Esta palabra, sanadores, que pudiera parecer peyorativa, es un paraguas bajo el
cual se cobija una pléyade de individuos, hombres y mujeres, desde algunos de
buena voluntad que hacían lo que podían en ausencia de un médico acreditado, hasta
farsantes que se las daban, y aún se las dan, de curanderos, con o sin la presencia
de un profesional. El hecho cierto fue que desde unos 12.000 años antes de
Cristo hasta la llegada de Thomas Fenton en 1875, los niños del meridión
americano debieron confiar el alivio de sus dolencias físicas a estas personas,
las cuales algunas poseían conocimientos básicos de medicina o farmacia, y
otras heredaban las dotes curativas generalmente de padre o madre a hijos o
hijas.
En
todo caso, entre los aborígenes australes existía la sabia costumbre de no confiarse
en las manos del chamán salvo en condiciones extremas de gravedad[1].
Antes de ello había que pasar por dos etapas: la primera de ellas, bajo la
convicción de que la mayoría de los males se curan por sí mismos[2],
consistía en aislamiento en el interior de la choza, ayuno, grandes cantidades
de agua fría, y calor. La segunda etapa, y cuando la anterior no daba resultado
-generalmente sí lo hacía-, era apelar al consejo familiar, recibiendo hierbas medicinales,
masajes con o sin grasa, ungüentos y pócimas variadas, incluyendo preparaciones
con piedra bezoar de guanaco[3].
Es de suponer que estas prácticas se aplicaban sobre adultos y niños. Cuando
nada de lo anterior daba resultado, se asumía que la dolencia tenía una causa
no orgánica, y era la ocasión de consultar al hechicero[4].
Los
chamanes o curanderos, ya sea hombres o mujeres en todas las culturas
primitivas a lo largo de la historia de la humanidad, se han caracterizado por
ser personas especiales, que salen de lo común para lo socialmente aceptado en
un período histórico (o prehistórico) determinado. Así, la esquizofrenia
paranoide, la epilepsia con delirio místico, las actitudes afeminadas en los
varones, el arte de sanación heredado de padres a hijos y las iniciaciones
secretas han constituido condiciones ideales para la práctica de la hechicería.
Sea como fuera, el candidato a chamán debía aceptar una adiestramiento adecuado
por algún, o alguna, practicante del oficio dotado de los correpondientes
prestigio y experiencia[5],
y para el caso de los aborígenes australes …se
incluían conocimientos variados sobre la naturaleza, las creencias míticas
ancestrales y sobre el apasionante arcano de las fuerzas o poderes que
trascendían a la naturaleza y respecto de la capacidad de conjurar su
malignidad, así como para adquirir la capacidad de ocasionar maleficios a
terceros, y, por fin, acerca de las formas prácticas que ello exigía,
incluyendo el uso de supercherías, engaños y apariencias como expresiones
concretas de la potencialidad chamánica[6].
En
el caso de los sélknam, cada comunidad o clan tenía un chamán denominado xo’on,
cuya principal ocupación era la cura. Ésta suponía que el cuerpo del paciente
había sido violentado por un elemento extraño: el cwake, o la enfermedad. Este
cuerpo extraño era concebido generalmente como la intrusión provocada por un
xo’on rival[7] .
El mismo Lucas
Bridges inició estudios de medicina sélknam, pero luego los congeló, como
refiere a continuación.
Mi iniciación tuvo lugar en torno a un
fogón, protegido del viento, como de costumbre, por pieles de guanaco. Después
de hacerme un discurso sobre la seriedad de mi propósito, Tininisk me indicó
que me desnudase; yo cumplí la orden y me mantuve reclinado sobre mi ropa y
algunas pieles de guanaco, mientras él me exploraba el pecho con las manos y la
boca, tan cuidadoso y atento como un médico con su estetoscopio, moviéndose de
un lugar a otro y deteniéndose a escuchar aquí y allá, según los ritos. Miraba
además atentamente, como si estuviera viendo a través de mi cuerpo con rayos X.
Luego los dos hombres se quitaron
sus vestidos y Leluwhachin[8] la capa que cubría su kohiyaten, los tres juntaron sus cabezas y alguno de
ellos extrajo un objeto color gris claro, de diez centímetros de largo, con el
aspecto de un perrito lanudo, de cuerpo robusto y orejas levantadas, al cual,
con el mismo temblor de las manos y el aliento de su respiración le dieron una
apariencia de vida. Percibí un olor raro y repetidos sonidos guturales que
parecían provenir de aquel objeto, cuando tres pares de manos lo acercaron a mi
pecho. De repente, sin que yo notara ningún movimiento brusco, el objeto
desapareció. Esta ceremonia se repitió tres veces y aunque en cada una de ellas
se suponía que introducía en mí un nuevo cachorro, yo sólo sentí la presión de
las manos de los indios.
Sobrevino una solemne pausa, como de
expectativa. Tininisk me preguntó si no sentía moverse algo en mi corazón, o si
no pasaba por mi mente algo extraño, como un sueño o un deseo de cantar.
Contesté (…) que no. (…) Añadí que esperaría hasta el día siguiente y si hasta
entonces no sentía nada extraño, ello sería señal de yo no servía para aprendiz
de brujo.
Bridges sabiamente eligió no
continuar su aprendizaje, porque me habría
convertido en un ser aparte de los buenos cazadores indios que yo tanto
admiraba, pues ellos temían a los brujos y yo no quería inspirarles temor. Además
(…) no deseaba correr el riego de que me
acusaran de la muerte de alguien que hubiese sufrido un síncope a cien
kilómetros de distancia[9].
[1]
Costumbre que lamentablemente se perdió hace muchos años, graficada hoy en día
por la sobredemanda en los servicios de urgencia.
[2]
Observación de Gusinde en “Los Indios de Tierra del Fuego”.
[3]
Suerte de cálculo gigante que se forma en uno de los estómagos de estos
mamíferos, que ayudan a su proceso de digestión.
[4] M.
Martinic. Op. cit. Pág. 22 y siguientes.
[5] M.
Martinic. Ibíd. Págs. 29 - 38.
[6] M.
Martinic. Ibíd. Pág. 30.
[7] A.
Prieto. Los Sélknam: una sociedad satisfecha.
[8]
Esposa de Tininisk, quien también era hechicera.
[9] L. Bridges. Op. cit. Págs. 258 -
259.