martes, 30 de junio de 2015

V. LOS MÉDICOS GENERALES (quinta parte)



            Desde 1893 habían ido llegando a Punta Arenas médicos con el propósito de la práctica liberal de su profesión. Los primeros fueron Santiago Mac Lean, Domingo Solo de Zaldívar, Juan Tornero, Carlos Exss, Florencio Middleton, W.H. France y Luis Aguirre Cerda[1]. Algunos no resistieron las duras condiciones de vida de la colonia, y hacia fines de 1894 sólo quedaban, y quedaron durante algunos meses, sólo dos médicos en Punta Arenas: Navarro y Middleton. Esta situación se repetía en 1897, en que refiriéndose a los médicos residentes en Punta Arenas, Vera afirmaba: Existe el de ciudad, que lo es el doctor don Lautaro Navarro. Reside allí y ejerce su profesion el doctor don Florencio Middleton. Aparte de éstos, suelen bajar a tierra i prestar sus servicios los de los buques de la armada nacional cuando se estaciona alguno de ellos, i los de los buques estranjeros que pasan por el estrecho[2].

            El Dr. Santiago Mac Lean había venido en la comisión médica de 1897 y -como tantos entonces y después- se enamoró de Magallanes y decidió radicarse.

            No se sabe con certeza la relación familiar, si la hubo, entre Florencio Middleton y el doctor Luis Middleton, de trabajo transitorio en la comisión médica de 1894. En todo caso coincidieron en Punta Arenas por un breve lapso, ya que Luis, una vez terminada su tarea se devolvió antes de un año, pero Florencio se radicó por más tiempo.

Dr. Florencio Middleton
             Florencio Middleton, siendo cirujano, incursionó también en la pediatría. Publicaba el periódico “El Magallanes” la siguiente inserción:

Al recurrir á la prensa no es mi ánimo herir susceptibilidades ajenas: solo me guia el propósito de hacer público un hecho que manifiesta de una manera palpable los adelantos alcanzados por la ciencia médica en los últimos años.

            Con tal motivo me hago un deber en dar la mas formal demostracion de agradecimiento al inteligente Doctor señor Florencio Middleton, á quien se puede decir debo la vida de mi señora y la de un nuevo ser que ha venido á acrecentar mi familia.


Periódico "El Magallanes"
Septiembre 1895
            Reciba por ello mi mas desinteresado agradecimiento.

            Punta Arenas, Agosto 10 de 1894.

                                                R. Lohr.

            Sus servicios se publicitaban en El Magallanes.

El Dr. Luis Aguirre Cerda, arribado en la primera comisión médica en calidad de alumno (1892 - 1893), al obtener su título decidió radicarse más tarde en la zona, y amén de practicar su profesión en forma libre incursionó en la ganadería, siendo propietario de la estancia Cristina[3].

Joaquín Luco Arriagada arribaba por tercera vez a Punta Arenas en enero de 1895, esta vez en calidad de jefe de la Estación Sanitaria instaurada por el Supremo Gobierno, y con un sueldo de setecientos pesos. Uno de sus ayudantes era Middleton, con un sueldo de trescientos pesos[4]. Luco, quien más adelante llegaría a ser un destacado neurólogo y profesor, ya por esos años destacaba por su afabilidad y bonhomía y había entablado en sus estadías anteriores sólidos lazos de amistad, a juzgar por la bienvenida que le tributaba El Magallanes[5]. El doctor retribuía las gentilezas invitando a un paseo campestre en la hijuela del Sr. Julio Buck. Asistió una escogida concurrencia y se pasaron allí unas cuantas horas agradables. El Dr. Luco y sus compañeros de comisión (…) se esmeraron en atender a los concurrentes[6].




[1] M. Martinic. Ibíd. Pág. 135.
[2] R. Vera. Op. cit. Pág 418.
[3] M. Martinic. Ibíd.
[4] Periódico “El Magallanes”, 6 de enero de 1895.
[5] Estos atributos fueron heredados por su hijo, nuestro recordado profesor Joaquín Luco Valenzuela.
[6] Periódico “El Magallanes”, 17 de marzo de 1895.

sábado, 27 de junio de 2015

V. LOS MÉDICOS GENERALES (cuarta parte)



También floreciente empresario, la imprenta en que se forjaba El Magallanes era de su propiedad. Y cosa curiosa para un médico, aparte de tener allí su consultorio privado, el local también tenía otros giros, como que figura en los registros como Cantina-Imprenta Lautaro Navarro y Cía[1].

En el mismo Precursor se destacaba la noticia de que había sido nombrado Alcalde 1° del territorio, siguiéndoles como 2° y 3° los señores Rómulo Correa y Juan Bitsch. En febrero del año siguiente, Navarro volvía a ser noticia. A fines de ese mes se había producido un gran incendio forestal que abarcaba desde la ribera norte del río de las Minas hasta Río Seco, arrasando campos, casas y aserraderos, atizado por vientos huracanados. Hubo heridos, quemados y muertos abrasados por las llamas. Dificultosa fue la tarea de rescatar a los sobrevivientes. Acompañaban la primera comisión el médico de ciudad D. Lautaro Navarro A. y el cirujano 1° de la Cañonera Magallanes, Doctor don Manuel Valencia, quienes prestaron los mas oportunos servicios con una abnegacion y desprendimiento dignos del mayor elogio[2]. Don Juan Bitsch -propietario de un aserradero- y su familia se salvaron sumergiéndose en el riachuelo de Tres Puentes.

Cofundó también la Primera Compañía de Bomberos. Participó activamente en la administración pública, llegando a ser secretario de la Comisión de Alcaldes y gobernador interino durante un año, miembro destacado del Consejo Departamental de Hijiene y de la Junta de Beneficencia, cargo este último desde el cual fue determinante en la creación de un hospital provisorio en 1899, y uno definitivo en 1906. Combatió la viruela, llegando a vacunar gratuitamente en su domicilio[3]. Como lo anterior fuese poco y a pesar de todo el tiempo le alcanzaba, dirigió el Censo Jeneral del Territorio de Magallanes, completísima obra que guarda valiosa información y que se mantiene y se mantendrá como fuente de información para estudiosos de la historia austral. Por último, creó la Biblioteca Pública Municipal.

Periódico "El Magallanes"
Mayo 1894

Atendía a sus pacientes en su consultorio, y fue el primero que se ofrecía con publicidad en el periódico[4].

Dos hospitales de Punta Arenas han llevado -con toda justicia- su nombre: el Hospital Regional de Punta Arenas “Dr. Lautaro Navarro Avaria”, que funcionó entre 1952 y 2011, y el Hospital Clínico de Magallanes “Dr. Lautaro Navarro Avaria”, en funciones desde diciembre de 2011, en coincidencia con el centenario de su fallecimiento.

            Contemporáneamente con Fenton y Navarro, fueron pocos los médicos que llegaban a establecerse en este territorio, y en casos fundados se recurría a “Comisiones médicas” a Magallanes dispuestas por el Supremo Gobierno cuando se temía el ingreso epidémico del cólera morbus. Entonces llegó el Dr. Luis Molinare, que trajo como ayudantes a dos alumnos avanzados de medicina, Joaquín Luco y Caupolicán Pardo, y al doctor Luis Aguirre Cerda. Permanecieron en Magallanes desde setiembre de 1892 hasta mediados de 1893. A fines del año siguiente arribaron los doctores Luis Middleton, Joaquín Luco y E. Plaza, que permanecieron hasta mayo de 1895. Posteriormente estuvieron comisionados por breve tiempo los doctores Luis Puyó Molina (1896), Santiago Mac Lean (1897) y Benjamín González Lagos entre otros, desde 1900 a 1902[5]. Entre esta suerte de aves de paso es posible que algunos hayan atendido niños, aunque parece poco probable, puesto que su función parecía ser más atingente a la salubridad pública que a lo asistencial. Con excepciones, como se verá.

            Con el desarrollo de las grandes estancias ganaderas fue aumentando la población rural, en base a los trabajadores de las mismas, algunos con sus familias. Los grandes consorcios estimaron oportuno contratar médicos que aminoraran los efectos del aislamiento sanitario.

            Así fue como en 1898 la Dirección General de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego (…), conjuntamente con el vecindario de Porvenir, contrató al doctor W. E. Peacock, británico, para atender sus necesidades sanitarias. Por ese mismo tiempo también arribó el médico alemán Daniel Diehl para ejercer su profesión en la zona centro-oriental continental de Magallanes, con sede en la comarca de Morro Chico, contratado, al parecer, por la Gobernación del Territorio, como efectivamente se hizo años después, en 1903, con otro médico alemán, el doctor Ernesto Fraenkel, para desempeñarse en el importante distrito colonizador de Última Esperanza, que entonces se hallaba virtualmente aislado de Punta Arenas, el núcleo metropolitano territorial.

            Este sistema de contratación profesional debió mantenerse por largo tiempo, al menos por parte de la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego. (…) para mediados de la década de 1910, el doctor R. Joliffe y el Dr. Widow ejercían en Tierra del Fuego, así como lo hacía el doctor William H. France para la zona patagónica oriental, con residencia en Punta Arenas, y el doctor Ildefonso Díaz y Pereyro para Última Esperanza, con residencia en Puerto Natales (1917). Hacia 1918 igualmente residía en este pueblo el doctor Ernesto Wlotzka, cuyo ejercicio profesional también pareció comprender la zona rural tributaria, inclusive más allá de la frontera internacional[6].




[1] S. Fugellie. Op. cit. Pág. 27.
[2] Periódico “El Magallanes”, 25 de febrero de 1894.
[3] Ver capítulo XII.
[4] Periódico “El Magallanes”, 27 de mayo de 1894.
[5] M. Martinic. Op. cit. Págs. 134 - 135.
[6] M. Martinic. Ibíd. Págs. 149 - 150.

martes, 23 de junio de 2015

V. LOS MÉDICOS GENERALES (tercera parte)


            El más notable entre los notables, y el más ilustre, fue sin duda el Dr. Lautaro Navarro Avaria. Fue el primer médico de la colonia nacido en Chile, titulado en la Universidad de Chile. Sucedió a Fenton, y como aquél, se radicó definitivamente en Punta Arenas desde su llegada en 1886 hasta su fallecimiento, igualmente joven.
Lautaro Navarro Avaria

Con la designación de médico de ciudad, en 1889 pasó a ser la máxima autoridad sanitaria, cumpliendo su cometido con creces.

Emprendedor y multifacético, cofundó el periódico El Magallanes en 1894, que fuera el primer impreso de la región. El 25 de diciembre de 1893 se publicaba El Precursor de “El Magallanes” con una encendida editorial firmada por L.N.A., anunciando la próxima aparición, al año siguiente, del periódico[1]:

La Colonia de Magallanes ha cumplido en 1893 cincuenta años de existencia. El 21 de septiembre de 1843 el Gobierno de Chile cuyos destinos regía Don Manuel Bulnes, plantó la Bandera tricolor en el antiguo puerto de San Felipe o del Hambre, tomando así posesión en nombre de Chile del Estrecho de Magallanes[2].

No hemos querido dejar pasar este aniversario sin festejarlo, aunque, de manera modesta, dando á luz un periódico impreso extraordinario. Como su nombre lo indica, “El Precursor de “El Magallanes” no hace sino adelantarse unos cuantos días al que aparecerá en 1894.

Apénas se concibe en la época actual que un pueblo llegue a sus cincuenta años de su vida sin contar con una prensa. Pero debe tomarse en consideración la marcha lenta, pausadísima que ha seguido el territorio de Magallanes.

Fundado en un lugar enteramente aislado, á una inmensa distancia de los pueblos civilizados, en un terreno espuesto á todas las intemperies, teniendo que luchar dia á dia para conservar la existencia, con comunicaciones tardías, sus habitantes no han tenido sino ahora el tiempo de pensar en este alimento intelectual que se llama la prensa.

Establecimiento penal poblado por unos cuantos soldados y algunas decenas de individuos que la sociedad aparta de sí, la colonia de Magallanes ha ido creciendo, separando o transformando esos malos elementos y adquiriendo lentamente una población trabajadora, industriosa, hasta transformarse en lo que es hoi: un pueblo floreciente, de gran porvenir, en donde todos se entregan á un trabajo honrado.

Luego se explayaba latamente sobre el desarrollo de la zona en todos sus aspectos, -excepto el sanitario, que lo había ínfimo- para continuar:

A la sombra de esa prosperidad han surgido instituciones de beneficencia, centros sociales, sociedades de socorros mutuos. Todo eso indica adelanto para un pueblo, pues cuando se desarrolla el espíritu de asociación aumentan la temperancia, el ahorro, la moralidad.

(…)

El territorio de Magallanes ha salido pues de su penosa y lenta infancia. Se encuentra preparado para que con la atención del Gobierno central, y el trabajo de los residentes chilenos y extranjeros establecidos acá entre en plena virilidad á ocupar un lugar honroso entre sus demas hermanas las provincias de Chile.

Aspira á que se le atienda como tiene derecho. Hijo menor del pais ha devuelto con creces las pocas atenciones que se le han dispensado. Ahora quiere hacerse oir; dar á conocer su importancia y sus aspiraciones y por eso funda un periódico para hacer llegar su voz al centro de un pais donde todavia es mirado como en pañales.

(…)

Felicitamos, pues, al pueblo de Magallanes por la adquisicion que ha hecho con el establecimiento de una imprenta y a los editores de “El Magallanes”, por la noble empresa que han acometido y solo les pedimos justicia y constancia.

Notable por su contundencia y claridad, para un médico que por esa época debió bordear los treinta años de edad. Pintaba para líder, como otros de su profesión, que siendo esencialmente científica, no ha obstado para que hayan destacado en áreas artísticas y sociales, llegando algunos a ser eminentes estadistas. De esa madera parece que era Lautaro Navarro.



[1] “El Precursor de El Magallanes”, 25 de diciembre de 1893.
[2] Creencia errada, que no se dilucidó hasta la década de 1950, en que quedó claramente establecido que la Ciudad del Rey don Felipe se encontraba en la hoy conocida como Bahía Mansa, y no en el lugar en que se emplazó, más al sur, el Fuerte Bulnes.

sábado, 20 de junio de 2015

V. LOS MÉDICOS GENERALES (segunda parte)



            Volvamos a Punta Arenas, casi un siglo y medio más tarde.

            Algún espíritu de aventura o ímpetu juvenil debió traer a nuestras costas a Thomas Fenton, llegado en 1875 a los 25 años de edad. Nacido en Castletown, Irlanda, y egresado de la Universidad de Dublín, fue contratado por el Gobierno de Chile para servir en el extremo meridional del mundo, donde terminó radicándose definitivamente y hasta su fallecimiento  -muy joven- en 1886. Se abocó con seriedad y entusiasmo a su profesión, ganándose la gratitud y aprecio de los magallánicos de entonces. Concluido su contrato previo firmado en Valparaíso, a los dos años fue contratado por la Gobernación de Magallanes. Resulta curiosa la asignación de funciones, que ratifica la idea de las autoridades de entonces de que a los médicos les sobraba el tiempo: prestar servicios de médico cirujano y partero, i demás anexos de su profesión, en la colonia de Magallanes (…) a curar gratuitamente a los pobres a hacer autopsias i reconocimientos de cadáveres o heridos (…) a practicar visitas de sanidad, a las naves mercantes o de guerra (…) queda obligado a estudiar la meteorolojía i climatolojía de la colonia, i en especial su estado sanitario i las buenas condiciones hijiénicas de los diversos lugares que comprende(…)[1]

Aunque no estaba entre sus funciones, le correspondió -y lo hizo con notable eficiencia y espíritu de sacrificio- socorrer a los lesionados del Motín de los Artilleros del 12 de noviembre de 1877 y a riesgo de su propia integridad física ordenó, y él mismo colaboró en ello, sacar a los enfermos del hospital y trasladarlos a la plaza en momentos en que el establecimiento era brutalmente incendiado por los amotinados. De paso también su casa, la más nueva y hermosa de la colonia, también fue reducida a escombros humeantes. El Gobernador Wood le asignó una casa fiscal, tosca construcción de 11 metros de largo por 4 de ancho, dividida en dos piezas y en la cual debieron vivir por un tiempo el doctor y su familia[2].

Su espíritu aventurero se corroboró al ofrecerse como voluntario, en 1879, para prestar sus servicios a Chile en la guerra que recién se iniciaba. Si bien parece ser que este ofrecimiento le fue rechazado, su gesto no hizo más que incrementar su prestigio y popularidad.

Enamorado de la región y de su clima, no dudó en informar sobre sus beneficios sobre la salud, especialmente de los niños[3]. Fue pionero de la ganadería ovina, aplicando las técnicas de crianza de las Malvinas[4]. De hecho, entre los primeros estancieros figuraban: José Nogueira, Cruz Daniel Ramírez, Enrique R. Reynard, José Menéndez, Tomás Saunders, Enrique P. Wood y Thomas Fenton[5] [6].

Foto del autor
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En cuanto a epidemias, en sus once años de ejercicio no le tocó ninguna, ya que el sarampión causó estragos entre la población infantil los años 1866 -antes de su llegada- y 1899 -después de su fallecimiento-. Encontrándose enfermo, no dudó en levantarse para asistir un parto, como consecuencia de lo cual enfermó de neumonía, muriendo a los 36 años de edad. En el cementerio municipal se encuentra su tumba al pie de un pequeño obelisco conmemorativo erigido por el pueblo de Punta Arenas[7].



[1] Correspondencia Colonización Gobernación de Magallanes año 1877. Citado por M. Martinic. Ibíd. Págs. 88 - 89.
[2] R. Vera. Op. cit. Pág. 223.
[3] Ver capítulo XII.
[4] M. Martinic. PUNTA ARENAS SIGLO XX. Pág. 22.
[5] S. Fugellie. Op. cit. Pág. 97.
[6] R. Vera. Op. cit. Pág. 228.
[7] M. Martinic. LA MEDICINA EN MAGALLANES. Págs. 93 - 94.

lunes, 15 de junio de 2015

V. LOS MÉDICOS GENERALES (primera parte)


            Los médicos que en este capítulo se mencionan, con mayor o menor detalle según la información de que disponemos, son todos con título de tal, y la mayoría debió ejercer la pediatría gustosa o forzosamente, puesto que por esos años no había especialistas en niños. Terminaremos esta reseña con la llegada de la Dra. Elena Ancic de Barrios, a quien –con justa razón- se debe considerar la primera pediatra de Magallanes. De ahí en adelante solamente nos abocaremos a la vida y obra de dichos especialistas.
Allan Gardiner
 
            Es probable que, aparte de los cirujanos de los buques que surcaban aguas australes, el primer médico que llegó a ejercer en tierra firme en estos confines australes fue Richard Williams, acompañando al misionero anglicano Allan Gardiner, en 1850. En total siete hombres, pensaban instalar una misión en los extremos sudorientales de Tierra del Fuego, para lo cual viajaron en el barco Ocean Queen, y desembarcaron con un par de chalupas y los implementos para iniciar su cometido en la caleta Banner, de la isla Picton. La última vez que se les vio con vida estaban de pie, cabeza descubierta, entonando himnos, desde las chalupas, mientras el Ocean Queen desaparecía detrás de un cercano promontorio a la entrada del puerto. El resto de esta desgraciada pero gloriosa aventura lo conocemos a través de las cartas y Diarios empapados que fueron hallados casi un año después al lado de los cadáveres carcomidos de estos abnegados hombres[1]. El primer golpe anímico lo sufrieron al percatarse de que habían olvidado en el buque las municiones para sus armas de caza, o de defensa, llegado el caso. Hostilizados por los indígenas, aquellos mismos a quienes habían venido a salvar desde tan lejos[2], debieron cambiar en dos oportunidades su campamento, instalándose finalmente -en todo sentido- en Puerto Español, en la costa sur de la ahora conocida como Península Mitre.

            El Puerto Español había sido bien elegido, pues su terreno es tan desolado y su costa tan expuesta, que casi nunca se aventuran por allí los indios de las canoas ni los del interior.

            (…)

            El invierno fue excepcionalmente riguroso y los hombres no estaban preparados para afrontarlo. (…) El escorbuto hizo estragos entre ellos. La mayor parte de lo que quedaba de las provisiones, que habían escondido en una cueva, fue inutilizada por una marea extraordinariamente alta causada por un gran temporal. (…) Con excepción de un zorro, que cazaron con una trampa, tuvieron que vivir de unos pocos peces o pájaros marinos que encontraron cerca de la playa y de algunos mariscos y algas.

            El doctor Williams, Erwin y los tres pescadores de Cornwall se cobijaban en una cueva, mientras que Gardiner y el catequista Maidmant vivían no muy lejos de allí en uno de los botes. En junio murió John Badcock, uno de los pescadores, y en el transcurso de los meses de junio y julio le siguieron los otros; a pesar de todo, los sobrevivientes conservaron una admirable serenidad. En agosto sólo quedaban con vida el doctor Williams y Allan Gardiner. Ambos estaban tan débiles que ni siquiera podían atravesar, arrastrándose, la corta distancia entre la cueva y el bote.

            El doctor Williams debió morir alrededor del 26 de agosto. Manifiesta en su última carta que no cambiaría su situación por ninguna otra en el mundo y termina diciendo: “Soy más feliz de lo que puedo expresar”[3]. Las últimas palabras escritas de Gardiner datan del 5 de septiembre, y revelan el estado de éxtasis religioso en que falleció.

            Más de un siglo antes de la pasión y muerte de Gardiner y del doctor Williams, sucedía otro hecho digno de ser tomado en cuenta para los registros de este libro, ya que concierne a otro médico que, siendo uno de tantos de los que tripulaban los barcos que surcaban las aguas meridionales, también quedó marcado en la historia sanitaria austral por su ominoso destino. Se trata del cirujano Walter Elliot, sobreviviente de la fragata Wager, integrante de la armada británica, y que naufragara en la costa de una de las islas del grupo Guayaneco, en mayo de 1741. Amotinada la tripulación en tierra, fue abandonado -fiel a su capitán- junto a unos pocos hombres, mientras los sublevados emprendían la fuga en dos botes. Pasó un tiempo esmerándose en atender a los náufragos por sus múltiples dolencias y carencias, hasta que él mismo sucumbió. Sería, por lo tanto, el primer médico sepultado en tierra magallánica[4].



[1] L. Bridges. Op. cit. Pág. 32.
[2] L. Bridges. Ibíd. Pág. 33.
[3] L. Bridges. Ibíd. Págs. 33 - 34.
[4] M. Martinic. Op. cit. Págs.  64-66.

sábado, 13 de junio de 2015

IV. LOS SANADORES (quinta parte)


Del libro Pioneros de la Patagonia de Silvestre Fugellie, copiamos a continuación  -y sin vergüenza- la crónica Los Usurpadores, en forma casi completa[1]:

Todo comenzó al solicitarse los servicios del facultativo para certificar una muerte. El profesional informó:

“En la casa de la avenida La Pampa[2] esquina Sarmiento me ha llamado el dueño del negocio para dar el certificado de defunción de un individuo, que murió anoche en la misma casa. Como el individuo en su última enfermedad no fue asistido por ningún facultativo recibido en Chile sino por un practicante y no pudiendo y por los signos de afuera informar sobre las causas de la muerte, doy parte del incidente para los fines a que haya lugar”.

Esta información era del 14 de octubre de 1912 y la firmaba el doctor Mateo Bencur, Médico de Ciudad.

La advertencia aludida atrajo la preocupación de autoridades, facultativos y otras personas de los servicios de salud, por cuanto las usurpaciones o suplantaciones de algunas carreras, especialmente la de médico, habían tomado caracteres alarmantes. Ya un vecino que firmaba “Observador”, decía en el diario “El Magallanes” de 20 de abril de 1912:

“Desde hace algún tiempo funciona en esta ciudad un instituto llamado Sico Magnético que según aviso, que publica su dueño, un señor J. Marinkovic, en la prensa local, no tiene más que el inocente y caritativo objeto de curar el dolor en todas sus formas. Pero es el hecho que este señor no se circunscribe sólo a esto: aplica tratamiento al reumático como al tuberculoso; atiende igualmente al que padece de eczema como al que tiene una inflamación a la vista. Me consta personalmente el caso de un niño con un flemón de la mano, al que asistió por muchos días y cuando este llegaba casi ya a la gangrena, le indicó sólo entonces que podía ver un cirujano. Y en esta forma hace perder su tiempo y su dinero a los incautos que van a consultarlos atraídos por el aviso. Otro señor, al parecer paisano suyo, que se firma “Dottor Echelli”, ejerce con la mayor audacia la profesión de médico-cirujano; y lo que es más grave, las farmacia sin preocuparse de la autenticidad de su título, despachan sus recetas sin inconveniente. He tenido la ocasión de oír las lamentaciones de gente que ha agotado sus últimos recursos no sólo en el pago de sus honorarios, sino en los costosos específicos que los obliga a comprar, sin alcanzar más objeto que agravar su salud”.

Cuando intervino la justicia ejercían o usurpaban profesiones sin poseer el título correspondiente, unos sujetos de apellidos Echelli, Marinkovic, Peña, Villarroel, Schoon. Todos fueron investigados.

El reclamo comercial del Instituto Sico Magnético atendido por el profesor José Marinkovic, calle Valdivia[3] 671, decía:

“El dolor! Este gran enemigo se cura instantáneamente sin necesidad de drogas. El tratamiento teleterapéutico y frotamiento magnético calma todos los dolores por muy agudos y muy crónicos que sean. Si continúas padeciendo y estás afligido por no poder hallar cura; no desaniméis podéis hallarla si lo queréis. Se comprende que para probar una fruta debe comerse. (…)”

Se supo que los únicos conocimientos que este señor tenía de las ciencias aludidas, los obtenía del volumen “Magnetismo Personal” del New York Institute of Science y de otros artificios que empleaba para sus añagazas.

El “dottor” Echelli fue todo un personaje. Acaparó la atención de los magallánicos en los primeros lustros del siglo pasado. Fue médico, según convenio verbal, de la Societá Di Mutuo Soccorro Fratellanza Italiana, la que le emitía órdenes para sus socios enfermos y de la Cosmopolita de Socorros Mutuos. Este caballero era reconocido y bien estimado por la sociedad de aquel entonces, y bienvenido en el comercio local al que pagaba sus compras sin retraso.

(…)

Durante el juicio por usurpación de profesión, Echelli adujo que “no es aplicable a mi caso la disposición por la cual se me acusa, por cuanto yo no me he fijado doctor en medicina de la facultad en Chile, único caso que se castiga, ni me he hecho pasar por médico”. Sin embrago, la defensa del acusado resultó vana. Reunieron sus recetas y a ojos vista determinaron clausurar su clínica de “curandero”. Echelli fue detenido y acusado de ejercicio ilegal de profesión o usurpación del título de doctor en medicina. El antecedente más comprobatorio lo dieron las recetas acumuladas en la droguería y farmacia “Francesa” de Marchal y compañía. Prescribía de todo: yerbas, panaceas, pócimas y drogas.

(…)

El doctor Mateo Bencur dio cuenta de su misión del 15 de octubre de 1912, en la que decía:

“He reconocido el cadáver del individuo fallecido en avenida La Pampa esquina Sarmiento, pasando a la morgue del Hospital de Caridad adonde era trasladado y no pudiendo por un examen externo indicar la causa de su muerte. (…) El individuo achacoso ya hace mucho tempo por enfermo del pulmón, sucumbió a una neumonía franca, siendo esa la causa precisa y necesaria de su muerte. El domingo en la tarde, 13 de octubre, había asistido a ese individuo, Echelli: su receta para una toma y unas obleas tiene que estar depositada en la botica Neumann”.

No había duda del engaño. ¿De dónde venía Echelli? Llegó de Argentina. Su identidad era asombrosa y propia del delincuente avezado o del mitómano. Estuvo preso en la cárcel de Ushuaia. (…). Decía ser de nacionalidad austriaca y que había nacido en Trento. Cuando llegó a Punta Arenas dijo ser italiano de Torino nacido en 1882.

El prontuario argentino le acreditaba varias condenas: una en Buenos Aires a tres años de prisión por defraudación a una droguería. Fue preso reincidente en Ushuaia destinado a labores de leñador. También este Francisco Echelli o Servigniani o Juan Caneppa, alias Conde Melchiori o el Bohemio, registraba detenciones por estafa. (…) Según sus declaraciones se le había enviado a prisión por “abuso de confianza”.

Sus primeros pasos en Punta Arenas los dirigió al consulado de Austria para pedir ayuda. El cónsul Santiago Pasinovich no estaba presente y fue atendido por su hermano Mateo quien lo socorrió. Poco después informaba: “que un hombre pobre y mal vestido le había pedido dinero, diciendo que acababa de llegar de Ushuaia y que era paisano suyo”. Sin embargo, el haber de este “hombre pobre” aumentó considerablemente y sobrepasó al de los profesionales que había suplantado. El 16 de octubre de 1912 contrajo matrimonio con una dama magallánica. Su clínica funcionaba en calle Magallanes a la altura del número 600.

Echelli fue encarcelado el 9 de junio de 1913 y, aún desde su encierro, no perdía ocasión para tramar estafas y extorsiones[4].

(…)

Tiempo después abandonó la cárcel bajo fianza y desapareció.

 




[1] S. Fugellie: PIONEROS EN LA PATAGONIA. Págs.132 - 136.
[2] Actual Avenida Manuel Bulnes y, a juzgar por las coordenadas, a no más de media cuadra de la entrada principal del Hospital de Caridad.
[3] Actual calle José Menéndez.
[4] En los tiempos que corren, y con telefonía celular, sus plagios hubiesen sido de temer.