sábado, 28 de noviembre de 2015

XII. LA VIRUELA Y EL FIN DEL CACIQUE MULATO (primera parte)


         Es posible que el primer indígena que sucumbió a la viruela fuese Boat Memory, uno de los cuatro niños yámanas raptados por FitzRoy en 1826. Se contagió y murió en Inglaterra, siendo salvados los demás al ser vacunados. Ya hacia 1875, algún visionario -tal vez el recién arribado Dr. Thomas Fenton- había impulsado una campaña de vacunación antivariólica en Punta Arenas. Desconocemos su cobertura ni la eficacia que tuvo, pero tiene que haber sido un avance[1].
Esta enfermedad hacía aparición en Punta Arenas, o al menos hay datos sobre este año como primer brote epidémico, en 1894, en que se presentó con caracteres de relativa benignidad, como veremos[2]. La forma en que apareció es digna de mención, por dos motivos. El primero de ellos es que fue precedida de voces de alarma, ante la falta de vacunas disponibles:

Dr. Lautaro Navarro Avaria

Hacen ya dos años que la Junta de Vacuna no envia á Magallanes un vacunador para inocular el virus a los niños que en buen número han nacido durante este período de tiempo.
Seria pues, este el momento oportuno de que la Junta Central del ramo enviara un empleado para que ademas de vacunar a todos los niños de la poblacion, recorriera los campos en que se encuentran numerosas personas que no han recibido este beneficio[3].
Aunque por felicidad la viruela no ha entrado en Magallanes, sin embargo no deben descuidarse las vacunaciones porque hay siempre mucho movimiento de personas que entran y salen del Territorio y en cualquier instante podria desarrollarse una epidemia de viruelas, para la que conviene estar prevenidos[4].
El segundo motivo de notabilidad fue la hipocresía con que se presentó la viruela:
Deciamos en nuestro penúltimo número que comenzaba á desarrollarse en Punta Arenas una epidemia de varicela o viruela loca, de la que en esa fecha habia algunos enfermos.
Con los datos suministrados por el médico de ciudad Dr. Navarro, dimos una reseña jeneral de la enfermedad y del sencillísimo tratamiento que debía usarse para los afectados.
El número de casos no ha aumentado considerablemente y todos los que en esa fecha se hallaban enfermos, están ahora en plena mejoria.
Posteriormente algunas personas de las familias en cuyas casas se ha desarrollado la enfermedad, han caido bajo ella, pero sin que revista caracteres de gravedad. Hasta ahora, según sabemos, los atacados por la epidemia no pasan de doce á quince y ninguno ha muerto.
Tenemos el encargo de afirmar nuestra asercion anterior al decir que no se trata de ninguna manera de viruela verdadera, como algunas personas lo creen, alarmando infundadamente á las familias, sino en una simple epidemia de varicela, que aunque por sus manifestaciones esternas parece una afeccion mui grave, sin embargo no lo es[5].
Craso error, al menos en apariencia[6]. Una semana después se rectificaba:
Deciamos en nuestros números anteriores que se habia desarrollado una epidemia en Punta Arenas que el médico de ciudad, Dr. Navarro, calificaba, en vista de los primeros casos observados, de varicela. (…).
Posteriormente ha aparecido un nuevo caso, tan característico, que el mismo médico de ciudad declara que se trata de verdadera viruela. El Dr. Don Florencio Middleton que tuvo ocasión de visitar a esta última enferma se presentó á la Gobernacion denunciando el hecho de que se trataba de viruela y en vista de él se nombró una comisión compuesta del referido Dr. Middleton, del médico del “Karnak” y del médico de ciudad para que en junta reconocieran á la enferma é informaran sobre el verdadero carácter de la epidemia. Los tres informes (…) afirman que la epidemia actual es viruela.




[1] M. Martinic. LA MEDICINA EN MAGALLANES. Pág. 99.
[2] M. Martinic. Op. cit. Pág. 84.
[3] No sabemos si entre las “personas” se incluía a los indígenas libres o a los que se encontraban en proceso de civilización en las misiones.
[4] Periódico “El Magallanes”, 30 de septiembre de 1894.
[5] Periódico “El Magallanes”, 21 de octubre de 1894.
[6] En medicina “nunca digas nunca”.

martes, 24 de noviembre de 2015

XI. MEDIO AMBIENTE Y SALUD INFANTIL (quinta parte)


A partir de la década de 1950 se produjo un renacer de la prosperidad magallánica con el desarrollo de la industria del petróleo y sus sucedáneos, como el gas natural, que vino a facilitar y abaratar los costos de la calefacción domiciliaria. Bien instalada y mantenida, esta fuente de calor demostró ser, además, mucho más saludable que la contaminante leña o el carbón. Las nuevas fuentes laborales atrajeron a una nueva oleada inmigratoria, mayormente proveniente de Chiloé, y la instalación de poblaciones en terrenos periféricos, con construcciones inicialmente precarias y con poca regulación, que retrotraían la situación, en esos sectores, a las mínimas condiciones de sanidad ambiental de los inicios del siglo[1].
Desde el Fuerte Bulnes en adelante, los primeros años de la colonia debieron ser para los niños un contacto permanente con la naturaleza. Conocían el nombre de cada pájaro, planta y árbol. Por cierto también se familiarizaron con los animales, y sabían a cuáles cazar, a cuáles domesticar, y a cuáles temer. Vacas, cerdos, cabras, caballos y desde fines del siglo XIX las ovejas, constituían parte del entorno doméstico. Eran pocas las familias que no tenían gatos y perros, ya incorporados como parte de las mismas. Desde los perros de los pueblos originarios, cada cual con su raza, hasta los que acompañaron a los colonizadores, estos animales tan dependientes del ser humano han sido muchas veces compañeros inseparables de los niños. Cosa buena y saludable, sin duda, especialmente si estas fieles mascotas son bien tratadas, tanto en lo afectivo como en lo sanitario.

La cosa cambia radicalmente cuando el animal doméstico deja de serlo sin dejar de habitar la ciudad[2], constituyendo un problema de salud pública. Pareciera, eso sí, vistos los antecedentes históricos, que la solución dista de ser fácil, por distintos factores que no es del caso detallar, pero la sociedad ha fallado en tomar conciencia del problema, salvo cuando aparecen las informaciones de prensa sobre las personas, especialmente niños, agredidos, mordidos o mutilados por perros callejeros. Pasada la noticia, olvidado el tema y a otra cosa mariposa. Las autoridades no se responsabilizan y la población sigue atemorizada por las jaurías de perros que se han apoderado de las calles y plazas. En los medios es tema recurrente, y lo ha sido desde los primeros años de la colonia magallánica.
En febrero de 1910 se informaba que una empresa recién creada recoge a los perros que vagan sin el collar exigido[3].




[1] M. Martinic. PUNTA ARENAS SIGLO XX. Págs. 44 y siguientes.
[2] Los que abandonan la ciudad se convierten en “asilvestrados”, adquiriendo comportamientos que en mucho se asemejan las de sus antepasados lobunos.
[3] S. Fugellie. Op. cit. Pág. 83.

sábado, 21 de noviembre de 2015

XI. MEDIO AMBIENTE Y SALUD INFANTIL (cuarta parte)


Como consecuencia de la toma de conocimiento de las deficientes condiciones sanitarias que afectaban a gran parte de población, se dio nuevo impulso a estas obras, de tal modo que a inicios de la década de 1940 dos tercios de la población regional dispusieron de servicios de agua corriente, dotación que en Punta Arenas superó el 75 % de las viviendas, y en Puerto Natales y Porvenir el 45 %; y que las redes cloacales sirvieran al 63 % de los habitantes, pero con una neta desigualdad, pues en Punta Arenas la dotación llegó a cubrir el 70 % de las casas, en tanto que en los otros dos centros urbanos provinciales se carecía por completo de tal servicio, con carácter general[1].

Hospital de Caridad
Con lo que podríamos calificar como macroambiente, vale decir, el aire puro manifestado a veces como poderosos vientos huracanados, el frío congelante, el sol rutilante del verano, las nieves y lluvias del invierno, no había problemas sanitarios. La contaminación provocada por el ser humano en el espacio común pueblerino y en la disposición de residuos domiciliarios y fecales, pese a toda lógica, tampoco alcanzó a desencadenar las enfermedades temidas. Lo que sí probó ser nefasto fue el medio ambiente puertas adentro: hacinamiento, mala ventilación, falta de higiene, deficiencias nutricionales, alcoholismo, humo de cocinas y tabaquismo, que se confabularon con la ignorancia sanitaria para desencadenar la mayor tragedia, que fue la muerte de gran parte de la población, especialmente infantil, por tuberculosis[2].
Según Fenton también el uso excesivo del carbón de leñadura y una insuficiente ventilación en las cocinas populares afectaban las vías respiratorias y facilitaban el desarrollo de enfermedades bronquiales[3].
Se hablaba, hacia mediados del siglo XX, de regular el funcionamiento de los mataderos, y el Jefe Sanitario Provincial Dr. Juan Damianovic, manifestaba que al mejorar el agua potable la ciudad de Punta Arenas podría ser considerada como una de las más higiénicas del país[4]. Entretanto y sin embargo, puede manifestarse que el deficiente servicio de agua potable es un permanente atentado a la salud colectiva, como ha quedado evidenciado con el brote epidémico de paratifus-B aparecido el año pasado[5].
Este servicio llegaba a la mayoría de las casas, pero se consideraba insuficientes los tres filtros de arena con que se potabilizaba. Se aseguraba que un filtro de arena (…) en condiciones técnicas ideales, proporciona un agua que pierde el 99 % de las bacterias, pero en Punta Arenas la insuficiente filtración (…) hace variar totalmente dicho coeficiente. Asimismo (…) no se clora, de tal manera que es susceptible de convertirse en agente transmisor de enfermedades[6]. Constituían, por cierto, notables avances el aumento de la red de desagües y el Laboratorio Químico Bromatológico Municipal, que analizaba los productos lácteos y embutidos que llegaban de Argentina en viajes prolongados y sin la refrigeración adecuada[7]. Hitos importantes, que irían incidiendo favorablemente en el control de las enfermedades infecciosas[8].




[1] M. Martinic. LA MEDICINA EN MAGALLANES. Pág. 184.
[2] Ver capítulo XIV.
[3] M. Martinic. Op. cit. Pág. 86.
[4] Revista “En Viaje”, febrero de 1944.
[5] Ibíd.
[6] Ibíd.
[7] Ibíd.
[8] M. Vieira. Magallanes y la lucha contra las enfermedades infecciosas en los niños (Parte II)

martes, 17 de noviembre de 2015

XI. MEDIO AMBIENTE Y SALUD INFANTIL (tercera parte)


En septiembre de 1895, el Injeniero Civil Federico Sibillá documentaba en El Magallanes su propuesta para la instalación de agua potable en la ciudad, afirmando que el agua con que se abastezca la ciudad debe poseer una proporción conveniente de sales de cal y magnesio [carbonatos] que á la par que le dan sabor agradable, constituyen fuentes de donde se renuevan los ajentes similares del organismo humano.
Proponía sistemas para llevar agua potable a las partes altas de la ciudad, así como hasta el muelle para abastecer a las naves. Afirmaba que por motivos presupuestarios solo se podrá proveer de agua una sola calle, es decir, solo alcanza á colocarse la cañeria matriz o surtidora, pudiéndola aprovechar únicamente los vecinos que tengan la suerte de quedar en las inmediaciones de ella hasta media cuadra en el sentido trasversal. Bastante mezquino parecía ser el aporte presupuestario para el agua potable de Punta Arenas, aunque las autoridades afirmaban que al cabo de dos años habría red ductal suficiente para abastecer de abundante agua a las casas, al muelle y a los bomberos. Y continuaba el ingeniero Sibillá:
Sin embargo, de los vecinos depende obtener tal servicio ántes de que espire el año; en efecto, debiendo quedar colocada en Octubre la cañeria surtidora, la colocacion de la distribuidora, incluso estanques purificadores y reguladores, podria hacerse en dos meses mas, si hubiera vecinos suficientemente filántropos que quisieran formar una Empresa de Agua Potable, allegando los fondos necesarios para encargar a Europa el resto de la cañeria y hacer frente a la colocacion.
Mostrando cifras y proyecciones, aseguraba un reembolso del capital en cinco años, y luego un interés de 16 % con el  mínimo de consumo de agua. Curioso concepto de la filantropía tenía Sibillá. Y concluía con una notable propuesta que, si bien no atañe a este capítulo, la incluimos por considerar interesante su particular idea de este emprendimiento: (…) podria aun, sin mayor gasto, ampliar los fines de una distribucion de agua potable: como en este caso la cañeria debe estar alejada de todo peligro de conjelar el agua contenida, podria disponerse de un manantial de fuerza hidráulica adaptable á mover una turbina, suficientemente poderosa para proporcionar doce caballos de fuerza, los que utilizados de noche para mover un dínamo eléctrico, podrían proporcionar 225 lámparas incandescentes, número suficiente para alumbrar toda la noche las calles de Punta Arenas, 16 horas; el comercio ó clubs durante 8 horas.
No hay necesidad de comparar la calidad de luz actual, la parafina, á la luz eléctrica, pues aparte del brillo, la última tiene la ventaja de ser contra incendios, circunstancia que no es de despreciar en Punta Arenas donde las construcciones son en jeneral de madera[1].

Por aquellos años se consideraba que, de instalarse el agua potable, le fuente lógica y natural sería el río de las Minas. El delegado de gobierno Mariano Guerrero Bascuñán, de efímero pero productivo gobierno -duró seis meses en el cargo- , refería que le habían contado que en las hondonadas de los cerros cercanos a Punta Arenas existía una gran laguna (…) e insinuaba la posibilidad de  estudiar esta fuente y no continuar con la del río de las Minas, que arrastra elementos en descomposición[2]. En 1897 escribía Robustiano Vera: El agua que se consume (…) está corrompida por las filtraciones (…). Se espera en esa ciudad pestes i toda clase de enfermedades ¿i podrá el Gobierno ser indiferente? Se deber le llama a pensar sériamente en prevenir este mal[3].
Tanta preocupación por la calidad del agua era más que justificada, pero las terribles enfermedades vendrían, con el cambio de siglo, no por el agua sino por el aire[4]. Y a pesar de tanto pesimismo, la municipalidad terminó por crearse, y con el esfuerzo económico de diversas instancias, y bajo la sabia batuta de la Comisión de Alcaldes presidida por el gobernador Fernando Chaignau[5], se dio inicio a las obras de instalación de agua potable y alcantarillado, entregados e inaugurados ¡por fin! en 1908, entre los festejos y algarabía de los vecinos. Inicialmente, eso sí, se captaba desde la parte alta del río de las Minas y abarcó solamente el sector central de la ciudad, y con el tiempo estos servicios se extendieron hacia la periferia urbana. El agua del río se hacía llegar por cañerías adyacentes a una red matriz de 400 metros y de la que partían las ramificaciones de distribución. Había un estanque que servía de decantador y almacén de aprovisionamiento. Este depósito permanecía descubierto y durante el invierno su congelación impedía el flujo de agua a las cañerías[6]. Rudimentarias y todo, fueron unas de las primeras instalaciones de su tipo en Chile y de Latinoamérica. Ya los niños podrían corretear por la calles sin riesgo de contraer infecciones intestinales, pero pasarían muchos años antes de que en días calurosos pudiesen chapotear en las aguas del estrecho sin el mismo riesgo, puesto que los emisarios de las alcantarillas desembocaban en el mar. Años más tarde se cumpliría el sueño de Guerrero, y el río entregaría el testimonio a la laguna Lynch y ésta, en las postrimerías del siglo XX, a la de Parrillar como fuente principal de obtención de agua potable para la ciudad de Punta Arenas.



[1] Periódico "El Magallanes”, 1 de septiembre de 1895.
[2] S. Fugellie. Op. cit. Pág. 66.
[3] R. Vera. Op. cit. Prólogo. Pág. XIV.
[4] M. Vieira. Op. cit.
[5] S. Fugellie. Op. Cit. Pág. 28.
[6] Ibíd. Pág. 66.

sábado, 14 de noviembre de 2015

XI. MEDIO AMBIENTE Y SALUD INFANTIL (segunda parte)


Ese mismo año de las prohibiciones -1855- Schythe informaba que, aparte de la obtenida del puente para arriba, la población se surtía de agua de los tres pozos artesianos que he abierto en la ciudad[1].
1919
Y sin embargo sucedía que, obviando brotes ocasionales y de poca gravedad, a pesar de esta pésima condición no hai enfermedades como fiebres tifoideas, disenterías, etc. No se ha demostrado aquí el cólera asiático pues no ha habido un solo caso[2]. Se mantuvo durante años esta actitud vigilante, que pudiéramos comparar con una verdadera expectación armada, ante la amenaza cierta y asumida, constituida por la contaminación de las aguas. Se temía que, si no se hacía algo para mejorar la higiene ambiental, sobrevendría algo pavoroso.
En noviembre de 1894, “El Magallanes”, exponía en su editorial la situación de los países europeos respecto al consumo de agua potable, como comparación con la realidad puntarenense:
No hay en Europa aldea, por humilde que sea, que no cuente con una fuente pura y con cañería de agua potable, seria muy difícil á sus habitantes concebir que pueda existir en el mundo un lugar tan dejado de la mano de Dios y del… Gobierno, que tenga que apagar su sed con agua estraida de norias, perforadas á corta distancia de las cloacas ó de los pozos donde se arrojan las aguas sucias y los desperdicios de la cocina. Sin embargo, esto sucede precisamente en Punta Arenas. Ah! Si se examinara al microscopio, se encontraria que esa agua no contiene familias de microbios por millones, sino por miriades de millones. Casi puede disculparse se beba tanto vino, tanto licor, porque entre ser pasto de microbios ó el sueño de una embriaguez, hay motivo para preferir lo último.
(…)
Será ilusorio esperar que el Gobierno se decida á pensar en modificar la situación actual respecto á agua potable ni ninguna otra, por mas que ellas afecten á la vida misma de la Colonia. Encerrado en el marco de hierro de los presupuestos, cuyos ítems son el caballo de batalla de los políticos de todos los partidos, le será imposible inflarlos un poquito en beneficio de Punta Arenas.
A continuación hacía un llamado al Gobierno a crear la municipalidad de Punta Arenas, con lo cual, estimaba el periódico, se facilitaría la ejecución de obras en beneficio de la población. Y concluía: Lo malo es que no prestaran oido á nuestras peticiones porque ni se preocupan de nosotros, ni nos leen. Esa es la verdad[3].
Lautaro Navarro refrendaba las observaciones ya expuestas, diciendo que en 1898 todo el vecindario se proveía de agua de pozos i a pocos metros de éstos se hallaban las fosas-letrinas. Las basuras, los desperdicios no se estraían, se enterraban en otros fosos i cuando se llenaban, se abrían nuevos al lado. Así se iba infectando el suelo.
 Por suerte la temperatura, de ordinario baja, impide las fermentaciones en grande escala, i por otra parte los fuertes vientos (…) arrastran los miasmas i secan rápidamente el suelo.
No había reglamentación alguna en materia de hijiene pública. Nos bastará recordar las condiciones en que se beneficiaban los animales cuya carne consumía el público, en inmundos casuchos de madera, sin piso, situados en la orilla del río[4].




[1] R. Vera. Op. cit. Pág. 126.
[2] Carta de 8-XI-1888 del Dr. Lautaro Navarro al Dr. Eduardo Moore, de Santiago. Citado por M. Martinic en Op. cit. Pág. 85.
[3] Periódico “El Magallanes”, 25 de noviembre de 1894.
[4] L. Navarro. Censo Jeneral de Población i Edificación, Industria, Ganadería i Minería del Territorio de Magallanes República de Chile. (Punta Arenas, 1908), tomo II, págs. 399 y 400. Citado por M. Martinic en PUNTA ARENAS SIGLO XX. Págs. 176 - 177. 

martes, 10 de noviembre de 2015

XI. MEDIO AMBIENTE Y SALUD INFANTIL (primera parte)


Medio ambiente es todo lo que no soy yo.
(Albert Einstein)

            Independientemente de la presencia o no de niños, desde la fundación de Fuerte Bulnes en adelante la preocupación sanitaria fundamental estribaba en los posibles efectos deletéreos del clima austral. Tanto más importaba, por cuanto a partir de 1853 Magallanes pasó a ser zona colonizadora, y los gobiernos impulsaron, con diversas franquicias, la llegada de gente que quisiera instalarse en estas tierras, y como uno de los anzuelos se promocionaba la benignidad del clima[1]. De modo, entonces, que era de interés estratégico desestimar el rigor del frío y de los vientos como elementos nocivos. Independientemente del eventual sesgo de sus apreciaciones, en gran parte era cierto, y al menos no parece haber habido en los niños mayores estragos que los que a la sazón se producían en zonas más templadas del país. Ya desde el Fuerte Bulnes, con los informes de Bernardo Philippi, luego del cirujano José María Betelú, y pasando por el gobernador Jorge Cristián Schythe[2], el Gobernador Oscar Viel Toro[3], el Gobernador Francisco Sampaio y el Dr. Thomas Fenton y hasta otros más adelante, corroborarían enfáticamente tal aserto[4].

Punta Arenas hacia 1882
Así es como el Gobernador Jorge Schythe informaba: …el temperamento (clima) es benigno, considerando la latitud, saludable y vivificante. Más tarde el Gobernador Viel declaraba que la colonia poseía inmejorable clima, no conociéndose epidemia alguna como las que diezman a la República Argentina[5]. En 1883 el Gobernador Francisco Sampaio informaba al Supremo Gobierno: La temperatura es regularmente benigna y tan sana, que son del todo desconocidas las enfermedades epidémicas, y sin que hasta la fecha se haya notado ninguna contagiosa. Contemporáneamente Fenton escribía: … el clima de este Territorio es uno de los más hijiénicos que se puede conocer; sobre todo, la estación de verano favorece en mucho a los enfermos de tisis, bronquitis, tercianas i disentería; i tengo por esperiencia que todo individuo que arriba a estas playas sufriendo dichas enfermedades, obtengo resultados felices en su tratamiento, i mui especialmente en los niños[6]. En su libro de 1897, refrendaba también Robustiano Vera: (…) poco a poco tendrá que ser el centro de un emigración voluntaria, por mas que se diga que su clima es frio, único ataque que se puede hacer, por los que no conocen esas localidades. Mas a éstos respondemos que no por eso deja de ser sano, puesto que no hai allí pestes ni enfermedades que hagan peligrar la vida de sus moradores. Léjos de eso, su clima es inmejorable para ciertas enfermedades, como ser las del hígado i del pulmón[7].
Si bien es cierto el medio ambiente natural parecía ser inofensivo para la propagación de enfermedades infecciosos, o para otras como las de tipo reumático, el problema estribaba, según temían las autoridades sanitarias y administrativas de la época, en las deficientes condiciones higiénicas del asentamiento humano. Esta materia estuvo en la palestra pública durante toda la segunda mitad del siglo XIX. Hacia 1855 el Gobernador Schythe había dictado una serie prohibiciones para los habitantes de la colonia, entre las cuales destacan: Prohibición de lavar ropa i útiles de cocina o votar inmundicias en el rio de Punta Arenas del puente para arriba, por ser este rio de donde se toma el agua potable, bajo multa de $ 2. A los habitantes de las casas de la calle principal se les prohibía arrojar en ella agua, basuras o inmundicias, bajo multa de 1 a 3 pesos[8]. Ese mismo año de las prohibiciones -1855- Schythe informaba que, aparte de la obtenida del puente para arriba, la población se surtía de agua de los tres pozos artesianos que he abierto en la ciudad.
Claro, porque la situación era la siguiente: la mayoría de las viviendas, de por sí bastante precarias y otras que no lo eran tanto, ante la ausencia de agua corriente y especialmente de desagües, tenían en sus patios tanto el pozo para extracción como la letrina, popularmente conocida en nuestro país como “las casitas”. Solían estar lo suficientemente próximas entre ellas como para que, a través de las napas subterráneas, constituyeran verdaderos vasos comunicantes. Demás está comentar el riesgo que ello conllevaba, y con justa razón se temía la aparición del cólera, las disenterías  –como en un brote en 1887- y la fiebre tifoidea, entre otras. Por otra parte, si nos ponemos en el caso de una persona que, durante la noche y con temperaturas muy por debajo de las de congelamiento, requiriera urgentemente evacuar los productos finales de la digestión, no saldría a la letrina sino emplearía una bacinica, cuyo contenido terminaba muchas veces arrojado al patio o hacia la calle. También se solía disponer así de restos alimentarios, aguas de aseo personal y de la casa. Era propio también de los hábitos vecinales de entonces, como lo sería también por largo tiempo, el arrojar aguas servidas a la calle, que al quedar apozadas en acequias se descomponían dejando en el aire ambiente un hedor característico, más perceptible en los días calmos, lo que molestaba especialmente a los visitantes extraños[9]. Por falta de desagües o acequias con desniveles adecuados -pese a los esfuerzos de algunas autoridades-, estas aguas quedaban estancadas en las calles, formando pozones malolientes, entre los cuales jugaban los niños de entonces.



[1] M. Vieira. La lucha contra las enfermedades infecciosas de los niños en la Región de Magallanes (Parte I).
[2] Informe en 1857.
[3] Memoria administrativa 1868 - 71.
[4] M. Martinic. LA MEDICINA EN MAGALLANES. Págs. 79 - 82.
[5] Se refería a la fiebre amarilla, ignorándose por aquel tiempo su modo de transmisión, ya que el mismo frío haría imposible la proliferación del mosquito Aedes aegypti.
[6] Informe especial sobre meteorología, climatología y estado sanitario, incluido en oficio número 22-IV-1880. En Correspondencia Gobernación de Magallanes 1880. Archivo Ministerio de RR. EE. Citado por M. Martinic en Op. cit. Págs 81 -82.
[7] R. Vera. Op. cit. Prólogo. Pág. X.
[8] R. Vera. Ibíd. Págs. 130 - 131.
[9] M. Martinic. Op. cit. Pág. 84.

sábado, 7 de noviembre de 2015

X. LAS MISIONES: UN GENOCIDIO BIEN INTENCIONADO (novena parte)


En su libro de 1897 Robustiano Vera expresa juicios absolutamente reñidos con las impresiones que van quedando en nuestro entendimiento tras examinar los escritos de los Bridges, de Gusinde, de Fagnano y de tantos laicos imparciales que fueron testigos de las costumbres de los indígenas. Frases como: Los indíjenas de allí son los últimos en el nivel de la raza humana i por eso nada mas difícil que educar i civilizar a salvajes en condiciones tan inferiores a toda raza conocida[1] son desafortunadas en extremo, y sólo revelan la ignorancia de quien nunca tuvo contacto con estas gentes. Éste y otros pasajes de su libro, en que describe costumbres que no se encuentran en otros escritos, demuestran que la antropología indígena no era el fuerte de don Robustiano. No obstante, en otras materias aportaba datos interesantes, especialmente en lo que se refiere a la colonización de Magallanes, y en lo que respecta  a los niños en San Rafael, decía que Los niños ocupan un galpón que es taller i escuela, a la vez que dormitorio. Las niñitas se reciben en la escuela titulada de María Auxiliadora. A todos se les enseña a leer, escribir, el catecismo i nociones mui elementales de jeografia y aritmética. Los maestros son, como se ha dicho, italianos i por lo tanto, no son los mas aptos para la enseñanza del castellano i poderse hacer comprender de sus educandos[2].

Misión San Rafael
En 1901 se presentaba en Dawson el P. Pablo Albera, Visitador Extraordinario de las Obras Salesianas de América. Su secretario anotaba: Esta desventurada raza parece que está destinada a perecer, tanto por la guerra que se les hace para destruirla, como por enfermedades importadas por extranjeros, contribuyendo también mucho la pérdida de sangre que degenera en tisis[3].
Tal como el sarampión en las misiones anglicanas, el golpe de gracia en Dawson parece haber sido la escarlatina: Después de la epidemia de escarlatina de 1905, la misión comienza a agonizar. Les atacó a los pobres indígenas a casi todos simultáneamente. Una fiebre elevadísima parecía devorarlos. Se les aconsejaba no se movieran de la cama y que tomaran en abundancia bebidas calientes y sudoríferas que les proporcionaban amenazándoles que si no obedecían morirían inevitablemente. Hablar al viento. Apenas quedaban solos salían de la cama, recostándose sobre el suelo, bebiendo agua fría cuanto más podían. Tenderse sobre la hierba fresca era para ellos el mayor alivio. La muerte hizo estragos y contados fueron los atacados que no sucumbieron. La misión se redujo casi a la nada[4]. Obviando lo dramático del relato, los aborígenes parecían bastante más acertados que los padres salesianos en cuanto al manejo de la fiebre.
Entre 1905 y 1906 fueron además víctimas de una epidemia de viruela que diezmó a casi toda la población tehuelche, y en la misión quedaron solamente 82 fueguinos. Según el censo de 1906, (…) el uso de vestidos, el cambio de alimentación, de comidas preparadas i calientes, el dormir bajo techo i con cierto abrigo, parece que lejos de serles beneficioso les ha sido fatal[5]. Vera ya había advertido en 1897: Se nota que el indio fueguino, una vez que se le arranca de sus costumbres i se le civiliza, le entra tisis galopante i fallece. No se sabe a qué atribuir este resultado[6].  
Pese a todas las evidencias en contrario, se sucedieron hasta el final de la misión las controversias y rumores respecto a la intención civilizadora de los salesianos. En 1909 Se reciben noticias de la isla Dawson respecto al maltrato dado a los indígenas relegados en ese lugar. Las autoridades esperan mayores antecedentes para intervenir[7]
El 23 de septiembre de 1911, después de 22 años, siete meses y 20 días, se embarcaron con destino a Punta Arenas 10 salesianos, 4 hijas de María Auxiliadora y 25 indígenas que serían enviados a la Misión de La Candelaria en Argentina[8] [9]. La viruela, la tuberculosis, la escarlatina y otras enfermedades habían acabado con el resto[10].



[1] R. Vera. Op. cit. Pág. 269
[2] R. Vera. Ibíd. Pags. 337 - 338.
[3] F. Aliaga. Op. cit.
[4] F. Aliaga. Ibíd.
[5] M. S. Orellana. Op. cit.
[6] R. Vera. Op. cit. Pág. 379.
[7] S. Fugellie: Op. cit. Pág. 20.
[8] M. Martinic. Centenario del cierre de la misión de Dawson.
[9] F. Aliaga. Op. cit.
[10] M. Vieira. Op. cit.