En la noche del 29 del mes de Mayo último los
empleados de la estancia que en la Bahia Inútil posee la Sociedad Esplotadora
de la Tierra del Fuego, recorriendo los cercos sorprendieron unos cincuenta
indios, en circunstancias que (…) estaban rodeando una majada de ovejas para
robarla.
Al divisar los ovejeros armados, los indios
emprendieron la fuga, siendo hechos prisioneros ocho de ellos: tres mujeres,
cuatro niños y un indio adulto.
Estos últimos fueron enviados á este puerto en la
goleta “Ripling” y entregados á la autoridad, Sabemos que se remitirán á la
mision salesiana de Isla Dawson[1].
Con el propósito
de salvar a tres mujeres, cuatro niños y un adulto, ¡quién sabe si varias
familias resultaron disgregadas para siempre! Mucho castigo por desconocer las
leyes de los blancos, y por no poseer el concepto de la propiedad privada. Que
si tal hubiese sido, quizás hubieran intentado al menos una defensa más
desesperada por recuperar sus tierras arrebatadas. A poco de ocurrido este
incidente, el Gobernador Señoret escribía al ministro de Relaciones Exteriores,
Culto y Colonización, proponiendo una medida de rápida y económica ejecucion, y tendría la ventaja de resolver de
una vez el problema. (…) Bastaría para recojerlos una partida de caballeria de
30 á 50 individuos, y un escampavia que los fuera trasladando á Dawson a medida
que se vayan reuniendo, y en el próximo invierno todos los onas estarían en esa
isla[2]. Propuesta tan peregrina
no encontró eco en las autoridades del Supremo Gobierno, y se mantuvo el envío
periódico de indígenas a Dawson, especialmente niños, por ser más civilizables
y por resultar más fáciles de capturar. Es así como en agosto, tras otra
incursión sobre los piños de Bahía Inútil, se enviaban a la misión a seis
mujeres y seis niños[3].
A la vuelta de
un año, parece ser que la situación no era muy halagüeña para los hospedados en
San Rafael, a juzgar por una crónica por lo demás llena de encono contra los salesianos.
Sobre esto último, tuviese o no razón, es materia de otra historia. Nos
interesa aquí el estado sanitario de los niños, y la siguiente cita nos permite
un atisbo sobre su condición psicosocial:
Hay reunidos allí de sesenta a ochenta indígenas, término
medio; de los cuales la mitad adultos, hombres y mujeres; jóvenes y niños los
otros. A los primeros no se les ha enseñado otra cosa que á repetir de memoria
algunos credos
y aves que pronuncian automáticamente, dirémos, con la espresion idiota del oso
sabio. Los otros, gracias á la vivacidad natural de la adolescencia, se han
despojado un tanto de su rusticidad y esquivez de salvajes, y, aun, la
paciencia de un viejo y simpático maestro italiano ha conseguido que algunos de
ellos soplen á pulmones llenos en unos instrumentos de cobre, si no con método,
al ménos de buena voluntad[4].
Que nos excuse
el lector si tal vez nos hemos disgregado en nuestro intento por comprender el
contexto histórico en que se poblaban las misiones, pero es cosa que creemos fundamental.
Por entonces se acusaba a los salesianos de antipatriotas, pro-argentinos,
mercantilistas, mercenarios, en fin. Se insistía en que fuesen reemplazados por
los franciscanos capuchinos que habían evangelizado la Araucanía, a quienes sí se
consideraba chilenos y patriotas.
Sea como fuese,
cada tanto seguían las violencias, en que los niños se llevaban la peor parte:
si no eran capturados y llevados a la misión, sufrían en su integridad, como lo
sucedido en Isla Navarino, en que “El Magallanes” informaba que esta vez las víctimas han sido una infeliz
india, herida en una rodilla ¡y una tierna niña de ocho años bandeada de parte
á parte por un balazo! Hasta ahora, de los datos que se poseen, no hay nada que
pueda justificar este bárbaro procedimiento, y confiamos en que la justicia, en
cuyas manos se encuentra el negocio, ha de proceder con toda severidad y rigor
contra los autores de tan cruel atentado de lesa-humanidad.
El misionero
anglicano John Lawrence remitía al gobernador de Magallanes un extenso informe,
en que detallaba cómo ocurrieron los hechos, atribuyéndolos a la vileza de
algún tripulante de la goleta Henrriette:
En lo concreto afirmaba que (…) solo una
canoa vino desde tierra al costado de la goleta. Los ocupantes de la canoa eran
un hombre, una mujer y dos niños, todos indios. Al ver que el capitán no
les permitía comercializar sus pieles de nutria, se alejaron, y cuando se encontraba solo á pocas yardas,
una ó mas personas hicieron fuego sobre la canoa (…). Una bala hirió á la mujer
en la rodilla derecha, la pequeña niña como de 8 años de edad recibió una bala
por la espalda que le penetró por debajo del hombro derecho y como á una
pulgada de la espina dorsal saliendo al lado opuesto por debajo del brazo. El
gobernador Godoy hizo llevar a las víctimas a Ushuaia, donde fueron atendidas
por el médico. La niña no sobrevivió a la crueldad de los asesinos.
Concluía “El
Magallanes” (…) el mundo civilizado
mirará con asombro el desamparo inhumanitario en que dejamos esa infortunada
raza aboríjena autorizando con nuestra neglijencia y falta de vijilancia los
atentados bárbaros como el que tenemos que lamentar. E instaba el cronista a mayor presencia estatal en Navarino, en que
ya había emprendimientos ganaderos y mineros, para atraer hacia nuestra
civilizacion esa apacible y tranquila raza indíjena yagana, hoy víctima con
mucha frecuencia de su empeño en relacionarse con jentes que, aunque se dicen
civilizadas, sin embargo no tienen escrúpulos en ensayar bárbaramente en ellos
sus punterías al rifle[5].
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