Las enfermeras
han estado en todas las iniciativas, estatales o privadas, en que se
favoreciera a la niñez en su aspecto sanitario.
En la década de
1940 el Dr. Juan Damianovic dirigía un ambicioso proyecto de colonias escolares
en la localidad de Agua Fresca, siendo secundado por la enfermeras
universitarias señoritas Claudina Álvarez Gallardo y Rosaura Díaz Cárcamo[1].
Tal vez el punto
de inflexión más importante para la enfermería magallánica fue la
implementación de la carrera de Enfermería en 1968, en la entonces sede de la
Universidad Técnica del Estado, luego autonomizada con el nombre de Universidad
de Magallanes.
Dice el pediatra
Ramiro González[2]: Si los médicos teníamos dedicación a nuestro
trabajo, qué decir de las enfermeras. No recuerdo el nombre de las que me
acompañaron y apoyaron en los políclinicos, pero sí recuerdo su trabajo, con
admiración por su entrega. Conocían la vida de cada paciente. Al igual que
Nolfa Avilés, Pía y Cecilia Cacabelos en el hospital, siempre atentas a que un
niños se agravara, siempre avisándonos de los problemas.
No menos
imprescindibles han sido las y los profesionales con preparación técnica,
llámense auxiliares, practicantes o técnicos paramédicos. En la década de 1950
los cursos de preparación en Punta Arenas duraban dos años, y los dictaban los
médicos Ezequiel Barroso Cid y Guillermo Stegen Ahumada en pediatría, Roberto
Carvajal en traumatología, Emilio Covacevich Cvitanic en cirugía. El cirujano
del Canto enseñaba a arsenalear. Después
venía otro escalafón, que eran los
practicantes, porque en ese tiempo se daba examen y se quedaba como practicante;
existía el Colegio de Practicantes. Estaba por ejemplo el practicante
Montenegro, que era el que le ayudaba al Dr. Chamorro Cid en pabellón, a
operar. También estaba Barrientos, y estaba Inostroza. Montenegro y Barrientos
estaban en el Hospital de Angamos, también Mancilla [3].
La labor de las
y los paramédicos, era por aquellos años de una exigencia laboral que hoy nos
asombraría, aparte de que no serían aceptadas tales condiciones por las
organizaciones gremiales. Cuando yo entré
teníamos que usar zoquetes blancos. Usábamos una mallita en la cabeza, nos
controlaba la señora Lidia. Teníamos que andar de punta en blanco. Cuando
ingresamos el año 51 éramos como catorce. Trasnochábamos, siendo principiantes,
aprendiendo y haciendo la teoría y la práctica. Trasnochábamos quince noches, y
una noche libre. Al otro día volver, y quince noches. Y antes de nosotros
trasnochaban más, no sé si era un mes, o dos meses. En el día dormíamos, y
volvíamos otra vez a las ocho de la noche al hospital. Tal vez este sistema
tan aparentemente extenuante se compensaba por una baja presión asistencial, y
es seguro también, por la mística y camaradería, que lo hacía más tolerable y
llevadero. Sin embargo, cuando pasábamos
al turno de día teníamos un equipo de básquetbol que se llamaba “Beneficencia”.
Todas jovencitas: estaba la Mariza Ojeda, Ana Ursic, Avelina Arzmendi, mi
hermana. El doctor Carvajal a veces nos entrenaba. Él había jugado básquetbol
cuando era más joven. Había una visitadora que nos llevaba al gimnasio de la
Confederación Deportiva. Antes de las siete de la mañana partíamos al gimnasio,
terminábamos y nos íbamos corriendo del gimnasio hasta Angamos. Jugamos varios
años, fuimos en delegación hasta Porvenir. En el turno de noche íbamos a la
cocina. En el Hospital de Asistencia Social había un inmenso mesón de mármol.
Entonces llagaba todo el personal, claro que quedando alguien siempre en los
servicios. Ahí nos daban cena, todos juntos. Lo pasábamos bien, porque
chacoteando…[4]
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