Como
consecuencia de la toma de conocimiento de las deficientes condiciones
sanitarias que afectaban a gran parte de población, se dio nuevo impulso a
estas obras, de tal modo que a inicios de la década de 1940 dos tercios de la población regional
dispusieron de servicios de agua corriente, dotación que en Punta Arenas superó
el 75 % de las viviendas, y en Puerto Natales y Porvenir el 45 %; y que las
redes cloacales sirvieran al 63 % de los habitantes, pero con una neta
desigualdad, pues en Punta Arenas la dotación llegó a cubrir el 70 % de las
casas, en tanto que en los otros dos centros urbanos provinciales se carecía
por completo de tal servicio, con carácter general[1].
Con lo que
podríamos calificar como macroambiente, vale decir, el aire puro manifestado a
veces como poderosos vientos huracanados, el frío congelante, el sol rutilante
del verano, las nieves y lluvias del invierno, no había problemas sanitarios.
La contaminación provocada por el ser humano en el espacio común pueblerino y
en la disposición de residuos domiciliarios y fecales, pese a toda lógica,
tampoco alcanzó a desencadenar las enfermedades temidas. Lo que sí probó ser
nefasto fue el medio ambiente puertas adentro: hacinamiento, mala ventilación,
falta de higiene, deficiencias nutricionales, alcoholismo, humo de cocinas y
tabaquismo, que se confabularon con la ignorancia sanitaria para desencadenar
la mayor tragedia, que fue la muerte de gran parte de la población,
especialmente infantil, por tuberculosis[2].
Según Fenton también el uso excesivo del carbón de
leñadura y una insuficiente ventilación en las cocinas populares afectaban las
vías respiratorias y facilitaban el desarrollo de enfermedades bronquiales[3].
Se hablaba,
hacia mediados del siglo XX, de regular el funcionamiento de los mataderos, y
el Jefe Sanitario Provincial Dr. Juan Damianovic, manifestaba que al mejorar el
agua potable la ciudad de Punta Arenas
podría ser considerada como una de las más higiénicas del país[4]. Entretanto y sin embargo, puede manifestarse que el deficiente
servicio de agua potable es un permanente atentado a la salud colectiva, como
ha quedado evidenciado con el brote epidémico de paratifus-B aparecido el año
pasado[5].
Este servicio
llegaba a la mayoría de las casas, pero se consideraba insuficientes los tres
filtros de arena con que se potabilizaba. Se aseguraba que un filtro de arena (…) en condiciones técnicas ideales, proporciona un
agua que pierde el 99 % de las bacterias, pero en Punta Arenas la insuficiente
filtración (…) hace variar totalmente dicho coeficiente. Asimismo (…) no se
clora, de tal manera que es susceptible de convertirse en agente transmisor de
enfermedades[6]. Constituían, por cierto, notables
avances el aumento de la red de desagües
y el Laboratorio Químico Bromatológico Municipal, que analizaba los productos
lácteos y embutidos que llegaban de Argentina en viajes prolongados y sin la
refrigeración adecuada[7]. Hitos
importantes, que irían incidiendo favorablemente en el control de las
enfermedades infecciosas[8].
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