lunes, 27 de julio de 2015

VI. LOS PEDIATRAS (quinta parte)



El doctor Santiago Prado Palma llegó a Punta Arenas a comienzos de la década de 1960, a poco de terminar una beca de tres años en pediatría en el Hospital de Niños “Dr. Luis Calvo Mackenna”. Lo dejamos explayarse, y nos cuenta[1]:

Debo haber tenido unos veintisiete años. Me fue muy bien, estuve como cuatro años. Fue una estadía súper breve, pero exitosa; una clientela loca, mucha clientela, muchos amigos. Yo hice la primera exanguíneotransfusión que se hizo en Punta Arenas. En aquel entonces había gente muy rica, muy potente. Un niño se murió por una eritroblastosis fetal. Me produjo mucha impresión, porque era gente que se podría haber comprado un avión, pero no habia vuelo.

En ese tiempo me fui a Santiago a ponerme de novio, y aproveché de hacer un curso de exanguíneotransfusiones en el Hospital San Borja. Hice muchas exanguíneotransfusiones en Punta Arenas, desde luego la primera. Cien por ciento de éxito. Fue una de las cosas que más me satisfizo. Eran esos equipos antiguos con llaves metálicas.
 
Dr. Santiago Prado y personal de
Maternidad  y Recién Nacidos
1964
Eran años bien interesantes, hacíamos buena pediatría, tengo la sensación de que en Punta Arenas salvamos mucho. Hay unos mellizos Pivcevic que eran hijos de Dusan Pivcevic, un hombre muy prominente en ese entonces. Hay otros mellizos, de muy bajo peso, me los dieron a mí para que los sacara adelante. Entre los obstetras estaba Amarales, su madre era matrona. Era un chiquillo muy encantador, muy inteligente, trabajador. Era un ambiente muy agradable, yo tenía consulta con el doctor Robles.

Yo en ese entonces tenía ganas de ser cardiólogo, y estaba siempre pensando en la posibilidad de irme a Estados Unidos. Se me ofreció la posibilidad y por eso fue que dejé Punta Arenas. Estuve muchos años en Estados Unidos y aprendí mucha cardiología infantil. Por esos años Minneapolis era la capital de la cardiología infantil en el mundo. Había un famoso cirujano, Lillehei[2], este hombre hizo las primeras circulaciones extracorpóreas en el mundo. Los gringos se portaron conmigo brutalmente bien. Hicimos muchos amigos, en la Mayo Clinic, gente de Chicago, todos estábamos muy conectados. Lo pasábamos muy bien, pero mi mujer era de familia muy tradicional. Entonces me trajo poco menos que arrastrado. Fui cardiólogo en el San Juan de Dios, y un poquito después, meses después, pasé al Calvo Mackenna de nuevo, que era mi hospital de origen. Estuve con el famoso cirujano Helmut Jaeger[3]. Yo llegué a ser subjefe del centro cardiovascular.

Yo ya había llegado a tener cinco hijos, estaban grandes y entraban todos a la universidad. Y me di cuenta de que no tenía fondos. La clientela cardiovascular es limitada. En ese tiempo no había Fonasa, ni Isapres, ni nada. Entonces de repente surge la tentación de irse a Chuquicamata. Me dijeron “le pagamos todo, diez veces más de lo que usted gana, y le pasamos a todos los niños gratis por la universidad”. Fue una oferta que no pude decir que no, a pesar de que no tenía muchas ganas. Tenía una carrera docente, una carrera funcionaria excelente, no era el caso de irse, pero la tentación pudo más. Probablemente fue un error, pero tenía una gran capacidad comercial, y los años que pasé allá los ahorré enteros, y luego invertí en estacionamientos. Me ha significado tranquilidad económica para el resto de la vida.

El Dr. Santiago Prado Palma se trasladó nuevamente a Santiago en 1984 al ganar un concurso de Jefe del Servicio de Pediatría del Hospital “Paula Jaraquemada”[4], cargo que desempeñó durante un tiempo, y actualmente ejerce como pediatra en el Consultorio “Irene Frei” de Quilicura, viviendo de los ingresos que le proporciona su cadena de estacionamientos.

 

 




[1] Testimonio personal Dr. Santiago Prado, 2012.
[2] Dr. Walton Lillehei (1918 - 1999), considerado el “padre de la cirugía a corazón abierto”.
[3] Dr. Helmut Jaeger Lunecke (1925 - 2006), iniciador de la cirugía a corazón abierto en Chile, Premio Nacional de Medicina 2004.
[4] Actual Hospital “San Borja - Arriarán”.

viernes, 24 de julio de 2015

VI. LOS PEDIATRAS (cuarta parte)


             En espera de conseguir mayor información, he aquí unas pinceladas sobre algunos pediatras que ejercieron en Punta Arenas entre los años 40 y 60 del siglo pasado.
 
Guillermo Stegen Ahumada fallecía, en la Región de Valparaíso y a le edad de 93 años, el 7 de noviembre de 2014. Destacado pediatra, también ejerció en Punta Arenas.

Dr. Ezequiel Barroso, auxiliar Berta Núñez y un niño
c. 1964
 
Ezequiel Barroso Cid fue jefe del Servicio de Pediatría, tanto del Hospital de Asistencia Social como del Hospital Regional de Punta Arenas “Dr. Lautaro Navarro Avaria”. Según recuerda Raquel Aedo, antigua auxiliar de enfermería, apenas lo sentíamos en el pasillo, “ahí viene el doctor Barroso”, decíamos. Como lauchas a meternos en las piezas. En ese tiempo ya estaban separados los lactantes de los escolares. Había salas de medicina, cirugía, lactantes, infecciosos, así. La auxiliar tenía que estar en la sala con mascarilla, y había una persona volante que repartía los tratamientos y se los entregaba a la persona de la sala. Y una daba el tratamiento en su sala, sin abandonarla. Al lado de los niños, así era el sistema del doctor Barroso. Llegaba en las mañanas abriendo puertas por todos lados, puertas de baño, de lo que sea. Todo tenía que estar brillando. Igual que su personal, teníamos que andar impecables. Y nos acostumbramos, así nos formaron[1].
 El Dr. Talma falleció en, y se encuentra sepultado en, Punta Arenas.
Fernando del Carmen Cabrera Reyes nació en 1932 y llegó en 1962. Actualmente sigue ejerciendo la profesión en Santiago, y es un eminente neurólogo pediatra.



[1] Testimonio personal Sra. Raquel Aedo, 2013.
 
 

martes, 21 de julio de 2015

VI. LOS PEDIATRAS (tercera parte)



En 1937 llegó el Dr. Jaime Barros Pérez-Cotapos, singular pediatra, político y nuevamente pediatra en las postrimerías de su vida. Nacido en Curicó el 3 de mayo de 1911, con Adriasola destacaba por su abnegación. Atendía a los hijos de los imponentes del Seguro Obrero, en la Gota de Leche “Sara Braun” y en los hospitales de Asistencia Social y Naval. En invierno cerraba su consultorio particular y se dedicaba exclusivamente a las atenciones domiciliarias, las que efectuaba hasta altas horas de la noche, interrumpidas sólo por su cena -que le era sagrada- en la Clínica Lagos. Descollaba en atletismo, y era aficionado a la fotografía. De físico corpulento, no era raro verle en los desfiles, colgando boca abajo de una rama de un árbol, intentando captar las mejores imágenes. En una ocasión debió ser auxiliado por los carabineros para bajar desde la cúpula de una iglesia, donde se había encaramado con el mismo propósito. Tenía una bicicleta tándem, en la que paseaba con su esposa los domingos. Militó en el Partido Regionalista.

Sirvió cinco años en Punta Arenas y luego se radicó en Valparaíso, sufriendo un accidente en una carrera de motocicletas en el circuito de Peñuelas, resultando con un traumatismo encéfalocraneano. Según el Dr. Alfonso Robles, habría sido como consecuencia de esta lesión que se dedicó a la política, llegando a ser uno de los más brillantes oradores del Senado de la República, en representación de Valparaíso[1]. Llegaba a las sesiones en motocicleta, con poncho y sombrero huaso, y saludaba con un ¿Cómo estaca? ¿Cómo le vaca? Famoso por sus discursos rimados, era el deleite de la prensa[2]. Era maoísta, y siendo expulsado del Partido Comunista por excesivamente revolucionario, fundó el movimiento Espartaco, de inspiración maoísta.

Dr. Jaime Barros Pérez-Cotapos

En 1973 y luego del golpe de estado, se le ofreció elegir para su relegación definitiva, Arica o Punta Arenas. Como Punta Arenas ya lo conocía, se trasladó a Arica. Allí se convirtió en hippie, y a todo el mundo trataba de “hermano”. Se compró una casa modesta y un viejo y ostentoso Oldsmobile deportivo, que mandó pintarrajear con flores y dibujos sicodélicos, y en el parachoques trasero un NO SE VENDE. Su llegada a las poblaciones obreras era acompañada de la algarabía de los niños que lo esperaban con ansias para recibir sus caramelos, cuando sabían que uno de sus vecinitos estaba enfermo de cuidado. Como a otros pediatras abnegados, le llamaban médico de los pobres, porque no cobraba. A pesar de sus antecedentes marxistas recetaba la imperialista Coca Cola y parches de papel de cigarrillo. Su consulta tenía columpios, y sus ideas políticas eran de la más completa extravagancia. Cultivó amigos de todas las tendencias, y fue gran conversador y amante de la buena mesa y la tertulia. Nombrado Hijo Ilustre de Arica, un cronista regional dice que no se murió de viejo, porque nunca lo fue, sino de cáncer el 22 de febrero de 2004, a la edad de 92 años[3].




[1] Testimonio personal Dr. Alfonso Robles Rivera, 2000.
[2] El autor de este libro recuerda haber leído una transcripción de una sesión del senado, en los años de 1960, en que,  refiriéndose y denostando  al propietario del diario “El Mercurio”, quien además era empresario avícola, decía: “¡Y desde su huevería de Reñaca, este señor se ha convertido en el mayor huevero de Chile! (Risas)”
[3] T. Bradanovic. Yo lo conocí: Jaime Barros Pérez-Cotapos.

sábado, 18 de julio de 2015

VI. LOS PEDIATRAS (segunda parte)



La pediatría como especialidad médica cobró forma y eficacia preventiva y curativa, gracias a la inspirada dedicación del doctor Guillermo Adriazola Espejo, que se había formado a la vera de su maestro y mentor doctor Arturo Scroggie en el Hospital “Roberto del Río”. Gracias a la preocupación de Adriazola la sala de niños del Hospital de Asistencia Social, con atención médica especializada permanente, fue una realidad consoladora y estimulante, en una tarea a la que luego se sumaron los doctores Jaime Barros Pérez-Cotapos, Rafael Talma y más tarde Guillermo Stegen[1].

Dr. Guillermo Adriazola Espejo
Foto c. 1946
            El Dr. Guillermo Adriazola Espejo fue director del Hospital de Asistencia Social, regidor municipal, intendente, presidente del Partido Radical de Punta Arenas, candidato a diputado y presidente de la Asociación Médica de Magallanes. Egresado de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, partió rumbo a Magallanes (…) por mera casualidad. Me regalaron un pasaje a Punta Arenas y me fui. Pretendía estar un tiempo allá y venirme al Hospital Roberto del Río donde me formé como pediatra, y ojalá iniciar una carrera universitaria como médico y académico. Al final, me quedé diecisiete años y me dediqué a la salud pública[2]. A su llegada en 1932, rápidamente fue contratado como pediatra del Hospital de Asistencia Social. A poco andar, y dadas sus sobresalientes cualidades y su interés por la salud pública, se le ofreció la dirección del establecimiento, cargo que inicialmente rechazó: Yo estaba pensando venirme a Santiago en el plazo de seis meses a un año y no me parecía propio aceptar un cargo que iba a dejar. Sin embargo insistieron, así que acepté pero con la condición de hacerme cargo del puesto sin sueldo. Sin embargo, como el nombramiento oficial lo requería, se me fijó una remuneración mensual de un peso y durante un año y medio trabajé como director por esa cantidad[3]. Paralelamente ejercía la pediatría en su consulta privada, lo cual le permitía mantenerse, hasta que finalmente decidió radicarse y aceptó el cargo de director en forma regular, el que ejerció hasta 1948. Es así como llegó a ser uno de los directores de hospital en Magallanes que por más largo tiempo ha permanecido en el puesto: dieciséis años.

En 1946, siendo destacado dirigente del Partido Radical, el presidente Juan Antonio Ríos lo nombró Intendente interino de la provincia, cargo público que desempeñó durante seis meses y medio. Cerró su consulta privada y, con licencia en su función directiva del hospital, se dedicó a fondo a su cargo público. Como muestra de su gestión quedó la creación del consulado chileno en Río Grande; pasaje gratuito -en barco, obviamente- de tercera clase para los indigentes de la provincia; inclusión de un edificio propio para el plan de construcción de la Escuela Industrial Armando Quezada Acharán; designación de un médico escolar para Puerto Natales; obtención de un millón de pesos para iniciar la obra gruesa del edificio del Liceo de Niñas; y decisivas gestiones para que las Torres del Paine se convirtieran en parque nacional. Al finalizar su breve mandato, el diario El Magallanes editorializaba: Su preocupación por los destinos de la zona no se limitó a Punta Arenas, sino que llegó personalmente a Ultima Esperanza a imponerse de sus asuntos administrativos más urgentes y pidió constantemente, en los que respecta a Tierra del Fuego, informes sobre la vida y las necesidades de esa población[4].

Renunció por divergencias políticas con el nuevo presidente Gabriel González Videla, retomando su cargo hospitalario y su consulta privada. En su afán de permanente perfeccionamiento de la función directiva, se había dado cuenta -y en eso fue un adelantado- de que no basta con ser médico y tener buena voluntad para dirigir un hospital, sino también hay que contar con conocimientos administrativos y financieros. Partió entonces a Santiago a la Escuela de Salubridad a hacer un curso de salud pública, con la idea de aplicar sus conocimientos en Punta Arenas. Pero -¡como a tantos otros!- se le ofrecieron oportunidades imposibles de compatibilizar con su vida en la provincia, y nunca más regresó. Quizás el recuerdo más grato que tengo de Magallanes, decía en 1997, es la despedida que me brindaron. Yo anuncié que me iba en tal fecha y durante más de un mes no almorcé, ni cené en casa, porque las instituciones, los amigos, me despidieron de todas las formas posibles. Con esto me di cuenta que me había querido mucha gente y que valió la pena haberme esforzado tanto.

Por el excelente rendimiento en sus estudios le ofrecieron una beca con todos los gastos pagados en la Escuela de Salud Pública de Harvard, de donde regresó como master en la disciplina. Luego practicó la docencia en la Escuela de Salubridad, institución de la cual llegó a ser director. Participaba activamente en el recién iniciado debate sobre la anticoncepción. Se oponía tenazmente, alegando que no había sobrepoblación. Opinaba que se necesitaban más conocimientos, más investigación científica, más demostración de resultados, antes de una intervención. En 1964 participaba activamente en los debates sobre el tema en las I Jornadas Rotarias sobre Problemas Sociales de la Infancia, efectuadas en Santiago. Miembro activo de la Sociedad Chilena de Pediatría, su interés por brindar a los niños un desarrollo integral desde el núcleo básico de la sociedad lo llevó a crear la Asociación de Protección a la Familia y el Consejo Nacional de Orientación Familiar, ambas instituciones sin fines de lucro[5].

Su prestigiosa carrera en Chile culminó con el decanato de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile. Después del golpe de estado de 1973 se le veía desempeñándose como pediatra de atención primaria en el consultorio de La Palmilla[6], lo que sin duda para ese establecimiento constituía un lujo. También trabajó en Puerto Rico y California, siendo consultor de las Organización Mundial y Panamericana de la Salud[7]. Falleció en Santiago el 21 de septiembre de 2005, a los 97 años de edad.

Dr. Guillermo Adriazola Espejo
1997




[1] M. Martinic. Op. cit. Pág. 195.
[2] Entrevista en diario “La Prensa Austral”. Edición dominical “El Magallanes”, 23 de febrero de 1997.
[3] Ibíd.
[4] Diario “El Magallanes”, 1947.
[5] Diario “El Mercurio”, 1 de octubre de 2005.
[6] Testimonio personal Dr. Alfonso Robles Rivera, 2000.
[7] Diario “El Mercurio”, 1 de octubre de 2005.

martes, 14 de julio de 2015

VI. LOS PEDIATRAS (primera parte)



            Elena Ancic Ramírez nació en Santiago el 11 de junio de 1899. Su padre, Pedro Ancic, croata y artesano en cueros, llegó a Iquique con pasaporte austríaco y trabajaba elaborando aperos para las oficinas salitreras. Su madre, Dolores Ramírez, nació en Melipilla en el seno de una familia con buena situación económica, puesto que el abuelo era propietario de un servicio de posta con carromatos y otros vehículos en que transportaba pasajeros y carga desde y hacia Melipilla, conectando con San Antonio, Cartagena y otros poblados costinos. Su hija Dolores pudo estudiar y ejercer como telegrafista, trasladándose a Iquique contratada por empresas salitreras, siendo allí donde conoció a don Pedro Ancic. Se casaron, y su solvencia monetaria les permitió viajar a Europa en luna de miel. Él murió joven, pero ella le sobrevivió hasta avanzada edad.

Elena Ancic, retratada por su hija adoptiva[1], era una mujer esencialmente de vocación de servicio, la que volcó en la atención de los niños. Llegada a Punta Arenas en 1924 con su compañera de curso Irma Herrera Pérez, recién egresadas de la Universidad de Chile en tiempos en que ser mujer médica era una rareza, y más aún dedicada a las enfermedades de niños. La acompañaba también una hermana, no médica. La pediatría asomaba en Europa como especialidad recién a fines del siglo XIX, antes de lo cual los niños, para efectos prácticos de asistencia sanitaria, se consideraban como adultos pequeños. Durante la segunda década del siglo XX se impartían en la Universidad de Chile algunos cursos de pediatría como parte de la malla curricular -a veces optativa- de la Escuela de Medicina, pero era raro encontrar médicos dedicados por entero a la pediatría, y en ningún caso existían becas de especialización.

Dra. Elena Ancic
              La Dra. Ancic parece haber sido mujer de decisiones firmes, como lo fue el desplazarse a la lejana Punta Arenas a ejercer su profesión, por mucho que tuviese parientes mayores -unos tíos Ramírez- que trabajaban en la gobernación. A poco andar y a un año de conocerlo, contrajo matrimonio -otra firme decisión- con el dentista viudo Diógenes Barrios. Enviaron entonces a Montevideo por la hija de Barrios, Esther, entonces de cuatro años, quien vivía en Uruguay con su familia materna al haber muerto su madre biológica a poco de haber dado a luz.

            Rechazada por algunos de sus colegas por el hecho de ser médica mujer, supo remar contra la corriente y demostrar su valía en una especialidad que, hoy por hoy, es ejercida por más mujeres que hombres. Especialmente conflictiva fue su relación con el Dr. Gustavo Lagos Rivera, y más tarde, cuando estaba por dejar Magallanes, con el recientemente llegado Guillermo Adriazola Espejo, pediatra con especialización acreditada.

            Resulta interesante -faceta humana- lo relatado por su hija adoptiva Esther Barrios[2]:

            Yo me levantaba para el colegio, y partíamos juntas. Era fanática por el trabajo. Vivíamos en Chiloé 878. Casi con Valdivia, donde vivían los Contardi. (…) En la esquina vivían los Contardi, mi profesora de música[3]. La “mami” se iba a pie al hospital, hasta que se le ocurrió aprender a manejar. Pero era tan torpe que sólo sabía manejar para adelante. Llamaba por teléfono a Diógenes y le decía “ven a buscarme”. Entonces mi papá daba vuelta el auto y se venían juntos. Siempre el mejor auto de Punta Arenas era el nuestro. Y no había taxis, así que tenía que ir a buscarla a pie. (…) La Elena tenía mucha clientela particular. Salían los dos a ver a sus pacientes a domicilio, a veces me llevaban a mí atrás. No había pavimento, las calles eran empedradas, por los yugoslavos. Me dejaban en el auto jugando, o leyendo. Diógenes se quedaba por ahí, fumando su cigarrillo mientras la “mami” hacía sus visitas domiciliarias.
 
Dra. Elena Ancic dde Barrios y resto del cuerpo médico
Hospital de Asistencia Social, 1933
               Aparte de su labor diaria en el Hospital de Caridad y de la atención de sus pacientes privados, la Dra. Ancic de Barrios participaba activamente en el voluntariado de la Liga de Damas Católicas, institución de beneficencia que tenía a su cargo la Gota de Leche[4]. El financiamiento de  estas entidades era en base a donaciones y actividades sociales para recaudar fondos. Es así como el 7 y el 22  de marzo de 1926 se ofrecieron, en los teatros Municipal y Politeama, respectivamente, sendas presentaciones artísticas en que lucían sus talentos las señoras, señoritas y caballeros de la sociedad puntarenense. La señorita Josefina Braun y señoras Herzog y Ancic de Barrios, acompañaron lucidamente al piano varios números del programa[5]. Fuera de sus dotes de pianista, más importante, por cierto, fue su participación como médica en la Gota de Leche. Transcribimos la reseña, publicada en la revista Menéndez Behety, la que, obviando la afectación estilística propia de la época, trasunta su valer y prestigio como doctora de niños:

            DOCTORA ELENA ANCIC DE BARRIOS. Vice-Presidenta de la Gota de Leche. Es la Ciencia puesta graciosamente al servicio de la Caridad; con su sabio consejo enseña a las madres el mejor cuidado de sus hijos; vigila personalmente la salud de los huerfanitos del Asilo de Miraflores y de los pequeños protegidos de la Gota; practica visitas de inspección a los domicilios, recetando gratuitamente a los socorridos por esta Institución. Se puede decir que la dirección técnica de la Gota de Leche está bajo su inteligente cuidado y que lo lleva a cabo con tanto interés y talento que ha merecido por ello menciones especiales en las Memorias de la Gota de Leche y de la Liga de Damas Católicas de Magallanes[6].

            En la memoria anual presentada por la Sección Gota de Leche “Sara Braun” a la Presidenta del Comité Central, Sra. Josefina Menéndez de Braun y su Directorio, se consignaba, entre otros elogios y agradecimientos a distintas personas: Especial mención merece nuestra vice-presidenta, doctora Elena A. de Barrios, por su asistencia médica y gratuita, no solamente a los niños que concurren a la Gota, sino a las madres de los mismos, a quienes visita muchas veces en sus propios domicilios[7].

            En 1934 la familia, a instancias de Diógenes Barrios se trasladó a San Fernando, puesto que había adquirido un campo para pasar de odontólogo a agricultor, sin anestesia. La Dra. Ancic, entonces, aprovechó la coyuntura y cercanía con Santiago para perfeccionarse en pediatría -ya desarrollada como especialidad- bajo la supervisión de los profesores Aníbal Ariztía y Scroggie. Ejercía en San Fernando, principalmente en las comarcas rurales de la zona, nuevamente rechazada por sus colegas misóginos.

            En 1939, fracasada la aventura agrícola y, en vista de la proximidad del ingreso a la universidad de los hijos, la familia se mudó a Santiago. Allí la Dra. Elena Ancic de Barrios siguió ejerciendo la pediatría hasta el fin de sus días, falleciendo a la que hoy se consideraría temprana edad de 65 años, el 9 de enero de 1965. Según concluye su hija Esther: La “mami” murió con las botas puestas. Le dio un ataque de hemiplejia, y antes de eso estaba con un dolorcito, y para ella era un pecado no ir a servir al hospital, tanto niño que quedaba sin la atención de ella. Fue fundadora del Hospital Calvo Mackenna, que antes funcionaba en el edificio de las monjas. También tuvo en trabajo en Recoleta, en la calle El Manzano, en un dispensario del Seguro Obrero[8].




[1] Testimonio personal Sra. Esther Barrios, 2012.
[2] Ibíd.
[3] Actual esquina de Chiloé y José Menéndez, en donde funcionó por muchos años la Dirección del Servicio de Salud Magallanes
[4] Más información sobre estas entidades en el capítulo XIX.
[5] Revista Menéndez Behety, abril de 1926.
[6] Revista Menéndez Behety, mayo de 1926.
[7] Ibíd.
[8] Testimonio personal Sra. Esther Barrios, 2012.

sábado, 11 de julio de 2015

V. LOS MÉDICOS GENERALES (octava parte)



            Por 1919 ejercía en Punta Arenas el doctor Daniel Acuña, trasladándose luego a Puerto Natales, donde prestaba servicios rurales a las estancias de la Sociedad Explotara de Tierra del Fuego. No siendo contratado por dicha empresa ganadera, cobraba sus honorarios por cada atención. El siguiente episodio, citado a Martinic, retrata su dedicación y sacrificio por cumplir con su desempeño profesional, y también su empeño en ser retribuido en forma justa.

            (…) fue llamado varias veces desde la zona rural para prestar atención a heridos o enfermos, entre ellos a una mujer de la estancia “Cerro Guido” que tenía síntomas de aborto, por lo que su caso era urgentísimo, dada la pérdida de sangre. Para ello el doctor Acuña viajó en su propio automóvil en el que demoró seis horas en llegar a la estancia (hoy día puede hacerse el trayecto en menos de dos horas). Allí se enteró de que la enferma era la esposa del ovejero Charles Wilson, cuya casa estaba muy distante del casco principal. Cambió entonces de vehículo y luego de otras tres horas de marcha, ya en plena noche, llegó al domicilio en que se esperaba con real angustia. Cuatro horas después había concluido el procedimiento y consiguió salvar la vida de la mujer. Sus honorarios en el caso fueron de 250 libras esterlinas, de cuya cancelación demandó a la administración de la estancia, desde donde se había hecho el llamado, pago que le fue negado por cuanto se estimó que debía cancelar el ovejero Wilson. Acuña retornó enojadísimo a Puerto Natales, porque además averió su automóvil al conducir sobre una huella malísima y bajo una lluvia torrencial. Como el caso era parecido a otras experiencias anteriores, el médico reclamó a la Gerencia de Punta Arenas el abono correspondiente, afirmando que en lo sucesivo no concurriría a un nuevo llamado sin que antes se le garantizara el pago de su servicio profesional. Finalmente se le canceló lo cobrado, aunque se juzgó que se trataba de honorarios muy elevados, y se le invitó a exponer las condiciones bajo las cuales podría ofrecer sus servicios profesionales a las estancias[1].

Dr. Oscar Munizaga Ossandón
             Oscar Munizaga Ossandón, llegado en la década de 1910, sucedió a Bencur como médico de ciudad y como Director Médico de la Cruz Roja y a Ismael López como director del Hospital de Caridad.

            En 1923 se desempeñaban los médicos Alberto Molina y Álvaro Sanhueza Líbano, quienes efectuaron un estudio sobre la prevalencia del raquitismo entre la población escolar[2]. En el transcurso de esa década arribaron Irma Herrera Pérez, Osvaldo Muñoz, Alfredo Jiménez, Carlos Uhrmacher, Mauricio Heyermann, Mateo Domic y Elena Ancic de Barrios, a quien nos referiremos en el siguiente capítulo.

            La mayoría eran médicos graduados en el país, con excepciones como el doctor Carlos Uhrmacher, quien se tituló en Berlín, y Mateo Domic con estudios en Zagreb, Berlín y París. Este último fue el iniciador de la radiología en Magallanes, luego imitado para sus consultorios e introduciendo equipos de rayos X en ellos, por los doctores Alfredo Jiménez y Oscar Munizaga[3].

            En Porvenir ejercía la profesión el doctor Juan Garafulic, croata de nacimiento pero formado en Chile, que había llegado a Punta Arenas en 1925 y que se instaló posteriormente, en 1928, en el poblado fueguino, en el que permanecería por casi una década. En Puerto Natales ejercía el doctor Eugenio Retamal desde principios de los años 20, quien prologó su permanencia hasta 1930[4].

            Terminamos aquí esta reseña de los médicos que de una u otra forma pudieron haber influido en la salud de los niños, y con el menor o mayor detalle sobre cada uno de ellos según los datos de que disponemos. A contar de la doctora Ancic de Barrios nos abocaremos solamente al trabajo profesional de los pediatras, salvo aportes significativos al bienestar sanitario infantil de otros especialistas o médicos generales.

                       



[1] M. Martinic. Op. cit. Págs. 150 - 151.
[2] Ver capítulo XIII.
[3] M. Martinic. Op. cit. Pág. 192.
[4] M. Martinic. Ibíd. Págs. 192 - 193.

martes, 7 de julio de 2015

V. LOS MÉDICOS GENERALES (séptima parte)



            Para semblanza del Dr. Mateo Bencur, y por estimarla inmejorable, citamos a la letra lo escrito por Martinic en su libro La Medicina en Magallanes:

            Mateo Bencur (pronúnciase “Béntzur”), que reemplazó a Lautaro Navarro como “Médico de Ciudad”, fue el otro profesional calificado de la época inicial del siglo XX. Formado académica y científicamente en la afamada escuela médica de Viena, arribó a Punta Arenas ya maduro en 1907. Alma grande, desde un principio se hizo notar por su versación profesional, por su bonhomía y su vocación humanitaria y espíritu de servicio. Fue así que no bien establecido se incorporó de lleno a la Cruz Roja[1], institución nobilísima creada en el Territorio de Magallanes hacía pocos años, y a la que prestó servicios señalados y continuados que le ameritaron el vivo reconocimiento de la comunidad, como con razón justiciera se recordaría al tiempo de su regreso a Europa.

Dr. Mateo Bencur
                 Tal labor fue una de las vertientes a través de las que desarrolló una admirable tarea filantrópica. Pero además la ejerció como médico de entidades mutuales y societarias, y particularmente en el servicio personal como profesional libre en la atención a sectores populares de la población puntarenense. Y lo hizo con tal abnegada dedicación y generosidad que mereció ser llamado “el médico de los pobres”. Allí, en el seno del pueblo precisamente, sería larga e intensamente recordada su bondad y su atención, porque el ilustre eslovaco no sólo puso su saber y su competencia profesional para aliviar el dolor de sus pacientes, sino además porque supo distribuir con afecto el bálsamo de la esperanza y el consuelo, tanto o más reconfortante espiritualmente que los remedios para el cuerpo.

            Hizo fama entonces no sólo por la habitual gratuidad de sus servicios profesionales cada vez que concurría a un llamado, sino porque en ocasiones inclusive pagó de su peculio los remedios que alguno de sus pacientes carentes de recursos no estaba en condiciones de adquirir en farmacias. Por su figura y su carácter se correspondía con la imagen clásica del comprensivo y bondadoso médico de familia, del que tantas novelas y películas nos han dejado descripciones e imágenes conmovedoras. Más bien bajo y con barba, portando su infaltable maletín, conducía su propio sulky tirado por un caballo y llegaba hasta los lugares más apartados y pobres de Punta Arenas. Es posible que esas vivencias las recogiera en su obra literaria cimera Mat Vola (La Madre llama), aunque de ello no hay certidumbre porque la misma, escrita en eslovaco, no ha sido traducida al castellano ni a otro idioma pese al tiempo transcurrido desde su publicación. (La novela se basa en su vida de inmigrante y en sus nostalgias por la patria lejana hacia la que retornó en 1923. Bencur qu escribió bajo el seudónimo “Martin Kukucin”, es el Cervantes de los eslovacos y su obra citada, es valorada por sus compatriotas tanto como lo es El Quijote de la Mancha entre los pueblos de habla española).

Monumento a
Martín Kukucin
(Eslovaquia)
             La presencia y actividad de este profesional, que por sobre todo era un intelectual, un humanista y filósofo, habría de ser un regalo espiritual para una sociedad que por la época con tanto sabor a esfuerzo pionero en lo económico, no privilegiaba en grado suficiente los bienes del espíritu y la cultura[2].

            Bencur -o Kukucin- también fue autor de un volumen llamado Viajes por la Patagonia, el cual sin duda debe ser interesantísimo, pero incomprensiblemente tampoco ha sido traducido al castellano. El sólo título augura una lectura enriquecedora para el espíritu.

            La proverbial bondad del Dr. Bencur no fue obstáculo para denunciar con firmeza a un tal Francisco Echelli por usurpador de títulos, ya que éste pretendía abrir una droguería, haciéndose llamar dottore Echelli, no siendo más que un delincuente común de la cárcel de Ushuaia. Y en otra faceta menos conocida, sucedió al Dr. Ismael López como inspector de las casas de tolerancia, siendo a su vez reemplazado más adelante por Abraham Dodds[3] [4].



[1] Fue su Director Médico entre 1909 y 1922.
[2] M. Martinic. Op. cit. Págs. 138 - 139.
[3] S. Fugellie. Op. cit. Págs. 45 – 46.
[4] Otras referencias al Dr. Mateo Bencur en el capítulo XIV.