamente de uno u otro lado[2]. Actualmente se
sostiene, sin embargo, que el niño debe dormir boca arriba para disminuir el
riesgo de muerte súbita. Cambio como muchos, pero lo más importante han sido
los conceptos del apego y la lactancia materna precoz, inclusive desde el
primer minuto de vida, cosa que se estima fundamental para un buen éxito, tanto
de la lactancia como de la permanencia de esa unidad biológica y afectiva entre
la madre y
su hijo. El profesor Mönckeberg, por el contrario, enseñaba: La primera mamada debe hacerse despues de
las doce horas que siguen al parto, en el segundo dia el niño debe mamar tres
veces i desde el tercer dia cada tres horas y despues cada dos horas,
especialmente durante los primeros ocho días i despues cada tres horas. El
sueño de la puérpera debe cuidarse, pues se ha observado que las que no duermen
bien (7 - 8 horas) no tienen nunca bastante leche[3].
Loable propósito el de cuidar a la madre, quien bien se lo merece, pero so
riesgo de provocar graves hipoglicemias, aparte de la interrupción del precioso
vínculo. La nodriza debe privarse de
aquellos alimentos que den mal gusto a la leche, como los tomates, espárragos,
coliflores, ajos i alcachofas segun algunos i por ello en muchas ocasiones el
niño rehusa tomar el pecho. De las bebidas la mejor es la leche. Si se toma
vino debe preferirse el blanco adicionado de aguas; se ha observado fenómenos
cerebrales, convulsiones en el niño cuando la madre injiere alcohol diariamente
o en cantidades considerables, pasa el alcohol casi totalmente a la leche i el
niño se intoxica. Lo mismo pasa con el café. Algunos aconsejan la cerveza, su
papel galactijénico es dudoso i no tiene base científica, salvo que contenga
fierro. (…) La mujer que cria debe llevar una vida tranquila, sin fiestas ni
trasnochadas, pues un enfriamiento brusco cualquiera puede acabar con la leche,
como así mismo las emociones[4]. El ideal de la alimentacion, ya sea que se
haga por lactancia natural o artificial consiste en alimentar al niño con la
menor cantidad de leche posible, porque la leche puede llegar a ser un veneno
violento dada en exceso[5]. Pese a estos
asertos, la mayoría de ellos obsoletos, no se dudaba de los beneficios de la
lactancia natural: Causa principal de la
mortalidad de los niños son los trastornos gastro-intestinales. El alimento por
excelencia para el niño, es la leche materna; si por diversos motivos se
recurre a la leche de vaca o de otros animales, se producen a menudo
perturbaciones digestivas[6]. En caso de
estimarse necesario la supresión completa de la lactancia materna, indicándose
exclusivamente la artificial, se preconizaba leche de vaca mezclada con mitad de agua cocida i azucarada al cinco por ciento. El
horario de alimentación era estricto y se daban siete mamaderas en las
veinticuatro horas. El primer día no se alimentaba al recién nacido, y desde el
segundo día se iba aumentando la cantidad en forma progresiva, desde 10 gramos
por mamada (70 gramos en las 24 horas), llegando a 35 gramos recién al séptimo
día. El niño no aumenta de peso en la
misma proporcion con que lo hace con la lactancia materna. El aspecto del niño
siempre es deficiente: pálido, sus carnes sueltas, son niños estíticos, las
evacuaciones de color de masilla, de consistencia dura i de olor casi igual a
las del adulto[7]. ¡Cómo no, si
la pobre criatura está hambreada y anémica!
Desde
la relación vertical médico - paciente, en que el doctor era considerado una
figura sagrada, poco menos que dotado de poderes y autoridad sobrenaturales, al
que nadie osaba discutirle ni dudar de sus diagnósticos y terapias, hasta la
actualidad, ha pasado mucha agua bajo los puentes. Se ha ido al extremo
contrario. No sólo se duda y se le discute, con datos insustanciales obtenidos
de la internet, sino también se le denuesta y ningunea. Cualquier complicación o situación inesperada es tachada
de negligencia y se le judicializa. Los extremos, como en casi todo, no son
buenos. Los pacientes agresivos y cuestionadores, si bien han aumentado, son
los menos. Los médicos indolentes y negligentes, que sí los hay, también son los
menos. En tiempos del médico-dios las negligencias pasaban desapercibidas, y en
los actuales, el médico ser-humano-común-y-corriente se desgasta cubriéndose
las espaldas, haciendo procedimientos de más o de menos, solicitando análisis e
imágenes innecesarios, por el terror al error.
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