La doctora María
Yolanda Arellano se inició como pediatra y derivó a la psiquiatría infantil. Patricio Lira Calderón es hoy un destacado neonatólogo en Santiago. Sobre ellos hablaremos cuando tengamos mayor información.
El doctor Ramiro
González Vera llegó a Punta Arenas en 1975, proveniente del Hospital “Arriarán”
de Santiago. Leamos su testimonio[1]:
Tres recuerdos brotan de inmediato cuando
pienso en mi llegada a Punta Arenas: la ciudad, su gente y la maestra.
Dr. Ramiro González Vera |
La madres especiales, siempre
preocupadas de que sus chiquitos no tenían “apetito de comer”, y más preocupadas
aun si tenían “bronquios”, con un apego y fidelidad a su médico increíbles.
Muchas veces escuché decir en la calle “mira a tu doctor hijito”, y mucha gente
esperó por años que volviera el Dr. Abukalil. Llegué en 1975 proveniente del
Hospital Arriarán, y fuimos cinco médicos para atender una población aprensiva
y con un apetito voraz por la salud. El 76 y el 77 llegaron Loly Pavón e
Ignacio Hernández, quienes fueron un gran aporte, trabajadores y responsables.
Aun así trabajábamos mucho.
Llegábamos al hospital con el cielo aun oscuro en los meses de invierno.
Hacíamos medicina abnegada. Íbamos en la noche o los fines de semana a ver a
los pacientes más graves[2]. Dábamos sangre para las exanguíneotransfusiones en
los pacientes con coma hepático, siempre siguiendo el ejemplo y el estímulo de
la maestra, la inolvidable Dra. Carmen Pino. Ella había diseñado un sistema de
trabajo en el que a primera hora veíamos a nuestros pacientes de la sala y
luego bajábamos al policlínico o íbamos a los policlínicos de la Población 18
de Septiembre o el de Miraflores. A mí me correspondió hacerme cargo de la
pediatría en el recién inaugurado Policlínico Carlos Ibáñez.
En los policlínicos veíamos diez
pacientes por hora, y siempre había más de los que podíamos atender. La
enfermera seleccionaba y nosotros nos enojábamos cuando creíamos que no se
justificaba que un niño fuese pasado a médico. Aprendí que no había que
discutir con la enfemera un día en que me pasaron un lactante, que en la
carátula de su ficha decía “madre oligofrénica”. La señora me dijo que lo traía
porque tenía “los suspiros largos”. Ya pensando en alegar con la enfermera le
puse el fonendo y le escuché un tremendo soplo, ¡estaba en insuficiencia
cardíaca!
Carlos Ibáñez era el policlínico del
sector más pobre de Punta Arenas: mucha neumonía, mucha pediculosis, sarna,
niños con raquitismo y más de un tercio de los niños que atendíamos estaban
desnutridos. De acuerdo a la clasificación de esa época, la mayoría era desnutridos
grado dos. Fue providencial que el Club de Leones de la ciudad apadrinara un
comedor, con lo cual logramos bajar la desnutrición a 10 %.
Estábamos en eso cuando vi a una
paciente con sarampión que había estado en Río Gallegos, y fue el caso índice
de una epidemia en la que tuvimos más de mil casos. Del Ministerio fueron a
explicarnos por qué se podía producir una epidemia en una población vacunada, y
a felicitarnos por no haber tenido fallecidos. No nos dijeron que sólo
estábamos usando la mitad de la dosis.
También tuvimos brotes de
meningitis. Tomábamos sulfa y nos sentíamos impotentes al no poder curarlos. No
sabíamos que existía la secreción inapropiada de hormona antidiurética, ni de
falla multisistémica ni de respiradores. Sólo teníamos las croupettes y las
incubadoras. Subíamos la barra que limitaba el aporte de oxígeno cuando los
recién nacidos seguían cianóticos, y nada más podíamos hacer.
A pesar de tantas limitaciones
siempre tratábamos de estar al día. Nuestra maestra y jefa, la Dra. Pino, nos
leía el Year Book de pediatría y aprendíamos de enfermedades y tratamientos
nuevos. Aunque siempre nos decía “primero no hacer daño”, lo que reflejaba su
gran sabiduría.
Esta preocupación por los niños
graves que me fue inculcada, más una recomendación de Ignacio Hernández, me
llevaron a postular en 1979 a un hospital casi desconocido, pero según la
prensa de la época con una unidad de cuidado intensivo, el Hospital Exequiel
González Cortés. Cuando llegué esta unidad no existía. El respirador usado para
la maniobra propagandística estaba en un cajón en una sala cerrada. Pero a los
dos años de haber llegado, con el Dr. Patricio Romero abrimos la unidad,
hicimos funcionar los respiradores, y por diez años fui intensivista. También
me formé como broncopulmonar, a lo que me dedico ahora. Esos inolvidables años
en Punta Arenas me marcaron , y he
dedicado mucho tiempo de mi vida a la docencia, la investigación y a los niños
“con bronquios”.
El doctor Ramiro González Vera
ejerce en Santiago, y es en la actualidad un destacado especialista y profesor
universitario en enfermedades broncopulmonares infantiles.
Medico de excelencia,ejemplo a seguir por las nuevas generaciones
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