Lucas Bridges
emite su testimonio imparcial, si no en cuanto a las utilidades económicas, al
menos en cuanto a las condiciones en que vivían los indígenas, relatando que de viaje en un vaporcito que tocaba en la
misión salesiana, desembarqué en la isla Dawson, donde estaban confinados
varios cientos de onas. Las mujeres tejían mantas y telas bajo la dirección de
las hermanas y cierto número de hombres cortaban madera destinada
principalmente a Punta Arenas. Cuando visité el aserradero, hablé a los indios
en su propio idioma y todos me rodearon. Muchos de ellos eran magníficos
ejemplares, pero Hektliohlh, a pesar de no ser el de mayor estatura, se
destacaba por su porte y gallardía.
(…)
El trabajo se paralizó completamente, y como los
hermanos laicos parecían intranquilos por esta interrupción, me retiré. Cuando
dejaron el trabajo, pude hablar con Hektliohlh (…) parecía no tener queja en
cuanto al trato que recibía, pero estaba muy triste por haber perdido su
libertad. Mirando con ansia hacia las distantes montañas de su tierra natal
dijo con un suspiro:
-Shouwe t-maten ya (la nostalgia me está matando).
Y así fue verdaderamente: no sobrevivió mucho
tiempo. La libertad es preciosa para los hombres blancos; para los salvajes,
habitantes del bosque, es una verdadera necesidad[1].
En 1895 Monseñor
Fagnano escribía el Presidente Pedro Montt relatando los progresos de la misión
entre los que incluía las enseñanzas recibidas por los niños: las niñas
aprendían planchado, costura, y cocina y a su vez los niños aritmética y música
instrumental, además de la lectura y escritura para ambos géneros. Por aquel
año la misión de Dawson contaba con 215 indígenas, la mayoría sélknam, y al
final del año habían fallecido treinta[2]. La gran
mayoría de estos aborígenes murieron de tuberculosis, y otros de gripe y
sarampión. De la ya escuálida población sélknam de Tierra del Fuego, unos 900
indios fueron a parar a Dawson durante los años que se mantuvo activa la misión
de San Rafael[3] . De éstos, 825
murieron antes de su cierre definitivo. Esta terrible mortandad no se debía a
negligencia, ni a la falta de abrigo, ni a la mala alimentación, como observaba
ya en 1894 un colaborador de “El Magallanes” respecto a los niños:
El dormitorio de los niños es espacioso y mui
aereado. Sus camas no son de primer órden, pero tienen abrigo suficiente.
A las doce se tocó la campana para ir al comedor y
presenciamos el almuerzo de los niños. Se les sirvió un buen plato de sopa, un
trozo de carne cocida con legumbres y cada uno tenia su gran trozo de pan. No
diremos que esos muchachos indios comen con estricta elegancia (…)
Tras otras
varias consideraciones, reflexionaba el cronista:
Y como conclusión: ¿cuál es el por venir de estos
indios?
Como hemos dicho antes, su número disminuye
sensiblemente. A lo ménos los alacalufes son ya raros: una que otra canoa sale
al encuentro de los vapores para pedir galletas y tabaco.
¿Conseguirá la misión de San Rafael civilizarlos y
sacarlos de esa vida aventurera y de miserias? Mucho lo dudamos.
¿Qué ha obtenido la misión protestante de Usuhaia
despues de 25 años de trabajo? Casi nada, porque fuera de unos pocos indios que
han llevado á Europa para mostrarlos como cosa curiosa y otros pocos que están
en la misión, los demas llevan la misma vida de ántes. Mas aun, se ha notado
que indios que han quedado algunos años en Europa llevando una vida de comodidades,
al llegar á las áridas playas de la Tierra del Fuego, han abandonado esas
comodidades y vuelto con placer á la vida salvaje de antes.
¿Obtendrá el mismo resultado la mision Salesiana de
San Rafael? Los mismos jefes de esta mision nos han dicho que no esperan
civilizar á los indios adultos. Lo que ellos persiguen es atraer á las familias
fueguinas á Dawson para que les confíen a sus hijos para educarlos. Esos niños
esperan transformarlos en hombres útiles, que en cuanto á los adultos tendrán
que continuar la misma vida nómade.
(…)
No creemos, pues, que haya otro recurso que dejarlos
tal como están ahora, que la raza se va extinguiendo poco á poco.
Distribúyaseles algun alimento y ropa y que continuen su destino.
Eso si que es digno de elojio sacarles á los niños,
porque de ellos algo se puede hacer.
Fuertes y crudas
opiniones, seguramente compartidas por gran parte de la población blanca, y tal
vez también por muchos padres salesianos. De alguna manera estas ideas se
fueron arraigando entre las autoridades, las que concedían en salvar al menos a
los niños, sin poder prever que en la misión sus destinos serían fatales.
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