En septiembre de
1895, el Injeniero Civil Federico
Sibillá documentaba en El Magallanes su
propuesta para la instalación de agua potable en la ciudad, afirmando que el
agua con que se abastezca la ciudad debe poseer una proporción conveniente de sales de cal y magnesio [carbonatos] que
á la par que le dan sabor agradable, constituyen fuentes de donde se renuevan
los ajentes similares del organismo humano.
Proponía
sistemas para llevar agua potable a las partes altas de la ciudad, así como
hasta el muelle para abastecer a las naves. Afirmaba que por motivos
presupuestarios solo se podrá proveer de
agua una sola calle, es decir, solo alcanza á colocarse la cañeria matriz o
surtidora, pudiéndola aprovechar únicamente los vecinos que tengan la suerte de
quedar en las inmediaciones de ella hasta media cuadra en el sentido
trasversal. Bastante mezquino parecía ser el aporte presupuestario para el
agua potable de Punta Arenas, aunque las autoridades afirmaban que al cabo de
dos años habría red ductal suficiente para abastecer de abundante agua a las
casas, al muelle y a los bomberos. Y continuaba el ingeniero Sibillá:
Sin embargo, de los vecinos depende obtener tal
servicio ántes de que espire el año; en efecto, debiendo quedar colocada en
Octubre la cañeria surtidora, la colocacion de la distribuidora, incluso
estanques purificadores y reguladores, podria hacerse en dos meses mas, si
hubiera vecinos suficientemente filántropos que quisieran formar una Empresa de
Agua Potable, allegando los fondos necesarios para encargar a Europa el resto
de la cañeria y hacer frente a la colocacion.
Mostrando cifras
y proyecciones, aseguraba un reembolso del capital en cinco años, y luego un
interés de 16 % con el mínimo de consumo
de agua. Curioso concepto de la filantropía tenía Sibillá. Y concluía con una
notable propuesta que, si bien no atañe a este capítulo, la incluimos por considerar
interesante su particular idea de este emprendimiento: (…) podria aun, sin mayor gasto, ampliar los fines de una distribucion
de agua potable: como en este caso la cañeria debe estar alejada de todo
peligro de conjelar el agua contenida, podria disponerse de un manantial de
fuerza hidráulica adaptable á mover una turbina, suficientemente poderosa para
proporcionar doce caballos de fuerza, los que utilizados de noche para mover un
dínamo eléctrico, podrían proporcionar 225 lámparas incandescentes, número
suficiente para alumbrar toda la noche las
calles de Punta Arenas, 16 horas; el comercio ó clubs durante 8 horas.
No hay necesidad de comparar la calidad de luz
actual, la parafina, á la luz eléctrica, pues aparte del brillo, la última
tiene la ventaja de ser contra incendios, circunstancia que no es de despreciar
en Punta Arenas donde las construcciones son en jeneral de madera[1].
Por aquellos
años se consideraba que, de instalarse el agua potable, le fuente lógica y
natural sería el río de las Minas. El delegado de gobierno Mariano Guerrero
Bascuñán, de efímero pero productivo gobierno -duró seis meses en el cargo- ,
refería que le habían contado que en las
hondonadas de los cerros cercanos a Punta Arenas existía una gran laguna (…) e
insinuaba la posibilidad de estudiar
esta fuente y no continuar con la del río de las Minas, que arrastra elementos
en descomposición[2].
En 1897 escribía Robustiano Vera: El agua
que se consume (…) está corrompida por las filtraciones (…). Se espera en esa
ciudad pestes i toda clase de enfermedades ¿i podrá el Gobierno ser
indiferente? Se deber le llama a pensar sériamente en prevenir este mal[3].
Tanta
preocupación por la calidad del agua era más que justificada, pero las
terribles enfermedades vendrían, con el cambio de siglo, no por el agua sino
por el aire[4]. Y a pesar de
tanto pesimismo, la municipalidad terminó por crearse, y con el esfuerzo
económico de diversas instancias, y bajo la sabia batuta de la Comisión de
Alcaldes presidida por el gobernador Fernando Chaignau[5],
se dio inicio a las obras de instalación de agua potable y alcantarillado,
entregados e inaugurados ¡por fin! en 1908, entre los festejos y algarabía de
los vecinos. Inicialmente, eso sí, se captaba desde la parte alta del río de
las Minas y abarcó solamente el sector central de la ciudad, y con el tiempo
estos servicios se extendieron hacia la periferia urbana. El agua del río se hacía llegar por cañerías adyacentes a una red
matriz de 400 metros y de la que partían las ramificaciones de distribución.
Había un estanque que servía de decantador y almacén de aprovisionamiento. Este
depósito permanecía descubierto y durante el invierno su congelación impedía el
flujo de agua a las cañerías[6].
Rudimentarias y todo, fueron unas de las primeras instalaciones de su tipo en
Chile y de Latinoamérica. Ya los niños podrían corretear por la calles sin
riesgo de contraer infecciones intestinales, pero pasarían muchos años antes de
que en días calurosos pudiesen chapotear en las aguas del estrecho sin el mismo
riesgo, puesto que los emisarios de las alcantarillas desembocaban en el mar. Años
más tarde se cumpliría el sueño de Guerrero, y el río entregaría el testimonio
a la laguna Lynch y ésta, en las postrimerías del siglo XX, a la de Parrillar
como fuente principal de obtención de agua potable para la ciudad de Punta
Arenas.
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