martes, 24 de noviembre de 2015

XI. MEDIO AMBIENTE Y SALUD INFANTIL (quinta parte)


A partir de la década de 1950 se produjo un renacer de la prosperidad magallánica con el desarrollo de la industria del petróleo y sus sucedáneos, como el gas natural, que vino a facilitar y abaratar los costos de la calefacción domiciliaria. Bien instalada y mantenida, esta fuente de calor demostró ser, además, mucho más saludable que la contaminante leña o el carbón. Las nuevas fuentes laborales atrajeron a una nueva oleada inmigratoria, mayormente proveniente de Chiloé, y la instalación de poblaciones en terrenos periféricos, con construcciones inicialmente precarias y con poca regulación, que retrotraían la situación, en esos sectores, a las mínimas condiciones de sanidad ambiental de los inicios del siglo[1].
Desde el Fuerte Bulnes en adelante, los primeros años de la colonia debieron ser para los niños un contacto permanente con la naturaleza. Conocían el nombre de cada pájaro, planta y árbol. Por cierto también se familiarizaron con los animales, y sabían a cuáles cazar, a cuáles domesticar, y a cuáles temer. Vacas, cerdos, cabras, caballos y desde fines del siglo XIX las ovejas, constituían parte del entorno doméstico. Eran pocas las familias que no tenían gatos y perros, ya incorporados como parte de las mismas. Desde los perros de los pueblos originarios, cada cual con su raza, hasta los que acompañaron a los colonizadores, estos animales tan dependientes del ser humano han sido muchas veces compañeros inseparables de los niños. Cosa buena y saludable, sin duda, especialmente si estas fieles mascotas son bien tratadas, tanto en lo afectivo como en lo sanitario.

La cosa cambia radicalmente cuando el animal doméstico deja de serlo sin dejar de habitar la ciudad[2], constituyendo un problema de salud pública. Pareciera, eso sí, vistos los antecedentes históricos, que la solución dista de ser fácil, por distintos factores que no es del caso detallar, pero la sociedad ha fallado en tomar conciencia del problema, salvo cuando aparecen las informaciones de prensa sobre las personas, especialmente niños, agredidos, mordidos o mutilados por perros callejeros. Pasada la noticia, olvidado el tema y a otra cosa mariposa. Las autoridades no se responsabilizan y la población sigue atemorizada por las jaurías de perros que se han apoderado de las calles y plazas. En los medios es tema recurrente, y lo ha sido desde los primeros años de la colonia magallánica.
En febrero de 1910 se informaba que una empresa recién creada recoge a los perros que vagan sin el collar exigido[3].




[1] M. Martinic. PUNTA ARENAS SIGLO XX. Págs. 44 y siguientes.
[2] Los que abandonan la ciudad se convierten en “asilvestrados”, adquiriendo comportamientos que en mucho se asemejan las de sus antepasados lobunos.
[3] S. Fugellie. Op. cit. Pág. 83.

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