domingo, 10 de mayo de 2015

I. LOS NIÑOS ABORÍGENES (cuarta parte)

Luego de la lactancia, y desde los primeros meses en introducción gradual, los niños eran, como sus padres, de hábitos polifágicos[1]. La carne, según se presentaba la oportunidad, provenía de la caza de aves, animales y mamíferos marinos, incluyendo la carroña, fundamentalmente en el caso de las ballenas. Tenían predilección por las carnes grasas, y la grasa misma. Consumían huevos, y pescados y mariscos de todo tipo, y en cuanto a los vegetales, la variedad era amplia, claro que con las limitaciones estacionales del caso. El tan molesto diente de león[2], maleza para nuestros jardines, se ingería completo y con raíces, a veces sin siquiera lavarlo. Tenían predilección por el apio silvestre, bayas[3], callampas, dihueñes, en fin. En temporada invernal buscaban raíces tuberosas.

Niños yámanas
    1882
         Foto Expedición Francesa
Cuando no estaban procurándose el sustento que les daba la caza y la pesca, o a falta de quehaceres domésticos, la familia se agrupaba durante largas horas en sus toldos, siempre con la fogata como el centro de la reunión. Es una de las tantas costumbres de las cuales no pudieron sustraerse, por más intentos que hicieron los civilizadores. En la misión de San Rafael[4], por dar un ejemplo, existían unas pequeñas casas para las familias, naturalmente con piso de tierra,  en que en el centro de la habitación se mantenía el fuego. Eso si que no se preocupan de partir la leña, pues se vé allí una rama de árbol de muchos metros de largo ardiendo por uno de sus estremos, la que se hace avanzar á medida que se consume. De una viga del techo pende un alambre y de él la olla en que hacen su comida. Alrededor de esa pequeña fogata están las indias y los niños. Casi constantemente sacan del rescoldo choros asados que comen con avidez. El cronista observa (…) por ahí alguna ave á medio desplumar y algun pescado medio podrido que un rato mas tarde los comerán con fruicion[5].

Como se desprende, salvo por la escasez de productos lácteos después del destete, y en general de cereales, la alimentación de los niños era bastante equilibrada. A pesar de ello, hay evidencia de carencias nutricionales en los estudios sobre algunos restos óseos, posiblemente secundarios a períodos de hambruna y a las largas horas de oscuridad invernal.   
Niño kawéskar

Es asombrosa la resistencia al frío de que hacían gala los aborígenes, incluyendo los niños, y llamaba la atención a los observadores blancos verles corretear desnudos sobre la nieve y en pleno invierno. Parece ser que el exceso de grasas y carnes rojas, lejos de perjudicarlos, habría tenido alguna influencia sobre el metabolismo corporal, haciendo su temperatura más elevada que la considerada tradicionalmente como normal, hecho postulado al menos en el caso de los kawéskar.

Si al pasajero de un vapor infunde profunda lástima ver esos infelices indios cubiertos con una simple capa y sobre todo los niños enteramente desnudos al rededor de un escaso fuego, con un clima siempre frio y muchas veces lluvioso, no obstante llama mucho la atencion ese miserable espectáculo[6].

Hay testimonios de que los niños tehuelches también solían ir completamente desnudos[7].

Las mujeres canoeras yámanas eran buenas nadadoras, no así los hombres. Eran las encargadas de bucear para obtener mariscos, y en ello se entrenaban desde muy niñas. Aprendían a nadar en la infancia; sus madres las llevaban consigo para acostumbrarlas. En invierno, cuando los cachiyuyos[8] estaban cubiertos por una fina capa de nieve, sucedía a veces que las niñas dificultaban la natación a sus progenitoras al subírseles a la cabeza para escapar de las aguas heladas[9]. Pese a su tolerancia, no siempre estaban tan acalorados: Los niños se apiñaban alrededor del fuego en busca de calor y alimento[10].




[1] M. Martinic. LA MEDICINA EN MAGALLANES. Págs. 14 - 18.
[2] Conocido popularmente como “achicoria”.
[3] Calafate, chaura, murtilla, zarzaparrilla.
[4] Ver capítulo X.
[5] Periódico “El Magallanes”, 1 de abril de 1894.
[6] Periódico “El Magallanes”, 8 de abril de 1894.
[7] J. Said. Op. cit. Pág. 70.
[8] Cochayuyos.
[9] L. Bridges. Op. cit. Pág. 58.
[10] L. Bridges. Ibíd. Pág. 59.

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