La ponderación
de estas consideraciones no fue suficiente para morigerar los ánimos genocidas
de los dueños y capataces de las grandes estancias. Entretanto, en la misión de
Dawson se seguían recibiendo indígenas, salvándoseles la vida por un tiempo,
hasta que sucumbían, niños y adultos, ante el enemigo más feroz e invisible,
como eran los microorganismos productores de enfermedades.
Uno que
manifestaba un cinismo desvergonzado era McInch -nombre ficticio[1], según Bridges-
cazador de indígenas de Río Grande, quien opinaba que al matarlos se realizaba una acción humanitaria, siempre que se tuviera
el coraje necesario. Explicaba que esa gente nunca podría convivir con blancos,
y cuanto más pronto fueran exterminados, mejor, pues era una crueldad tenerlos
cautivos, aunque fuera en una Misión, donde languidecían o morían de
enfermedades importadas[2]. De esto último
tenía razón, pero sin duda era el mal menor.
La prosperidad
de este verdadero poblado en Dawson hizo reaccionar a funcionarios
anticlericales, instigados por el periódico “El Magallanes”, el que acusaba a
los salesianos de estar enriqueciéndose a costa de territorios estatales y con
la mano de obra indígena. Monseñor Fagnano fue el principal blanco de las
críticas[3]. Y como botón
de muestra, y a propósito de la compra por parte de la Congregación Salesiana
de la manzana 92 de Punta Arenas, la publicación decía que, (…) a título de curiosidad damos á
continuación una nómina de los bienes conocidos que forman la modesta fortuna que estos reverendos padres salesianos
supieron adquirir en el breve término de ocho años que residen en estas pobres,
desiertas y salvajes rejiones, plagadas
de indígenas antropófagos, cuya civilización realizan con tan industriosos
resultados. Adjuntábase un listado de bienes muebles e inmuebles, así como
las ganancias obtenidas en la explotación de Dawson, que llegaba, según el “El
Magallanes”, a un total de 984.000 pesos, cantidad enorme de dinero para los
tiempos. Concluía, siguiendo con el sarcasmo de las primeras líneas:
Hay que agregar aun un aserradero que va á
establecerse en Dawson y otras empresas inéditas, con todo lo cual se redondea
con creces el milloncito.
¡Pobrecitos!
Esta crónica dio
lugar a un ácido intercambio de declaraciones publicadas tanto en “La Razón”
como en “El Magallanes”, de las cuales no daremos detalle por escapar a lo que
interesa en este capítulo. Una pequeña nota de prensa, supuestamente originada
en “El Sur” de Concepción, daba cuenta de que (…) parece que el Gobierno reemplazará por misiones franciscanas las de los
padres salesianos que están en la Tierra del Fuego[5], cosa que nunca
llegó a suceder. La consecuencia
inmediata, en todo caso, fue que el Almirante Manuel Señoret, socio fundador de
“El Magallanes” y a la sazón Gobernador de la colonia, quiso entonces implantar
una suerte de misión laica, vale decir, civilización sin evangelización,
proyecto que sufrió el más rotundo de los fracasos[6]. Todas las
acciones antisalesianas en todo caso fueron al menos parcialmente aplacadas con
la visita del Presidente de la República don Federico Errázuriz a Dawson en
1899, en que manifestó una favorable impresión respecto a la obra de la misión.
Las autoridades coloniales representantes del Supremo Gobierno, en
consecuencia, no pudieron seguir denostando tan abiertamente a la gestión
misional[7].
[1]
Las evidencias apuntan a que se trataba del tristemente célebre Alexis
MacLennan, conocido por su apodo de “Chancho Colorado”.
[2] L. Bridges. Op. cit. Pág. 263.
[3] F.
Aliaga. Op. cit.
[4]
Periódico “El Magallanes”, 28 de abril de 1895.
[5]
Periódico “El Magallanes”, 12 de mayo de 1895.
[6]
Mayor abundamiento sobre este tema en el capítulo XVIII.
[7] M.
S. Orellana. Op. cit.
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