Como
bien habrá notado el paciente lector de este libro, el niño en Magallanes no la
ha tenido fácil. Su historia sanitaria ha sido más una saga de tragedias y
penurias que de felicidad y bienestar. Pero hay algo que nada ni nadie le ha
podido quitar: la fascinación por el juego. Porque cuando una niña o un niño
juegan, olvidan aunque sea por unos instantes las dolencias físicas y del alma,
las enfermedades, el maltrato y el abandono. Especialmente es esto cierto en
las primeras etapas de la infancia, cuando el pensamiento es mágico. Es por
esto que hemos querido concluir esta modesta obra, y como adhiriéndonos a sus
estados de alegría, con una revisión de los juegos que han caracterizados a los
niños de Magallanes.
Los niños
indígenas, como hemos establecido en el primer capítulo, eran amados y bien
tratados. En lógica consecuencia, eran alegres y libres de corretear y jugar por
los campos.
Entre
los patagones o tehuelches, los muchachos
son muy alegres y juguetones. Se entretienen todo el dia con las boleadoras
hechas con los dedos de avestruces, ejercitándose en un palo que hincan en
tierra para simular un objeto viviente. A sus diminutas boleadoras nada escapa.
Bolean huanacos pequeños, avecillas i canquenes en la época de muda.
Yo conversaba con Ventura, sentado
al lado de varios caciques, sobre los sucesos de Magallanes, cuando su hijo,
muchacho pequeño, me enlazó con mucho despacio. Sólo vine á percibirlo cuando
ví que me estrechaba en el cuello el nudo corredizo. Despues el bellaco se reia
de su gracia. Y ¡ay! del perro ó ser viviente que se pusiera al alcance de su
lazo. Lo pasan en trato mui íntimo con los perros i segun me dijeron suelen
criar chingues para su entretenimiento[1].
Corroboraba Musters[2]: Las criaturas se entretienen, por lo
general, en imitar a las personas mayores: los muchachos juegan con boleadoras
diminutas y cazan perros con pequeños lazos; y las muchachas construyen
tolditos para sentarse dentro de ellos.
Niño kawéskar, 1922. Foto Martín Gusinde |
Martínez
Crovetto[3] lista los
juegos y juguetes de los niños sélknam: arco
de juguete, juegos con arco y flecha, tiro al blanco, lucha cuerpo a cuerpo,
honda de juguete, columpio o hamaca, , hamacarse cabeza abajo, juegos de
marearse, casas infantiles, muñecas, juegos en la nieve, juegos en la playa,
hacer explotar flores, resistencia al dolor, ronda de saltos, carreras pedestres,
juegos con hilo sin fin, disco zumbador, sonajeros, hacer rebotar piedras sobre
el agua, regate de proyectiles, juego de pelota. Está visto que no les
faltaba motivo para la diversión infantil.
Si algo tenían
de particular en Magallanes -respecto a latitudes chilenas más septentrionales-
las entretenciones al aire libre, éstas eran las de invierno. El frío, la nieve y la escarcha eran el hábitat natural de
los niños, los que disfrutaban intensamente esta situación. Recuerda Silvestre
Fugellie:
Cuando comenzaban a bajar los primeros copos de
nieve, como motitas de algodón, los ojos infantiles brillaban de felicidad,
puesto que la dama blanca se desprendía lentamente de su larga e inmaculada
capa. (…) A la salida de clases, el juego común era dispararse pelotitas de
nieve y deslizarse en trineos y esquíes. Esculpían monos de nieve frente a sus
hogares o en los parques. Carabineros habilitaba la calle Valdivia (Menéndez)
desde el cerro hasta la Bories, cuatro o cinco cuadras, para el deslizamiento
de trineos. Estos vehículos eran muy especiales. Los pudientes lucían los de
fábrica y los pobres improvisaban los suyos con tarros de aceite de cinco
litros, cajones enzunchados, entablados con patines desechados y otros
artefactos propios del ingenio infantil. Resbalar era goce de todos y la fiesta
gélida se prolongaba hasta avanzadas horas de la noche. En las calles rutilaban las franjas de hielo hechas
sobre los charcos por los niños que patinaban sobre ellas. Sin embargo, tal
práctica deportiva disgustaba a los padres, pero no así a los zapateros que
tenían harto trabajo de compostura[4].
Todo esto,
claro, antes de la televisión, y mucho antes de los juegos electrónicos y de la
conectividad por la internet. Parece que los inviernos incluso han perdido su
vigor, despechados y melancólicos, por la indiferencia de los niños.
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