sábado, 30 de enero de 2016

XIX. AVANCES DE LA PEDIATRÍA EN MAGALLANES (primera parte)


            Tal vez la primera innovación en el ámbito de la pediatría magallánica, si bien no propiamente tecnológica, fue le implementación del pabellón de niños en el Hospital de Caridad, inaugurado en 1905[1]. Anteriormente los niños se atendían -cuando se atendían- en sus domicilios y muy rara vez se hospitalizaban, ingresando en ese caso a salas comunes para adultos y niños.  No sabemos con cuántas camas contaba esta sala en sus inicios, y con qué implementación, pero sí que ya estaba funcionando a plenitud en 1925, con 18 cupos[2]. Ninguno de los hospitales anteriores había contado con ello, por lo que vino a ser, entonces, el primer  servicio de pediatría de Magallanes[3]. Esta situación no era muy distinta hacia los años de 1940, como recuerda Raquel Aedo: Mi esposo estuvo hospitalizado en la sala de niños a los 12 años, operado del apéndice. Él recuerda que había una sala de niños de 9 a 12 años. Los menores estaban en otra sección. A los 13 años pasaban a sala de adultos. En 1951 había una unidad de recién nacidos, y también teníamos “la dietética”, donde se preparaban las mamaderas. Teníamos que prepararlas en el momento[4].

            En cuanto a la atención de los niños en los diferentes hospitales con que ha contado Punta Arenas a través de su historia, ésta fue inicialmente practicada por los médicos generales, y luego, desde la llegada de Elena Ancic, por los pediatras, casi siempre con apoyo de los primeros. Tradicionalmente la atención médica de los niños hospitalizados se ha hecho fundamentalmente en horario de las mañanas, pero como las enfermedades no conocen de horario laboral, durante las tardes y las noches los médicos atendían en sus consultas particulares y efectuaban muchísimas visitas domiciliarias. Todo muy bien para los que podían pagarlo, pero para los que no, que por cierto eran y siempre han sido la mayoría, necesariamente tenían que recurrir al hospital. En los nosocomios no había pediatra, a veces ni siquiera médico, y no existían los servicios de urgencias propiamente tales. Se contaba entonces con la experiencia y sapiencia del personal de enfermería, especialmente los practicantes, quienes solucionaban la mayoría de los problemas, y siempre había algún médico de buena voluntad que pudiera ser llamado en los casos más complicados.
            No tenemos registro de la época en que se implementó el Servicio de Urgencia en el Hospital de Asistencia Social, pero sí sabemos que ya existía cuando éste se trasladó a Angamos 180, atendiéndose por el pasaje que luego se llamó Víctor Fernández Villa. Durante muchos años se atendían adultos y niños, con médicos generales o de adultos. Después hubo un pediatra de llamada, el cual no percibía remuneración alguna por esta función. Recuerda la doctora Lidia Amarales[5]: Cuando llegué -1980- no había ni siquiera pediatra en la urgencia, para todo éramos de llamada. Después comenzamos a hacer turnos por un sueldo miserable, teníamos que estar en urgencia y solucionar los problemas de los pacientes hospitalizados.




[1] M. Martinic. Op. cit.. Pág. 130.
[2] S. Fugellie. Op. cit. Págs. 70 - 71.
[3] En coincidencia temporal con la permanencia y destacada labor en Punta Arenas de la Dra. Elena Ancic.
[4] Testimonio personal de Sra. Raquel Aedo, 2013
[5] Testimonio personal Dra. Lidia Amarales, 2015.

martes, 26 de enero de 2016

XVII. LOS CORRALES DEL MUELLE (cuarta parte)


No faltaron otros motivos para burlarse de los fueguinos, satisfaciendo así la curiosidad y morbo de los lectores:
Un jóven y robusto moceton de unos veinticinco años de edad, penetró solapadamente en la carniceria de don B. Baylac con el objeto talvez de robar carne. Irritado por habérsele obligado á salir, se armó de una gruesa piedra y asaltó con ella al dueño de casa faltando poco que lo hiriese de gravedad. En seguida emprendió la fuga con direccion al campamento de los indíjenas en el Rio de la Mano.

(…) Aprehendido, no sin que opusiera una tenaz resistencia, fué conducido al cuartel.
Y aquí aparece nuestra heroina. La mujer ó amante del indio, una belleza indíjena de dieziocho abriles, de formas exuberantes, siguió á la comitiva desde el campamento y tan pronto que vió encerrar en el cuartel á su amado, rompió en desesperado llanto alternado con gritos y alaridos de fiera herida.
Enternecido el comisario de policia por las penas de aquella pobre mujer, por una parte y tambien para evitar que se prologara durante toda la noche aquella música desagradable para el vecindario, permitió a la india que acompañara en el calabozo a su desdichado amante.
Abierta la puerta, nuestra heroina se lanzó adentro como un relámpago y entonces ¡qué cuadro plástico de la pasion en el hombre primitivo!
¡Qué de besos, manotadas, mordiscos, abrazos, caricias, saltos, brincos y retozamientos de gata montes!
Y aquí pongo punto final, pues el palero guardian del órden que presenciaba con nosotros aquella manifestacion psicolójica del amor selvática no pudo resistir mas a las esquiveces de su rubor ofendido y cerró apresuradamente la puerta.
Al amanecer del dia siguiente los amantes pichones fueron puestos en libertad[1].
¿Habría el cronista -nos preguntamos- confesado su voyerismo por escrito en el periódico, si no se hubiese tratado de primitivos y selváticos? No, porque lo que en blancos descendientes de europeos hubiese constituido morbo inaceptable, en los indígenas era observación antropológica.
Más obsceno en todo caso, mirado con la perspectiva de nuestros días, fue haber dado tanto bombo a esa noticia y un mínimo de atención a lo que se publicaba en la misma edición:
En la tarde del Miércoles paseaban por la playa dos austriacos y encontraron el cadáver de un niño.
Avisada la policia, fué traido el cadáver al cuartel para los efectos del reconocimiento médico legal.
Segun parece (á lo que hemos oido) se trata de un niño fueguino que ha sido enterrado en la playa por sus padres y que la marejada ha descubierto.
Y también en la misma edición se publicaba la lista de los quince fallecidos en Punta Arenas durante el mes anterior, todos con nombre y nacionalidad, excepto los tres indios fueguinos, que parecían carecer de dichos atributos.
Mateo Martinic revisó el registro de defunciones de 32 indígenas en Punta Arenas entre 1896 y 1914, y constató que casi totalidad murió de enfermedades broncopulmonares[2], entre las cuales predominó seguramente la tuberculosis, que por aquellos años tenía una altísima prevalencia en la ciudad[3].
Por algunos años más los sélknam siguieron vagando por Tierra del Fuego, extinguiéndose al haber cambiado tanto sus condiciones de vida originarias. Mansamente se allegaban a las estancias en busca de alimentos, como relataba “El Magallanes” a propósito de un caso similar al que originó la tragedia de los indígenas trasladados a Punta Arenas[4]:
Hemos tenido ocasión de conversar con un caballero ingles, uno de los propietarios de “The Tierra del Fuego Sheep Farming Co”, estancia situada en Tierra del Fuego, bahía Phillip, i nos dice que en el momento actual hai asilados allí mas de 80 indíjenas fueguinos de raza ona, que reciben de tiempo en tiempo su racion de carne i que ya no hacen daño alguno en las majadas de ovejas.
Nos agregó que últimamente se habia desarrollado una epidemia de influenza, a su juicio, encontrándose enfermos muchos indios, i que también algunos habian fallecido.
Mansos y entregados a su inexorable destino, los sélknam comprendieron que estaban derrotados, que no valía la pena cazar ovejas porque los nuevos dueños de la tierra tenían armas poderosas, entre las cuales las más mortíferas eran las enfermedades infecto-contagiosas, que los siguieron matando después de su rendición.




[1] Periódico “El Magallanes”, 6 de octubre de 1895.
[2] M. Martinic. LA MEDICINA EN MAGALLANES. Pág. 165.
[3] Ver capítulo XIV.
[4] Periódico “El Magallanes”, 3 de octubre de 1897.

sábado, 23 de enero de 2016

XVII. LOS CORRALES DEL MUELLE (tercera parte)


Y volviendo al reportaje de “El Magallanes”, éste al menos reconocía:
Sin embargo criticamos severamente el proceder de algunas personas que se han permitido arrebatar niños ó niñas sin la aquiesciencia de sus padres ó de la comisión nombrada al efecto. Sabemos que el Gobernador del Territorio ha dado órdenes para averiguar quiénes se han robado niños y serán sometidos á la justicia ordinaria. Es preciso convencerse que, aunque salvajes y desnudos, no son perros, sino nuestros semejantes y que han pasado los tiempos de la esclavitud y barbarie.
Tal vez esta compulsión por acapararse a los niños fuese estimulada por algunas experiencias menos traumáticas, como era el caso de la Chonga, quien, si bien se podría catalogar de sirviente con algunos toques de esclavitud -aunque en El Magallanes se afirmaba que tal condición no existía-, al menos recibía un trato más humano.

Tal es el nombre de una jóven india fueguina, de la raza Ona, simpática, intelijente y nada mal parecida, que está al cuidado del Sr. R. Stubenrauch desde 5 años atras y que ha prestado eminentes servicios como intérprete cerca de sus compañeros traidos últimamente de Tierra del Fuego.
La Chonga fue traída de Jente Grande y puesta al cuidado de la familia Stubenrauch cuando tenia talvez solo 12 años de edad. Tanto el Sr. Stubenrauch como su esposa se han esmerado en civilizarla y educarla y á fé que han obtenido brillante éxito demostrando así prácticamente que los indios fueguinos son susceptibles de asimilarse a los hábitos de la jente civilizada.
En el año 1893 fué llevada á Europa por la familia del Sr. Stubenrauch y durante algunos meses colocada en un establecimiento de Alemania donde se enseñan jentes del pueblo para el oficio de sirvientes.
La Chonga, como muchacha intelijente ha aprovechado las enseñanzas de sus patrones y es ahora una sirviente que muchas familias envidian.
Habla muy bien el aleman y el español y conserva todavia su lengua natal hasta el punto de que ha sido la única persona en Magallanes que pudiera comunicarse con los indios fueguinos.
En la casa del Sr. Stubenrauch la hemos visto, siempre aseada y servicial, desempeñar correctamente los quehaceres de su cargo.
Se vé pues, todo lo que puede obtenerse de un ser salvaje cuando es tratado con atencion, con cariño y como llegan hasta aprender idiomas extranjeras, conservando sin embargo el recuerdo de su lengua natal.
Repetimos: la Chonga ha prestado ahora eminentes servicios y le enviamos nuestros aplausos.
Eso si le recomendamos no vaya á entregar su corazón á algun fueguino, que sus paisanos llegados últimamente estan mui por debajo de ella, aunque sea efectivo que algunos tienen hermoso é imponente físico, considerados como fueguinos[1].
El año anterior había escrito un cronista de El Magallanes sobre casos de indígenas traídos a Punta Arenas, no ya forzados por el arreo sino en mejores condiciones:
Se ha notado que en general todos los indios fueguinos son mui propensos á hacerse tuberculosos. Efectivamente en Punta Arenas se ha visto que casi todos los que han traido los P. P. Salesianos, aunque su apariencia fuera la de hombres robustos, despues de algun tiempo de permanencia, llevando una vida arreglada, bien comidos y vestidos, sin embargo acaban por enfermarse de los pulmones y se hacen tuberculosos. Igual observacion han hecho muchas familias que tienen á su servicio muchachos fueguinos. Bien tratados, con abrigo suficiente y alimentacion escojida, despues de algun tiempo mueren tísicos[2].
No sabemos si éste fue también el destino de la Chonga.
Otro caso registrado de adaptación a la civilización, esta vez en el campo, corresponde a un niño criado por uno de los asesinos de sus padres, que llegó a ser capataz de una sub-sección de la estancia Springhill en Tierra del Fuego[3].
Seguramente, y como es probable que la cantidad de sélknam de Bahía Inútil, así reunidos, superaban la demanda de trabajo o porque los empresarios ganaderos o forestales comprendieron que para ellos era más un problema que un aporte laboral, se juntó una apreciable cantidad de aborígenes en Punta Arenas vagando por los barrios, sin comida ni techo, limosneando o robando para sobrevivir. La autoridad quiso paliar la situación agrupándolos en el sector de Río de la Mano, entregándoles algunos alimentos, ropas y viviendas de emergencia.
Para alojar los restantes se están construyendo un poco mas allá del Rio de la Mano algunas casuchas en las que se instalaran y á donde diariamente se les enviará su racion de carne para alimentarlos.
Algunas familias serán llevadas a las estancias y aserraderos y asi se iran poco á poco habituando á la vida civilizada.
Los que queden en sus campamentos igualmente se iran cambiando al ver á su alrededor jentes civilizadas.
(…)
Aunque no es casi necesario, nos permitimos aconsejar á las personas que tengan ocasión de tratar con estas familias indígenas que las traten con toda suavidad y no les exijan trabajos demasiado pesados, que con ese buen tratamiento puede conseguirse de estos seres salvajes mayor provecho para su civilizacion y educación. En todo caso son nuestros semejantes y dignos de conmiseración[4].
A los pocos días se concretaba el traslado:
El Viérnes pasado fueron trasladados del galpón próximo al muelle á unas cuantas casuchas que se les han construido un poco al sur del rio de la Mano.
Esta traslación se hacia ya indispensable por razones hijiénicas y morales, porque el sitio que ocupaban está demasiado central y nuestros paisanos los fueguinos poco respetan las conveniencias sociales para satisfacer las necesidades de la vida, de cualquier naturaleza que sean ellas[5].
Es claro que estas condiciones higiénicas y morales se mantuvieron, sólo que lejos de la vista de los escandalizables habitantes de la colonia. Las casuchas eran generalmente rechazadas por los indígenas y se les solía ver, día y noche a la intemperie, agrupados alrededor de las fogatas con los niños que no habían sido raptados. Al pié de los troncos y rodeados de árboles caidos que los amparan del viento forman su pequeña fogata y á su contorno estan noche y dia (…) en una inacción, puede decirse, absoluta[6].




[1] Periódico “El Magallanes”, 18 de agosto de 1895.
[2] Periódico “El Magallanes”, 15 de abril de 1894.
[3] M. Martinic. Los últimos sélknam en Tierra del Fuego Chilena.
[4] Periódico “El Magallanes”, 11 de agosto de 1895.
[5] Periódico “El Magallanes”, 18 de agosto de 1895.
[6] Periódico “El Magallanes”, 8 de septiembre de 1895,

martes, 19 de enero de 2016

XVII. LOS CORRALES DEL MUELLE (segunda parte)

Llegados á Punta Arenas fueron desembarcados y alojados en el galpón próximo al muelle.
El traje que traian era de lo mas primitivo, pues apénas se cubrian con una capa de pieles de guanaco que solo les protejia la espalda. Los niños estaban completamente desnudos[1].
Un buen número de ellos fue conducido hasta la casa de la Gobernacion donde se les distribuyó ropas viejas y frazadas enviadas por las familias de Punta Arenas.
Por su parte el gobernador habia hecho comprar un buen número de frazadas ordinarias para repartir á los infelices indios.
Era digno de ver como cambiaban de ropa en el medio de la calle, pisando sobre un pavimento de hielo y bajo una fina lluvia.
Los hombres se veian en amarillos aprietos para ponerse pantalones y pedian al que estaba mas cerca que se los abrocharan. Unos metian los brazos en las piernas de los pantalones y otros querian usar las chaquetas como pantalones, metiendo las piernas en las mangas.
Algunos se ponian una enagua ó vestido con la cintura al cuello, de modo que parecían un paraguas cerrado.
En cuanto á las mujeres, éstas no aceptaban sino frazadas para reemplazar sus cortas y sucias capas.
El hecho es que al cabo de una hora volvian á su alojamiento con las mas ridículas figuras que pueden verse.
Algunos indios iban transformados en verdaderos y elegantes dandys, con pantalon, chaqué, sin camisa y un viejo tongo en su cabeza á cuyo contorno les colgaban sus lacias mechas. Lo que mas les molestaba era no poder abotonar el marrueco.
Vimos algunos indiecitos muy orondos vestidos con un simple chaleco y lo demas de su cuerpo al aire libre. Otros con solo la camisa. Uno habia con botas, camisa y sombrero haciendo pininos como poco habituado al calzado[2].
No sabían leer, los sélknam, lo que los salvó de enterarse de estas crueles mofas. Mal paradas, en todo caso, quedaban las autoridades que permitieron estos atropellos a la dignidad de los aborígenes en cuanto seres humanos.
Y continuaba el relato:
Una vez instalados en el galpon cada familia formó su pequeño circulo en cuyo centro encendieron un pequeño fuego para abrigarse. Se les distribuyó carne y era de ver el apetito con que la comian. Despues de pasar sobre la llama ó enterrar en el rescoldo por un instante un trozo de carne, lo comian a puro diente como los perros. (…) Hemos visto niños comer con verdadero entusiasmo trozos de grasa enteramente fria y cruda.
Se les puso un barril de agua, pero al principio talvez por desconfianza, preferían salir a la calle y echarse de bruces sobre el arroyo y beber allí como animales.
En cuanto á las otras necesidades de la vida las satisfacen cuando y como quieren, sin preocuparse absolutamente del público que los rodea.
(…)
Son inteligentes y mas que todo mui astutos.
Recorren las calles de Punta Arenas y al parecer nada les llama la atencion, salvo las carnicerías. Frente a ellas contemplan con amor las carnes y á mas de alguno hemos visto hacer su pequeño robo.
El Miércoles y Juéves se ha hecho distribucion de niños y algunos adultos entre las familias de Punta Arenas, pero siempre con el consentimiento de sus padres.
¡Qué falsedad! ¿Quién podría creer que los sélknam, tan apegados entre sí como familias, podrían consentir que les separaran de sus hijos pequeños? Como quien les quita sus cachorros a una perra, los niños se entregaban a las familias de colonos que quisiesen recibirlos, cada cual según su interés: adoptados, como sirvientes, o como mascotas. Más verosímiles nos resultan las versiones que a continuación se exponen.

En efecto, el gobernador Manuel Señoret y sus consejeros, convencidos de que los intereses de los salesianos eran más mercantilistas que evangelizadores y civilizadores, y ante la magnitud del problema que significaban los sangrientos enfrentamientos en Tierra de Fuego entre los empleados de las estancias y los indígenas[3], planteaba llevarlos directamente, en calidad de trabajadores, a donde hubiese empleo, para civilizar sin evangelizar. Fue así como, sin importar el hecho de que muchos de ellos ni siquiera tenían el concepto de lo que era trabajar para un patrón, en lugar de ser llevados a Dawson fueron encerrados en corrales[4] en Punta Arenas, donde fueron rematados y llevados a trabajar a estancias y aserraderos[5] [6]. Las familias eran disgregadas, algunas mujeres quedaban solas o con sus hijos, y otros niños eran arrancados de la protección de sus padres para ser entregados a familias de puntarenenses que se prestaban para ello. Sobre lo ocurrido escribía un testigo al diario conservador “El Chileno”: … en medio de las escenas más desgarradoras que he visto o espero ver en mi vida. (…) Al comprender que les arrebataban a sus hijos, los indios salieron de su habitual serenidad y dócil placidez y dando gritos horribles con ademanes desesperados, trataron de defender a sus criaturas. Cada niño arrebatado originaba una escena. La madre se echaba sobre su hijo defendiéndolo con su cuerpo, mientras el padre con la expresión de todas las furias en los ojos, dando aullidos que daban pavor, se lanzaban sobre los que le robaban su niño, atacándolos con las manos, los dientes y las uñas…[7] Como consecuencia de estas prácticas se impuso la “moda” de que las familias más pudientes acogieran a un niño selk´nam (…) Aparte del cambio en la vestimenta, alimentación, habitación y forma de vida, su acrecentada predisposición para todo tipo de enfermedades tuvo consecuencias nefastas. En especial la tos convulsa y el sarampión han hecho estragos, y han causado la muerte de muchos; otro tanto ha hecho la tuberculosis pulmonar. Todas estas familias bien intencionadas, sin excepción, tuvieron las mismas experiencias infortunadas con estos niños[8].
Vale decir, todos ellos murieron durante la infancia.




[1] Información sobre la tolerancia al frío de los niños aborígenes en el capítulo I.
[2] Periódico “El Magallanes”, 11 de agosto de 1895.
[3] Que no era el caso del grupo en cuestión.
[4] Y no en abrigados galpones como pretendía hacer creer “El Magallanes”.
[5] F. Aliaga. Op. cit.
[6] M. Orellana. Op. cit.
[7] Citado por F. Aliaga. Op. cit.
[8] M. Gusinde. Op. cit.

sábado, 16 de enero de 2016

XVII. LOS CORRALES DEL MUELLE (primera parte)


La obertura del drama que se avecinaba se conocería en el crudo invierno de 1895, con la información de que El Huemul llegó en la tarde de ayer de bahia Inutil. Por su capitan sabemos que con motivo del invierno riguroso hai asilados en la hacienda de la Sociedad Esplotadora de Tierra del Fuego unos 165 indios fueguinos, los que reciben allí algún alimento. De ellos son 50 hombres y los demas mujeres y niños.
La noticia daba cuenta de una situación inusual, puesto que los sélknam habían tenido costumbre de cobijarse bajo sus refugios y al calor de sus hogueras durante miles de años, no obstante la rigurosidad del clima. Tampoco era costumbre que se reuniera tal cantidad de individuos, puesto que sus hábitos eran agruparse en clanes separados, de no más de una veintena de personas cada uno, entre adultos y niños. Todo indica, entonces, que fueron llegando paulatinamente y en pequeños grupos hasta los galpones de la estancia. Podríamos dejar planteada, en consecuencia, la hipótesis de que más que el frío, lo que los convocó fue la escasez de alimentos. Es posible, por un lado, que hayan mermado las manadas de guanacos al ser cazados por los ganaderos, y por el otro, a sabiendas del castigo a que se exponían por carnear ovinos, no se hayan atrevido a hacerlo. Y esta horrible helada afectó también a los ya escasos onas que, desafiando la intolerancia de los blancos, se allegaban sumisos a las estancias para implorar un pedazo de carne[1].
El Huemul quiso traerlos á Punta Arenas, conforme con las instrucciones que habia recibido de la Gobernacion, pero á causa de un fuerte temporal del S. O. tuvo que salir de bahia Inútil y mantenerse á la capa durante toda la noche (…) y como continuara el mal tiempo, regresó a Punta Arenas.
Hoy zarpará el Huemul para traer á Punta Arenas algunos indios y en seguida irá el Toro con igual comision[2].
Otro indicio de las intenciones de las autoridades se colegía del aviso de prensa del mismo día:

AL PUBLICO
Las personas caritativas que deseen contribuir a proporcionar vestido al grupo numeroso de indios fueguinos que debe llegar mañana a la colonia, pueden enviar a la Gobernacion ropa vieja y telas abrigadoras.
Los hacendados é industriales que quieran ofrecer trabajo en sus establecimientos a familias indíjenas, deberan inscribirse en la Gobernacion.

Traídos, por fin, a Punta Arenas 164 indios fueguinos, de la raza Ona, éstos se descomponen asi:
Menores de 1 año………………..24
De 1 á 15………………………….46
Hombres de 15 á 20……………..22
Mujeres id…………………….…..33
Hombres de 20 á 25……………..25
Hombres mayores de 25 años…...4

Se aprecia un 43 % de niños menores 15 años, 76 % de 20 años y menos,  y un 2,4 % de ancianos, es decir, mayores de 25 años. Esta pequeña muestra, si bien no estadísticamente significativa, revela una tendencia en que había, por un lado, un alto porcentaje de niños, y por otro, que las expectativas de vida de los fueguinos eran bajísimas[3].




[1] S. Fugellie. Op. Cit. Pág. 93.
[2] Periódico “El Magallanes”, 28 de julio de 1895.
[3] Según los registros bautismales de la Misión San Rafael (1889 - 1911)  la población menor de 20 años era de 59 %, menor a los 76 % encontrados este grupo de fueguinos. C. García-Moro. Op. cit.

martes, 12 de enero de 2016

XVI. ACCIDENTES Y VIOLENCIAS (más apuntes sueltos)


            Como en anterior capítulo, nos detenemos a hacer una reseña de los datos de que disponemos, esta vez referentes a las lesiones físicas que han sufrido los niños de Magallanes, ya sea accidentales o como víctimas inocentes de violencias entre adultos. No se puede, especialmente en el segundo caso, separar tajantemente el daño físico del psicológico, y este último suele ser más acentuado cuando el niño no entiende el motivo por el cual recibe castigos tan inmerecidos, si vale la expresión, puesto que nunca ningún niño ha sido merecedor de castigo físico. Ojo, que nos referimos al castigo propinado con saña y con evidente intención de causar daño, sin importar las secuelas ni medir las posibilidades de que éste  derive en la muerte del menor. Todos hemos recibido un coscorrón en cuanto niños, o lo hemos propinado en cuanto padres, con afán correctivo y Dios nos libre de una sombra de intención de dañar. El que no lo haya hecho, que rasgue las vestiduras que quiera. 

            Comenzamos con las víctimas del ominoso Motín de los Artilleros, acaecido el 12 de noviembre de 1877, en que la primera víctima de los amotinados fué el Capitan de Artillería don Pedro Guilardes, a quien asesinaron cobardemente en su dormitorio al lado de su esposa e hijos, que habian tratado de interponerse entre él i sus asesinos[1].
Del gran incendio forestal de febrero de 1894, que abarcó desde la ribera norte del río de la minas hasta Río Seco, fueron rescatadas familias con varios niños que presentaban mayores o menores lesiones, que si bien escaparon milagrosamente de una muerte horrible, se encontraban poco menos que desnudos y sin fuerza para moverse: Federico Arenas, su esposa Petrocinia Meneses y dos hijos. Silverio Montecino, su esposa Clorinda y una hija. Emilio Rosenfeldt, su esposa y un niñito de un mes. También fueron rescatadas otras personas adultas.
            Temiendo ser sorprendidos por las sombras de la noche, los bomberos resolvieron no esperar los carros y cargando en ancas de sus cabalgaduras parte de los ménos maltratados é improvisando camillas para los otros emprendieron de prisa su viaje de regreso, ayudados mui luego por los demas compañeros que con carros y caballos venian abriéndose camino en el bosque. No habiendo por entonces hospital, los heridos fueron atendidos parte en la casa particular del Gobernador y de otros vecinos y parte en el Cuartel de Policia.
            No hay registro de le gravedad de sus lesiones y quemaduras, pero al menos algunos sufrieron perjuicio en sus vías aéreas: Casi todos ellos han sufrido posteriormente serias afecciones al pecho y á los ojos que los dejarán postrados en cama durante algún tiempo[2].
            Aunque parezca extemporáneo, la colonia no estaba exenta de desgracias derivadas del tráfico vehicular:
            En la mañana del Mártes pasado una carreta que conducia Luis Friedly atropelló frente al rio de las Minas al niño Jose Delfino Barria, de 5 años de edad y ciego de nacimiento, pasándole una de las ruedas por la cabeza, y matándolo en el acto.
            Del cadáver del niño se hizo cargo Maria del C. Barria; Friedly fué conducido á la policia para que esplicara ante el Juzgado el hecho[3].
Estas violencias que dañaban tanto a los niños, involuntarias como fuesen, dejaban como dejan hoy, cicatrices imborrables en el espíritu, si no en el cuerpo. Un accidente, una mutilación, una llaga perenne, acompaña por el resto de su vida a quien la sufre durante su infancia. Un niño que no entiende el motivo por el cual se le inflige daño físico, ya sea a él mismo o a su hermano, amigo o incluso a un desconocido entre sus pares, aunque con el tiempo llegue a analizarlo y racionalizarlo, nunca lo podrá borrar del todo de su memoria.
Siendo el trabajo infantil una violencia en sí mismo[4], estaba expuesto también a los accidentes del oficio. Se exhortaba en 1896 a los dueños de aserraderos a que tuvieran en sus establecimientos los medios para proporcionar los primeros auxilios a los lesionados. Estas reflexiones nos las trae el hecho de haber visto últimamente un muchacho con una herida insignificante en un dedo, pero infecta y sucia, ocasionada en un aserradero.(…) Cada aserradero, nos decia un discípulo de Esculapio, deberia tener unos cuantos litros de agua fenicada, un paquete de gaza iodoformada, una ó dos libras de algodon puro ó fenicado y un par de docenas de vendas de distintas calidades y gruesos[5].




[1] R. Vera. Op. cit. Pág. 216.
[2] Periódico “El Magallanes”, 25 de febrero de 1894.
[3] Periódico “El Magallanes”, 10 de marzo de 1895.
[4] Ver capítulo XV.
[5] Periódico “El Magallanes”, 9 de junio de 1895.

sábado, 9 de enero de 2016

XV. MALTRATO Y ABANDONO (apuntes sueltos)

NOTA DEL AUTOR: En referencia  a este capítulo queda mucho por investigar.
Como dice el título, son sólo "apuntes sueltos".

El siempre doloroso tema del maltrato infantil y del abandono no puede estar ausente de estas páginas. Han constituido, y constituyen, los más crueles de los daños que se les puede hacer a las criaturas que asoman a la vida, y que en la mayoría de los casos les deja en su alma una llaga imborrable. Tipos de maltrato hay muchos, algunos como consecuencia de maldad inconcebible, y los otros derivados de míseras condiciones sociales e ignorancia. Factores como el hacinamiento, la promiscuidad de todo tipo, el alcoholismo, a los que si les agregamos inteligencias limítrofes o franca idiocia, no pueden sino dar  como producto a niños maltratados o abandonados. A fines del siglo XIX y a comienzos del siglo XX estas condiciones eran más que frecuentes, mucho más de lo que podían o querían ver las autoridades y los grupos sociales más acomodados. A la inmigración, especialmente chilota, de grupos de personas en muy mala situación económica, se agregaba la llegada de grandes grupos de personas y familias enviadas por los gobiernos desde el norte del país en calidad de colonizadores, sin trabajo fijo y en general sin ninguna preparación en cuanto a oficios. Si a esto se le agregaban los relegados y pájaros de cuenta, no se hacía más que incrementar la miseria.
A la negligencia parenteral se contraponía la preocupación estatal por la educación, personificada a fines de 1853 por el gobernador Jorge Schythe, quien informaba al Supremo Gobierno: Se abrió la escuela con 24 niños de 7 años para arriba. Los ramos de enseñanza son por ahora, catecismo, lectura, escritura, ortografía y aritmética. El Capellán de la Colonia enseña los dogmas de la relijion. Los demas ramos me he visto precisado a tomarlos a mi cargo[1]. Fray Pedro Díaz no se consideraba preparado para impartir ramos laicos, y la buena intención del gobernador se vio frustrada por sus múltiples tareas, que le impidieron seguir, y hubo de cerrar la escuela. Se vio obligado, entonces, a solicitar la renuncia del capellán, urgiendo al gobierno a enviar un sacerdote más afín a la docencia. Como otro botón de muestra de la importancia que se le daba a la educación, vale señalar que a comienzos del siglo XX en Magallanes se estableció la enseñanza primaria obligatoria antes de la dictación de la ley chilena que así lo dispuso.
            En 1916 se creó el Asilo de la Infancia por iniciativa de la Liga de Damas Católicas, el que funcionaba en una precaria construcción. En 1920 se estableció en Punta Arenas la Congregación de Hermanas Franciscanas de Santa Verónica de Giuliani, las que se hicieron cargo del establecimiento[2] y bajo los auspicios del Vicariato Apostólico de Magallanes y con el concurso generoso de la Liga de Damas Católicas en 1924 el arquitecto Agustín P. Carbone proyectó el edificio que con su gran volumen en tres pisos coronados por una torre cuadrada recuerda los monasterios fortificados del medioevo europeo, para el funcionamiento del Asilo de Huérfanos (actual Hogar del Niño) que incluye una capilla dedicada al Niño Jesús de Praga y a la Virgen de la Medalla Milagrosa, dependencias habitacionales, aulas y demás. Construido en albañilería de ladrillo a la vista por artesanos croatas fue por décadas el hito visual terminal de la ciudad hacia el sur (barrio Miraflores)[3].
            En 1920 se colocó la primera piedra, y el edificio se inauguró el 13 de marzo de 1927, construido bajo la dirección técnica del sacerdote Juan Bernabé. En el sótano funcionaba La Gota de Leche[4] [5], e inicialmente se atendía a niños y ancianos. Esta obra fue traspasada, en noviembre de 1944, a las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, quienes atendieron solamente a niñas y niños internos. En marzo de 1945 el hogar se transformó en escuela-hogar para unos 75 niños, quienes cursaban primero y segundo año primario. Poco a poco fueron aumentando los cursos, y en 1974 se cerró definitivamente la Escuela Particular N° 7 Hogar del Niño, para abocarse a la atención de niñas y niños huérfanos y abandonados, de entre 1 y 18 años de edad. Las Hermanas Vicentinas continúan hasta la actualidad con esta extraordinaria obra de rescate de niños en situación disfuncional[6].
            En 1936 el doctor Juan Damianovic atribuía al alto grado de ilegitimidad, que era un 20 % de la natalidad, el frecuente abandono de madres e hijos[7].
            Como consecuencia de la connotación pública que adquiría el conocimiento de las deplorables condiciones sociosanitarias de un gran sector de la población, y de la alta prevalencia de tuberculosis[8], se implementó en las décadas de 1930 y 1940 una serie de medidas tanto públicas como de esfuerzo voluntario de varias instituciones, como la creación de escuelas-hogares para niños huérfanos o abandonados, aparte del Hogar del Niño Miraflores.
El trabajo infantil, que como se sabe suele ser derivado de la pobreza en el hogar, ya en 1893 era estimulado por El Precursor de “El Magallanes” con el siguiente aviso[9]:

"MUCHACHOS PARA LA REPARTICIÓN DE ESTE PERIÓDICO SE NECESITAN"

El Magallanes insistía en 1895:


            En los años de 1920 y 1930 la situación se mantenía, y muy dura, para los niños vendedores de diarios, según relata Silvestre Fugellie, en crónica referida a los pregoneros de la época: Cuando recién comenzaba a oscurecer aparecían los canillitas, ateridos de frío, voceando el diario de la tarde: “¡El Magallá…!”[10].




[1] R. Vera. Op. cit. Pág. 119.
[2] M. Martinic. Op. cit. Pág. 170.
[3] M. Martinic. PUNTA ARENAS SIGLO XX. Págs. 66 - 67.
[4] Ver capítulo XIX.
[5] D. Baeriswyl. “ARQUITECTURA EN PUNTA ARENAS, PRIMERAS EDIFICACIONES EN LADRILLOS”. Págs 186 - 187.
[6] Diario “La Prensa Austral”. Suplemento Hogar del Niño Miraflores. Noviembre 2014.
[7] Diario “El Magallanes”, 19 de junio de 1936.
[8] Ver capítulo XIV.
[9] “El Precursor de El Magallanes”, 25 de diciembre de 1893.
[10] S. Fugellie. PIONEROS EN LA PATAGONIA. Pág. 118.