El siguiente
episodio, dramático por lo demás, tiene su rasgo anecdótico por el ojo clínico de las damas anglicanas, que
resultó superior al de los facultativos titulados.
En 1884 arribaron
a la misión de Ushuaia el Paraná y el
Comodoro Py, buques de la armada
argentina. Vistas sus necesidades de pertrechos y de elementos para reparar
averías, decidieron navegar hasta Punta Arenas, cosa que también aprovechó el
misionero Thomas Bridges, quien se hizo acompañar de varios yámanas para ayudar
con el cargamento para la misión. Cuenta su hijo Lucas:
Había a bordo del Paraná dos oficiales pilotos, pero ninguno de ellos había navegado antes por
estos intrincados canales. La navegación, pues, estaba a cargo de mi padre y
del yagán Henry Lory, quienes durante un tiempo alternaron en esta tarea. Luego
Lory fue atacado por una fiebre violenta, y mi padre debió arreglarse solo;
permaneció continuamente en el puente de mando. Al cruzar por algunos canales
donde el fuerte oleaje provocado por el barco bañaba los precipicios de roca,
los oficiales llegaron a sentir gran inquietud; después de una semana de mal
tiempo, el Paraná y su
escampavía llegaron a salvo a Punta
Arenas.
Con respecto a los indios, las cosas,
desgraciadamente, no iban tan bien; durante el viaje, otros seis jóvenes
yaganes fueron atacados por la misma fiebre mortal que padeció Henry Lory. El
doctor Álvarez, cirujano de a bordo, diagnosticó el caso como tifoidea
neumónica, y en Punta Arenas el doctor Fenton confirmó esa opinión. Se alquiló
una choza para los pacientes, y mi padre, ayudado por un marinero de uno de los
barcos, se quedó para atenderlos; a pesar de los solícitos cuidados y de la
atención médica, sólo uno de los enfermos sobrevivió, y el pobre Henry Lory
figuraba entre los muertos.
Estas seis muertes causadas por tan virulenta
enfermedad inquietaron sobremanera a mi padre, pues antes de zarpar de Ushuaia,
en el Paraná, varios nativos habían caído enfermos con
los mismos síntomas, aunque nadie pudo suponer entonces que esta epidemia se
desarrollaría con mucha intensidad. El doctor Álvarez había dejado a Whaits recetas
y medicamentos. Teniendo en cuenta que los medicamentos no habían salvado a
Henry Lory y los cinco yaganes, mi padre sentía gran ansiedad por lo que
pudiera estar aconteciéndonos en Ushuaia.
(…)
Mr. & Mrs. Bridges y niños yámanas 1898 |
Mientras tanto, en Ushuaia los acontecimientos
dieron razón a sus temores. Después de la salida del Paraná y el Comodoro Py, uno tras otro, los indígenas enfermaron de esa fiebre, y en pocos
días murieron en tal cantidad, que no había tiempo de cavar sus fosas, y los
muertos de los distritos eran simplemente sacados de sus chozas o cuando los
otros ocupantes tenían suficientes fuerzas, arrastrados hasta los arbustos más
cercanos.
En la Casa Stirling y en la de los Lawrence, sobre
el camino, todos los niños enfermaron al mismo tiempo. En el Orfanato, la
señora Whaits debía atender a treinta niños yaganes atacados de la misma
epidemia. Mi madre y Yekadahby, no sabiendo nada de tifoidea neumónica, se
formaron una opinión diferente a la de los doctores Álvarez y Fenton, y nos
prestaron los cuidados que consideraron adecuados. La señora Lawrence y su
hermana, la señorita Martin, que había venido a vivir con ellos a la Misión,
estaban de acuerdo con ese diagnóstico, y la señora Whaits lo confirmó. Todas
decidieron que era sarampión.
Afortunadamente ninguna de las personas mayores de
la Misión, que ya habían tenido sarampión en su juventud, se contagió, lo que
prueba que esta vez las señoras diagnosticaron mejor que los médicos. Es, sin
embargo, extraordinario que esta enfermedad, propia de los niños, tan
contagiosa en los centros civilizados y que rara vez es fatal, lo fuera para
más de la mitad de la población de un distrito (…) Como nuestros antepasados, a
través de varias generaciones, han padecido periódicas epidemias, nosotros, en
consecuencia, tenemos un cierto grado de inmunidad contra sus estragos. En
cambio, los yaganes, aunque increíblemente fuertes para soportar el frío y toda
clase de molestias y aun para sobrevivir a sus heridas, no habiendo tenido
nunca en el curso de su historia que enfrentar este mal, carecían de defensas
para contrarrestarlo. No es difícil comprender cómo los médicos no pudieron
reconocer esta enfermedad, al manifestarse en forma tan virulenta. Ni un
inmunólogo podría haber hecho un análisis tan sencillo y claro como el de Lucas
Bridges. Cabe también destacar que esta misma explicación vale para los
indígenas de todas las etnias australes, que sucumbieron por la tuberculosis,
la viruela y la escarlatina.
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