sábado, 31 de octubre de 2015

X. LAS MISIONES: UN GENOCIDIO BIEN INTENCIONADO (séptima parte)


Lucas Bridges emite su testimonio imparcial, si no en cuanto a las utilidades económicas, al menos en cuanto a las condiciones en que vivían los indígenas, relatando que de viaje en un vaporcito que tocaba en la misión salesiana, desembarqué en la isla Dawson, donde estaban confinados varios cientos de onas. Las mujeres tejían mantas y telas bajo la dirección de las hermanas y cierto número de hombres cortaban madera destinada principalmente a Punta Arenas. Cuando visité el aserradero, hablé a los indios en su propio idioma y todos me rodearon. Muchos de ellos eran magníficos ejemplares, pero Hektliohlh, a pesar de no ser el de mayor estatura, se destacaba por su porte y gallardía.

(…)
El trabajo se paralizó completamente, y como los hermanos laicos parecían intranquilos por esta interrupción, me retiré. Cuando dejaron el trabajo, pude hablar con Hektliohlh (…) parecía no tener queja en cuanto al trato que recibía, pero estaba muy triste por haber perdido su libertad. Mirando con ansia hacia las distantes montañas de su tierra natal dijo con un suspiro:
-Shouwe t-maten ya (la nostalgia me está matando).
Y así fue verdaderamente: no sobrevivió mucho tiempo. La libertad es preciosa para los hombres blancos; para los salvajes, habitantes del bosque, es una verdadera necesidad[1].
En 1895 Monseñor Fagnano escribía el Presidente Pedro Montt relatando los progresos de la misión entre los que incluía las enseñanzas recibidas por los niños: las niñas aprendían planchado, costura, y cocina y a su vez los niños aritmética y música instrumental, además de la lectura y escritura para ambos géneros. Por aquel año la misión de Dawson contaba con 215 indígenas, la mayoría sélknam, y al final del año habían fallecido treinta[2]. La gran mayoría de estos aborígenes murieron de tuberculosis, y otros de gripe y sarampión. De la ya escuálida población sélknam de Tierra del Fuego, unos 900 indios fueron a parar a Dawson durante los años que se mantuvo activa la misión de San Rafael[3] . De éstos, 825 murieron antes de su cierre definitivo. Esta terrible mortandad no se debía a negligencia, ni a la falta de abrigo, ni a la mala alimentación, como observaba ya en 1894 un colaborador de “El Magallanes” respecto a los niños:
El dormitorio de los niños es espacioso y mui aereado. Sus camas no son de primer órden, pero tienen abrigo suficiente.
A las doce se tocó la campana para ir al comedor y presenciamos el almuerzo de los niños. Se les sirvió un buen plato de sopa, un trozo de carne cocida con legumbres y cada uno tenia su gran trozo de pan. No diremos que esos muchachos indios comen con estricta elegancia (…)
Respecto á su traje, es mui sencillo, pero van bien cubiertos y abrigados[4].
Tras otras varias consideraciones, reflexionaba el cronista:
Y como conclusión: ¿cuál es el por venir de estos indios?
Como hemos dicho antes, su número disminuye sensiblemente. A lo ménos los alacalufes son ya raros: una que otra canoa sale al encuentro de los vapores para pedir galletas y tabaco.
¿Conseguirá la misión de San Rafael civilizarlos y sacarlos de esa vida aventurera y de miserias? Mucho lo dudamos.
¿Qué ha obtenido la misión protestante de Usuhaia despues de 25 años de trabajo? Casi nada, porque fuera de unos pocos indios que han llevado á Europa para mostrarlos como cosa curiosa y otros pocos que están en la misión, los demas llevan la misma vida de ántes. Mas aun, se ha notado que indios que han quedado algunos años en Europa llevando una vida de comodidades, al llegar á las áridas playas de la Tierra del Fuego, han abandonado esas comodidades y vuelto con placer á la vida salvaje de antes.
¿Obtendrá el mismo resultado la mision Salesiana de San Rafael? Los mismos jefes de esta mision nos han dicho que no esperan civilizar á los indios adultos. Lo que ellos persiguen es atraer á las familias fueguinas á Dawson para que les confíen a sus hijos para educarlos. Esos niños esperan transformarlos en hombres útiles, que en cuanto á los adultos tendrán que continuar la misma vida nómade.
(…)
No creemos, pues, que haya otro recurso que dejarlos tal como están ahora, que la raza se va extinguiendo poco á poco. Distribúyaseles algun alimento y ropa y que continuen su destino.
Eso si que es digno de elojio sacarles á los niños, porque de ellos algo se puede hacer.
No se pueden cambiar así no mas las costumbres de un pueblo[5].
Fuertes y crudas opiniones, seguramente compartidas por gran parte de la población blanca, y tal vez también por muchos padres salesianos. De alguna manera estas ideas se fueron arraigando entre las autoridades, las que concedían en salvar al menos a los niños, sin poder prever que en la misión sus destinos serían fatales.



[1] L. Bridges. Op. cit. Págs. 261 – 262.
[2] M. S. Orellana. Op. cit.
[3] M. Martinic. LA MEDICINA EN MAGALLANES. Pág. 161.
[4] Periódico “El Magallanes”, 1 de abril de 1894.
[5] Periódico “El Magallanes", 15 de abril de 1894.

sábado, 24 de octubre de 2015

X. LAS MISIONES: UN GENOCIDIO BIEN INTENCIONADO (sexta parte)


La ponderación de estas consideraciones no fue suficiente para morigerar los ánimos genocidas de los dueños y capataces de las grandes estancias. Entretanto, en la misión de Dawson se seguían recibiendo indígenas, salvándoseles la vida por un tiempo, hasta que sucumbían, niños y adultos, ante el enemigo más feroz e invisible, como eran los microorganismos productores de enfermedades.
Uno que manifestaba un cinismo desvergonzado era McInch -nombre ficticio[1], según Bridges- cazador de indígenas de Río Grande, quien opinaba que al matarlos se realizaba una acción humanitaria, siempre que se tuviera el coraje necesario. Explicaba que esa gente nunca podría convivir con blancos, y cuanto más pronto fueran exterminados, mejor, pues era una crueldad tenerlos cautivos, aunque fuera en una Misión, donde languidecían o morían de enfermedades importadas[2]. De esto último tenía razón, pero sin duda era el mal menor.

La prosperidad de este verdadero poblado en Dawson hizo reaccionar a funcionarios anticlericales, instigados por el periódico “El Magallanes”, el que acusaba a los salesianos de estar enriqueciéndose a costa de territorios estatales y con la mano de obra indígena. Monseñor Fagnano fue el principal blanco de las críticas[3]. Y como botón de muestra, y a propósito de la compra por parte de la Congregación Salesiana de la manzana 92 de Punta Arenas, la publicación decía que, (…) a título de curiosidad damos á continuación una nómina de los bienes conocidos que forman la modesta fortuna que estos reverendos padres salesianos supieron adquirir en el breve término de ocho años que residen en estas pobres, desiertas y salvajes rejiones, plagadas de indígenas antropófagos, cuya civilización realizan con tan industriosos resultados. Adjuntábase un listado de bienes muebles e inmuebles, así como las ganancias obtenidas en la explotación de Dawson, que llegaba, según el “El Magallanes”, a un total de 984.000 pesos, cantidad enorme de dinero para los tiempos. Concluía, siguiendo con el sarcasmo de las primeras líneas:
Hay que agregar aun un aserradero que va á establecerse en Dawson y otras empresas inéditas, con todo lo cual se redondea con creces el milloncito.
¡Pobrecitos!
¡Te Deum laudamus![4]
Esta crónica dio lugar a un ácido intercambio de declaraciones publicadas tanto en “La Razón” como en “El Magallanes”, de las cuales no daremos detalle por escapar a lo que interesa en este capítulo. Una pequeña nota de prensa, supuestamente originada en “El Sur” de Concepción, daba cuenta de que (…) parece que el Gobierno reemplazará por misiones franciscanas las de los padres salesianos que están en la Tierra del Fuego[5], cosa que nunca llegó a suceder.  La consecuencia inmediata, en todo caso, fue que el Almirante Manuel Señoret, socio fundador de “El Magallanes” y a la sazón Gobernador de la colonia, quiso entonces implantar una suerte de misión laica, vale decir, civilización sin evangelización, proyecto que sufrió el más rotundo de los fracasos[6]. Todas las acciones antisalesianas en todo caso fueron al menos parcialmente aplacadas con la visita del Presidente de la República don Federico Errázuriz a Dawson en 1899, en que manifestó una favorable impresión respecto a la obra de la misión. Las autoridades coloniales representantes del Supremo Gobierno, en consecuencia, no pudieron seguir denostando tan abiertamente a la gestión misional[7].




[1] Las evidencias apuntan a que se trataba del tristemente célebre Alexis MacLennan, conocido por su apodo de “Chancho Colorado”.
[2] L. Bridges. Op. cit. Pág. 263.
[3] F. Aliaga. Op. cit.
[4] Periódico “El Magallanes”, 28 de abril de 1895.
[5] Periódico “El Magallanes”, 12 de mayo de 1895.
[6] Mayor abundamiento sobre este tema en el capítulo XVIII.
[7] M. S. Orellana. Op. cit.

lunes, 19 de octubre de 2015

X. LAS MISIONES: UN GENOCIDIO BIEN INTENCIONADO (quinta parte)


¿Cómo y por qué llegaban los indígenas a las misiones? Algunos ganaderos dejaron de pagar una libra esterlina por cabeza de aborigen, y en cambio les pagaban esa misma cantidad a los misioneros para que se hicieran cargo[1]. Unos llegaban en forma voluntaria y, los más, prácticamente arreados por las autoridades. Los gobiernos se identificaban con las grandes empresas ganaderas, que de ellas dependía el progreso y desarrollo de la zona, y los indígenas constituían un estorbo. No cesaba la violencia, y a lo largo de 1894 se sucedieron una serie de enfrentamientos especialmente sangrientos entre blancos e indígenas, con muertes por ambos bandos, y a propósito de una de ellas, en que resultó muerto a hachazos el capitán de un cutter, “El Magallanes” escribía:
Estas escenas trájicas se repiten con alguna frecuencia en el estrecho de Magallanes y han costado la vida á muchos individuos. Lo sucedido á la Teresita B. ha tenido lugar á mui pocas millas de la Isla Dawson, punto donde está situada la misión de los Padres Salesianos. Mas aun, una de la cuatro embarcaciones que llevaban los indios, no era una canoa de las que ellos construyen, sino una chata. Los indios, según declaran Sgonvich y Ferreira, hablaban español mui correcto, de donde deducen esos dos infelices que los indios que los han asaltado son de los que frecuentan la misión salesiana de la Isla Dawson.

¿Que remedio debe adoptarse para evitar atentados como el que referimos?
Hemos oido á los mismos sacerdotes salesianos que nada debe esperarse de los indios fueguinos adultos los que son refractarios á toda civilizacion. Entónces que se haga una campaña para recojerlos y distribuirlos en donde no puedan hacer daño.
El Gobierno de Chile subvenciona con una buena suma las misiones salesianas de Isla Dawson. Si esto no produce efecto adóptese otro medio, pues es realmente vergonzoso que en el Estrecho de Magallanes, frecuentado diariamente por vapores se desarrollen escenas de sangre como las que relatamos.
En último caso, hágase una campaña de exterminio contra los indios adultos y déjese los niños á cargo de los salesianos ya que ellos creen poder civilizarlos, pero que no veamos repetirse escenas como la anterior que avergüenzan a un país como Chile que ocupa un rango entre las naciones civilizadas.
Hay circunstancias en que la cruz no produce efecto; adóptese, pues, la espada y el rifle, pero es preciso concluir con esto[2].
Estas desafortunadas opiniones probablemente provocaron el alzamiento de algunas voces de protesta -eclesiásticas, con toda seguridad- ya que fueron reconsideradas y corregidas en una edición posterior del mismo periódico, el que terminó por editorializar, una semana más tarde[3]:
CIVILIZACION Y BARBARIA
El sangriento episódio de que fué teatro la Bahía Hidden (…) ha puesto á la órden del día el problema del destino de la raza indíjena en Magallanes. El Supremo Gobierno ha concedido en arriendo las estensas pampas de la Patagonia y de la Tierra del Fuego, donde antes encontraban fácil ocupacion y alimento abundante en la caza del huanaco y de la aveztruz las numerosas tribus nómades que poblaban aquellas comarcas. Los alambrados cierran ahora el paso a los indios; el aveztruz tiende á desaparecer y el huanaco cede sus pastosos campos á la oveja. (…) el fueguino ha tenido que retroceder hacia el mar y la rejion boscosa (…) y las dificultades para proporcionarse alimento crecen dia á dia, no siendo raro que pague con su vida la caza de algún huanaco blanco.
¿Qué argumento sería bastante poderoso para hacer comprender á estos indígenas el lejítimo proceder del hombre civilizado al establecerse ahí y defender con el rifle sus rebaños?
¿Quién los convencerá de que es justo y equitativo el haberlos desposeido á ellos de los medios que les había concedido la naturaleza para alimentarse y vivir? ¿Para qué quiere el hombre blanco tanto ganado?
Si los indios piensan que no hai nada mas bárbaro que la civilizacion, están en la verdad. Porque la civilizacion, que estaba en el deber de hacerlo no ha tomado en cuenta la situacion en que los dejaba á ellos al invadir estas rejiones; el indio no tiene nociones de derecho ni de propiedad; cree con razon que todo lo creado pertenece por igual á todos los habitantes; la tierra al que en ella nace, el cuadrúpedo á quien lo caza. ¿Como podrá jamas aceptar que los estranjeros tengan derecho á ocupar las tierras en que ellos vivian y á cazar los huanacos y que a su vez los indios no lo tengan para cazar la oveja ni para vivir en las comarcas en que siempre han vivido antes?
Es la lucha entre la civilizacion y la barbaria. Como siempre esta última ha de ser vencida, y justo es que lo sea: el carro de la civilizacion y el progreso de la humanidad no puede detener su marcha hácia adelante por un puñado de bárbaros. Pero la lucha ha de convertirse para estos en lucha desesperada para la vida si la civilizacion no hace algo para asimilárselos y por reemplazarles los medios de existencia de que los vá privando en su avance incesante.
(…) ¿Qué hemos hecho para suplir los bienes que les hemos quitado? Nada. ¿Qué hemos hecho para enseñarles á buscar la satisfaccion de sus necesidades en la industria, en el trabajo? Nada tampoco.
(…) fuerza es que acudan al robo y al pillaje de los ganados de las haciendas para alimentarse y vivir. Hacen exactamente lo que haria un hombre civilizado en iguales circunstancias.
Creemos haber hecho lo bastante con subvencionar y entregar á la Congregacion Salesiana la Isla Dawson para civilizar los indios. Pero los medios de que disponen y la obra civilizadora de los padres salesianos apénas ha alcanzado á los indios yaganes[4] (…) Los onas (…) ninguno de ellos ha pisado jamás en la isla Dawson y la influencia bienhechora de la civilizacion no ha llegado por lo tanto hasta ellos.
Los onas se han refujiado (…) en el fondo de la bahia Inútil. (…) ¿Qué va á ser de ellos ahora que la compañia explotadora de la Tierra del Fuego ha comenzado á alambrar esos campos y á poblarlos de ovejas y bien armados pastores?
Consideramos que ha llegado el momento de tomar alguna medida. No sabemos hasta adonde puede llevar á los indios la desesperacion de la necesidad y de su situacion, ni hasta adonde puede llegar el celo de los ovejeros por la defensa de lo que á mui justo título creen su propiedad[5].



[1] F. Aliaga. Op. cit.
[2] Periódico “El Magallanes”, 11 de marzo de 1894.
[3] Inicialmente “El Magallanes” aparecía dos veces por semana.
[4] Editorial publicado a comienzos de 1894. Más adelante fueron llevados a la misión una gran cantidad de sélknam.
[5] Periódico “El Magallanes”, 18 de marzo de 1894.

sábado, 17 de octubre de 2015

X. LAS MISIONES: UN GENOCIDIO BIEN INTENCIONADO (cuarta parte)


Fagnano debió viajar a Italia en busca de misioneros, llevando consigo una indiecita sélknam, la que tuvo un breve encuentro con el mismísimo Don Bosco antes de que éste falleciera el 31 de enero de 1888. Esta niña fue bautizada como Luisa Peña, y pasó a ser la primera alumna del futuro colegio María Auxiliadora en Punta Arenas[1].
La otra misión, fundada más tarde, fue La Candelaria en Río Grande, Argentina[2]. Estos espacios misioneros reduccionales tenían como propósito la cristianización y educación de los indígenas, en que aprenderían oficios que autoabastecieran la misión y que cambiarían por completo su cultura, sentido religioso y vida cotidiana[3].  Contaban con apoyo gubernamental, puesto que por aquellos años el Estado era confesional católico, lo que se materializaba con una subvención de seis mil pesos destinados a vestimenta, alimento, viviendas y todo lo que ayudara a civilizar a los indígenas[4].


Para 1895 el casco de la misión de San Rafael se encontraba situado cerca de la playa de Puerto Harris, y los montes a sus espaldas le proporcionaban una buena protección contra el viento. Contaba con un camino desde el muelle, iglesia, casa de los salesianos, casa de las monjas, escuela de niños y escuela de niñas[5], talleres, hospital, panadería, bodega de provisiones, matadero, carnicería y casas de las familias indígenas[6] [7]. Una casa un poco más grande que las de las familias era ocupada por las mujeres viudas. Los niños y niñas huérfanos tenían sus alojamientos separados, a cargo de los sacerdotes y de las hermanas de María Auxiliadora, respectivamente. Se trajo un aserradero completo desde Europa y se instaló en Dawson, ante el asombro inicial de los indígenas, que veían cómo entraban troncos y salían tablas[8]. La huertas aledañas proporcionaban hortalizas frescas, y hacia el norte de la isla se asentaba la estancia, que criaba  vacunos para el consumo, caballares y miles de ovejas. Y finalmente -en todo sentido- contaba con un cementerio propio, que lamentable hacia las postrimerías de la misión terminó siendo el lugar más poblado[9].




[1] M. S. Orellana. La misión salesiana en Isla Dawson: intento por evitar la extinción fueguina (1887 – 1911).
[2] M. Nicoletti. El modelo reduccional salesiano en Tierra del Fuego: educar a los “infieles”.
[3] M. Nicoletti. Ibíd.
[4] M.S. Orellana. Op. cit.
[5] Como buenos colegios salesianos, tenían una banda dirigida por un maestro de música italiano.
[6] M. Martinic. Op. cit.
[7] F. Aliaga. Op. cit.
[8] F. Aliaga. Ibíd.
[9] M. Nicoletti. Op. cit.

martes, 13 de octubre de 2015

X. LAS MISIONES: UN GENOCIDIO BIEN INTENCIONADO (tercera parte)


Y continúa Bridges: Cuando mi padre regresó de Punta Arenas, lo peor había pasado, aunque los yaganes seguían muriendo en gran cantidad; recuerdo haberlo visto salir, tanto los domingos como los días de semana, con un pico y una pala al hombro y luego regresar extenuado muy tarde por la noche. A poca distancia, en un establecimiento aislado, encontraron una familia entera muerta, salvo un niñito que mi padre trajo a casa y que mi madre y mi tía cuidaron hasta que una mujer indígena pudo hacerse cargo de él[1].


Misión de Ushuaia
¡Qué cambio se produjo! Caseríos abandonados, huertas invadidas por la maleza, ganado carneado por hambre o vendido por alcohol o escopetas de tercera categoría, y lo peor de todo, un pueblo temeroso, debilitado por la enfermedad y asolado por la muerte. La obra de la Misión estaba condenada a morir[2]. Se culpaba a las autoridades argentinas por haber diseminado el sarampión con sus donaciones de ropas para los indígenas, lo que naturalmente no tenía asidero alguno. Murieron en pocos meses cerca de seiscientos indios de los mejores y mas civilizados, de aquellos que habian constituido ya pequeñas poblaciones, pues de los indios nómades murieron pocos. Este fué el primer rudo golpe dado á la prosperidad de la mision de Ushuaia[3].
            No menos, sino más patético era lo que ocurría en la vereda del frente con las misiones católicas, como se verá en las siguientes páginas.
Con la intención de cumplir el sueño de Don Bosco de evangelizar y civilizar a los habitantes originarios de la Patagonia, arribaron a nuestras costas los Salesianos y las Hijas de María Auxiliadora. Su líder natural, por así decirlo, fue el notable sacerdote y obispo Giuseppe Fagnano. Arribado inicialmente a la Tierra del Fuego argentina, acompañando a las primeras incursiones militares colonizadoras en estos territorios, rápidamente se dio cuenta del desmedro en que se encontraban los indígenas, tanto por su propia naturaleza como por los abusos que se cometían en su contra[4].
            No escapó al sacerdote la constatación del efecto deletéreo que provocaba sobre los aborígenes el contacto con los gérmenes que transmitía el hombre blanco. Sobre un grupo que había llevado a establecerse en Punta Arenas escribía: … vi con mucho sentimiento que las dos familias iban sufriendo en su salud, tanto que a pesar de los cuidados del Sr. Dr. Lautaro Navarro y de las Hijas de María Auxiliadora perecieron del pulmón todos los individuos. Entonces, pensé en ensayar en la Isla Dawson…[5] 
Aparte de las misiones itinerantes, los salesianos establecieron fundamentalmente dos reducciones: una de ellas fue San Rafael (1889 – 1911), para lo cual consiguieron por parte del gobierno de don José Manuel Balmaceda la cesión por veinte años de la enorme Isla Dawson, de unos 1.330 km2, por decreto supremo del 11 de junio de 1890, con el objeto de establecer ahí una capilla, una enfermeria y una escuela destinada a la enseñanza de los indíjenas, además de las construcciones que se creyeren necesarias para la esplotacion de los terrenos[6]. Este decreto no hizo más que oficializar el asentamiento salesiano en la isla, puesto que la misión de hecho se fundaba el 4 de febrero de 1888, es decir, más de dos años antes. Se habían establecido en Bahía Harris, en donde intentaban establecer contacto con los kawéskar. Un muchacho de unos quince años fue el primero en vencer el temor; se deja cortar el cabello y luego después el hermano Silvestro, llevándolo a orillas del mar lo enjabona de pies a cabeza… lo viste con camisa, chaleco, chaqueta y un sombrerito rojo en la cabeza. Luego lo presenta a los demás indios quienes quedan boquiabiertos anta la transformación de su compañero…[7]




[1] L. Bridges. Op. cit. Págs. 120 -122.
[2] L. Bridges. Op. cit. Pág. 131.
[3] Periódico “El Magallanes”, 9 de junio de 1885.
[4] M. Martinic. Centenario del cierre de la misión de Dawson.
[5] F. Aliaga. Op. cit.
[6] Periódico “El Magallanes”, 18 de marzo de 1894.
[7] Simón Kusmanich B. SDB. Presencia Salesiana. 100 años en Chile. Editorial Salesina. 1990. Citado por M. S. Orellana en La misión salesiana en Isla Dawson: intento por evitar la extinción fueguina (1887 – 1911).

viernes, 9 de octubre de 2015

X. LAS MISIONES: UN GENOCIDIO BIEN INTENCIONADO (segunda parte)


El siguiente episodio, dramático por lo demás, tiene su rasgo anecdótico por el ojo clínico de las damas anglicanas, que resultó superior al de los facultativos titulados.
En 1884 arribaron a la misión de Ushuaia el Paraná y el Comodoro Py,  buques de la armada argentina. Vistas sus necesidades de pertrechos y de elementos para reparar averías, decidieron navegar hasta Punta Arenas, cosa que también aprovechó el misionero Thomas Bridges, quien se hizo acompañar de varios yámanas para ayudar con el cargamento para la misión. Cuenta su hijo Lucas:
Había a bordo del Paraná dos oficiales pilotos, pero ninguno de ellos había navegado antes por estos intrincados canales. La navegación, pues, estaba a cargo de mi padre y del yagán Henry Lory, quienes durante un tiempo alternaron en esta tarea. Luego Lory fue atacado por una fiebre violenta, y mi padre debió arreglarse solo; permaneció continuamente en el puente de mando. Al cruzar por algunos canales donde el fuerte oleaje provocado por el barco bañaba los precipicios de roca, los oficiales llegaron a sentir gran inquietud; después de una semana de mal tiempo, el Paraná y su escampavía  llegaron a salvo a Punta Arenas.
Con respecto a los indios, las cosas, desgraciadamente, no iban tan bien; durante el viaje, otros seis jóvenes yaganes fueron atacados por la misma fiebre mortal que padeció Henry Lory. El doctor Álvarez, cirujano de a bordo, diagnosticó el caso como tifoidea neumónica, y en Punta Arenas el doctor Fenton confirmó esa opinión. Se alquiló una choza para los pacientes, y mi padre, ayudado por un marinero de uno de los barcos, se quedó para atenderlos; a pesar de los solícitos cuidados y de la atención médica, sólo uno de los enfermos sobrevivió, y el pobre Henry Lory figuraba entre los muertos.
Estas seis muertes causadas por tan virulenta enfermedad inquietaron sobremanera a mi padre, pues antes de zarpar de Ushuaia, en el Paraná, varios nativos habían caído enfermos con los mismos síntomas, aunque nadie pudo suponer entonces que esta epidemia se desarrollaría con mucha intensidad. El doctor Álvarez había dejado a Whaits recetas y medicamentos. Teniendo en cuenta que los medicamentos no habían salvado a Henry Lory y los cinco yaganes, mi padre sentía gran ansiedad por lo que pudiera estar aconteciéndonos en Ushuaia.
(…)

Mr. & Mrs. Bridges y niños yámanas
1898
Mientras tanto, en Ushuaia los acontecimientos dieron razón a sus temores. Después de la salida del Paraná y el Comodoro Py, uno tras otro, los indígenas enfermaron de esa fiebre, y en pocos días murieron en tal cantidad, que no había tiempo de cavar sus fosas, y los muertos de los distritos eran simplemente sacados de sus chozas o cuando los otros ocupantes tenían suficientes fuerzas, arrastrados hasta los arbustos más cercanos.
En la Casa Stirling y en la de los Lawrence, sobre el camino, todos los niños enfermaron al mismo tiempo. En el Orfanato, la señora Whaits debía atender a treinta niños yaganes atacados de la misma epidemia. Mi madre y Yekadahby, no sabiendo nada de tifoidea neumónica, se formaron una opinión diferente a la de los doctores Álvarez y Fenton, y nos prestaron los cuidados que consideraron adecuados. La señora Lawrence y su hermana, la señorita Martin, que había venido a vivir con ellos a la Misión, estaban de acuerdo con ese diagnóstico, y la señora Whaits lo confirmó. Todas decidieron que era sarampión.

Afortunadamente ninguna de las personas mayores de la Misión, que ya habían tenido sarampión en su juventud, se contagió, lo que prueba que esta vez las señoras diagnosticaron mejor que los médicos. Es, sin embargo, extraordinario que esta enfermedad, propia de los niños, tan contagiosa en los centros civilizados y que rara vez es fatal, lo fuera para más de la mitad de la población de un distrito (…) Como nuestros antepasados, a través de varias generaciones, han padecido periódicas epidemias, nosotros, en consecuencia, tenemos un cierto grado de inmunidad contra sus estragos. En cambio, los yaganes, aunque increíblemente fuertes para soportar el frío y toda clase de molestias y aun para sobrevivir a sus heridas, no habiendo tenido nunca en el curso de su historia que enfrentar este mal, carecían de defensas para contrarrestarlo. No es difícil comprender cómo los médicos no pudieron reconocer esta enfermedad, al manifestarse en forma tan virulenta. Ni un inmunólogo podría haber hecho un análisis tan sencillo y claro como el de Lucas Bridges. Cabe también destacar que esta misma explicación vale para los indígenas de todas las etnias australes, que sucumbieron por la tuberculosis, la viruela y la escarlatina.

martes, 6 de octubre de 2015

X. LAS MISIONES: UN GENOCIDIO BIEN INTENCIONADO (primera parte)


            El porqué de la rápida extinción de las razas aborígenes en la Patagonia tiene miradas con distintos cristales. Cualquier apasionamiento en estas consideraciones las hará pecar de sesgadas, y quizá aún faltan algunos años de análisis histórico para poner las cosas en su justa medida. Es cierto, eso sí, que de muchos factores que pudieron ser determinantes en esta tragedia, hay tres que son de indudable peso: la oleada de buscadores de oro, la oleada de las grandes empresas ganaderas, y la oleada de misioneros. Mucho se ha escrito y dicho sobre las dos primeras, de modo que haremos sobre ellas un repaso somero, para detenernos extensamente en la tercera, que es más atingente a este libro[1].
            Hasta el descubrimiento del oro en la isla de Tierra del Fuego en 1878 la relación de los colonos con los indígenas era más bien pacífica, y éstos realizaban trueques de pieles y plumas por tabaco, licor y víveres. El codiciado metal atrajo la llegada de pirquineros con ganas de trabajar y hacer fortuna, pero además llegó una caterva de aventureros y facinerosos. La diversión brutal con alguna india de las que merodeaban por los asientos… significó que las relaciones entre mineros y los onas fueran en extremo violentas. Muchas veces aquellos que disponían de armas maltrataron a los indígenas, arrebatándoles sus mujeres y ocasionándoles heridos o muertos, respondiendo los naturales con asaltos a los campamentos[2]. Este intercambio carnal, en este caso forzado, habría sido el inicio de las enfermedades de transmisión sexual, hasta entonces desconocidas por los aborígenes. No había autoridad legal, y el rumano Julius Popper estableció un gobierno aparte en sus minas de oro, llegó a acuñar monedas, introdujo sellos postales, y contaba con ejército propio. La fiebre del oro también atrajo a aventureros de los bajos fondos de Europa. Cuando éstos se encontraban con indígenas, las consecuencias para los mismos eran funestas. El indio tenía fama de ser un enemigo peligroso, en cuyo territorio no se había adentrado hasta entonces ningún europeo. Cuando se acercaba a tiro de fusil lo mataban sin miramientos. Siempre luchaba en la defensiva con desventaja. No faltaban las peores violencias contra las indias[3]. Hay muchas y más atroces descripciones de varios autores, las que omitiremos por lo ya expresado más arriba.
            Cuando aún se mantenía este estado de cosas con la minería del oro, hacía su irrupción la ganadería, con la concesión de millones de hectáreas a las grandes sociedades por parte del estado. Vino el cercado de las propiedades, el maltrato a los indígenas, el robo de ganado por parte de los mismos, en suma, la violencia desatada[4]. Citamos a Borrero, autor de “La Patagonia Trágica”: … el primer trabajo a realizar era la destrucción y exterminio de los indios, como para formar una “chacra” se extirpan y destruyen previamente árboles, raíces y malas hierbas[5].
Jóvenes yámanas
1882

            Ya hacia 1851 se establecían las primeras misiones anglicanas en las comarcas aledañas al Canal Beagle, las que dirigían sus esfuerzos evangelizadores principalmente a la etnia yámana. La primera expedición con dicha intención terminó con la dramática muerte de Allan Gardiner y sus compañeros[6]. Otro intento, en 1859 en Wulaia, situada en la costa oeste de la actualmente llamada Isla Navarino, dejó sólo un sobreviviente, siendo los demás masacrados por los aborígenes. Finalmente, diez años después, el 14 de enero de 1869, el reverendo Waite H. Stirling desembarcó en Ushuaia con su famosa casa prefabricada en las Malvinas[7]. Esta vez sí se dio inicio en forma a un establecimiento misional, y a poco andar y en lo que atañe a los niños yámanas, ya había una construcción llamada el Orfanato, un hogar para niños huérfanos yaganes que estaba a cargo del matrimonio Whaits. Algo más alejada estaba la casita Stirling, que en aquellos tiempos también se usaba como iglesia, sala de reunión y escuela[8]. Como consecuencia no deseada, hacia 1882 este pueblo estaba severamente diezmado por la tuberculosis[9].



[1] M. Martinic. Op. cit. Págs. 158 - 166.
[2] M. Martinic. Panorama de la colonización en Tierra del Fuego entre 1881 – 1900.
[3] M. Gusinde. Op. cit.
[4] F. Aliaga. La Misión en la Isla Dawson (1889 – 1911).
[5] Citado por M. S. Orellana en: La misión salesiana en Isla Dawson: intento por evitar la extinción fueguina (1887 - 1911).
[6] Ver capitulo V.
[7] Actualmente la casa Stirling integra el complejo museológico de Puerto Williams.
[8] L. Bridges. Op. cit. Pág. 64.
[9] M. Martinic. Op. cit. Pág. 163.