sábado, 31 de octubre de 2015

X. LAS MISIONES: UN GENOCIDIO BIEN INTENCIONADO (séptima parte)


Lucas Bridges emite su testimonio imparcial, si no en cuanto a las utilidades económicas, al menos en cuanto a las condiciones en que vivían los indígenas, relatando que de viaje en un vaporcito que tocaba en la misión salesiana, desembarqué en la isla Dawson, donde estaban confinados varios cientos de onas. Las mujeres tejían mantas y telas bajo la dirección de las hermanas y cierto número de hombres cortaban madera destinada principalmente a Punta Arenas. Cuando visité el aserradero, hablé a los indios en su propio idioma y todos me rodearon. Muchos de ellos eran magníficos ejemplares, pero Hektliohlh, a pesar de no ser el de mayor estatura, se destacaba por su porte y gallardía.

(…)
El trabajo se paralizó completamente, y como los hermanos laicos parecían intranquilos por esta interrupción, me retiré. Cuando dejaron el trabajo, pude hablar con Hektliohlh (…) parecía no tener queja en cuanto al trato que recibía, pero estaba muy triste por haber perdido su libertad. Mirando con ansia hacia las distantes montañas de su tierra natal dijo con un suspiro:
-Shouwe t-maten ya (la nostalgia me está matando).
Y así fue verdaderamente: no sobrevivió mucho tiempo. La libertad es preciosa para los hombres blancos; para los salvajes, habitantes del bosque, es una verdadera necesidad[1].
En 1895 Monseñor Fagnano escribía el Presidente Pedro Montt relatando los progresos de la misión entre los que incluía las enseñanzas recibidas por los niños: las niñas aprendían planchado, costura, y cocina y a su vez los niños aritmética y música instrumental, además de la lectura y escritura para ambos géneros. Por aquel año la misión de Dawson contaba con 215 indígenas, la mayoría sélknam, y al final del año habían fallecido treinta[2]. La gran mayoría de estos aborígenes murieron de tuberculosis, y otros de gripe y sarampión. De la ya escuálida población sélknam de Tierra del Fuego, unos 900 indios fueron a parar a Dawson durante los años que se mantuvo activa la misión de San Rafael[3] . De éstos, 825 murieron antes de su cierre definitivo. Esta terrible mortandad no se debía a negligencia, ni a la falta de abrigo, ni a la mala alimentación, como observaba ya en 1894 un colaborador de “El Magallanes” respecto a los niños:
El dormitorio de los niños es espacioso y mui aereado. Sus camas no son de primer órden, pero tienen abrigo suficiente.
A las doce se tocó la campana para ir al comedor y presenciamos el almuerzo de los niños. Se les sirvió un buen plato de sopa, un trozo de carne cocida con legumbres y cada uno tenia su gran trozo de pan. No diremos que esos muchachos indios comen con estricta elegancia (…)
Respecto á su traje, es mui sencillo, pero van bien cubiertos y abrigados[4].
Tras otras varias consideraciones, reflexionaba el cronista:
Y como conclusión: ¿cuál es el por venir de estos indios?
Como hemos dicho antes, su número disminuye sensiblemente. A lo ménos los alacalufes son ya raros: una que otra canoa sale al encuentro de los vapores para pedir galletas y tabaco.
¿Conseguirá la misión de San Rafael civilizarlos y sacarlos de esa vida aventurera y de miserias? Mucho lo dudamos.
¿Qué ha obtenido la misión protestante de Usuhaia despues de 25 años de trabajo? Casi nada, porque fuera de unos pocos indios que han llevado á Europa para mostrarlos como cosa curiosa y otros pocos que están en la misión, los demas llevan la misma vida de ántes. Mas aun, se ha notado que indios que han quedado algunos años en Europa llevando una vida de comodidades, al llegar á las áridas playas de la Tierra del Fuego, han abandonado esas comodidades y vuelto con placer á la vida salvaje de antes.
¿Obtendrá el mismo resultado la mision Salesiana de San Rafael? Los mismos jefes de esta mision nos han dicho que no esperan civilizar á los indios adultos. Lo que ellos persiguen es atraer á las familias fueguinas á Dawson para que les confíen a sus hijos para educarlos. Esos niños esperan transformarlos en hombres útiles, que en cuanto á los adultos tendrán que continuar la misma vida nómade.
(…)
No creemos, pues, que haya otro recurso que dejarlos tal como están ahora, que la raza se va extinguiendo poco á poco. Distribúyaseles algun alimento y ropa y que continuen su destino.
Eso si que es digno de elojio sacarles á los niños, porque de ellos algo se puede hacer.
No se pueden cambiar así no mas las costumbres de un pueblo[5].
Fuertes y crudas opiniones, seguramente compartidas por gran parte de la población blanca, y tal vez también por muchos padres salesianos. De alguna manera estas ideas se fueron arraigando entre las autoridades, las que concedían en salvar al menos a los niños, sin poder prever que en la misión sus destinos serían fatales.



[1] L. Bridges. Op. cit. Págs. 261 – 262.
[2] M. S. Orellana. Op. cit.
[3] M. Martinic. LA MEDICINA EN MAGALLANES. Pág. 161.
[4] Periódico “El Magallanes”, 1 de abril de 1894.
[5] Periódico “El Magallanes", 15 de abril de 1894.

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