Luego de la
lactancia, y desde los primeros meses en introducción gradual, los niños eran,
como sus padres, de hábitos polifágicos[1].
La carne, según se presentaba la oportunidad, provenía de la caza de aves,
animales y mamíferos marinos, incluyendo la carroña, fundamentalmente en el caso
de las ballenas. Tenían predilección por las carnes grasas, y la grasa misma.
Consumían huevos, y pescados y mariscos de todo tipo, y en cuanto a los
vegetales, la variedad era amplia, claro que con las limitaciones estacionales
del caso. El tan molesto diente de león[2],
maleza para nuestros jardines, se ingería completo y con raíces, a veces sin
siquiera lavarlo. Tenían predilección por el apio silvestre, bayas[3],
callampas, dihueñes, en fin. En temporada invernal buscaban raíces tuberosas.
Niños yámanas 1882 Foto Expedición Francesa |
Cuando no estaban
procurándose el sustento que les daba la caza y la pesca, o a falta de
quehaceres domésticos, la familia se agrupaba durante largas horas en sus
toldos, siempre con la fogata como el centro de la reunión. Es una de las
tantas costumbres de las cuales no pudieron sustraerse, por más intentos que
hicieron los civilizadores. En la misión de San Rafael[4],
por dar un ejemplo, existían unas pequeñas casas para las familias,
naturalmente con piso de tierra, en que
en el centro de la habitación se mantenía el fuego. Eso si que no se preocupan de partir la leña, pues se vé allí una rama
de árbol de muchos metros de largo ardiendo por uno de sus estremos, la que se
hace avanzar á medida que se consume. De una viga del techo pende un alambre y
de él la olla en que hacen su comida. Alrededor de esa pequeña fogata están las indias y
los niños. Casi constantemente sacan del rescoldo choros asados que comen con
avidez. El
cronista observa (…) por ahí alguna ave á
medio desplumar y algun pescado medio podrido que un rato mas tarde los comerán
con fruicion[5].
Como se
desprende, salvo por la escasez de productos lácteos después del destete, y en
general de cereales, la alimentación de los niños era bastante equilibrada. A
pesar de ello, hay evidencia de carencias nutricionales en los estudios sobre
algunos restos óseos, posiblemente secundarios a períodos de hambruna y a las
largas horas de oscuridad invernal.
Niño kawéskar |
Es asombrosa la
resistencia al frío de que hacían gala los aborígenes, incluyendo los niños, y
llamaba la atención a los observadores blancos verles corretear desnudos sobre
la nieve y en pleno invierno. Parece ser que el exceso de grasas y carnes
rojas, lejos de perjudicarlos, habría tenido alguna influencia sobre el
metabolismo corporal, haciendo su temperatura más elevada que la considerada
tradicionalmente como normal, hecho postulado al menos en el caso de los kawéskar.
Si al pasajero de un vapor infunde profunda lástima
ver esos infelices indios cubiertos con una simple capa y sobre todo los niños
enteramente desnudos al rededor de un escaso fuego, con un clima siempre frio y
muchas veces lluvioso, no obstante llama mucho la atencion ese miserable
espectáculo[6].
Hay testimonios
de que los niños tehuelches también solían ir completamente desnudos[7].
Las mujeres
canoeras yámanas eran buenas nadadoras, no así los hombres. Eran las encargadas
de bucear para obtener mariscos, y en ello se entrenaban desde muy niñas. Aprendían a nadar en la infancia; sus madres
las llevaban consigo para acostumbrarlas. En invierno, cuando los cachiyuyos[8] estaban cubiertos por una fina capa de
nieve, sucedía a veces que las niñas dificultaban la natación a sus
progenitoras al subírseles a la cabeza para escapar de las aguas heladas[9].
Pese a su tolerancia, no siempre estaban tan acalorados: Los niños se apiñaban alrededor del fuego en busca de calor y alimento[10].
[1] M.
Martinic. LA MEDICINA EN MAGALLANES. Págs. 14 - 18.
[2]
Conocido popularmente como “achicoria”.
[3]
Calafate, chaura, murtilla, zarzaparrilla.
[4]
Ver capítulo X.
[5]
Periódico “El Magallanes”, 1 de abril de 1894.
[6]
Periódico “El Magallanes”, 8 de abril de 1894.
[7] J. Said. Op. cit. Pág. 70.
[8] Cochayuyos.
[9] L. Bridges. Op. cit. Pág. 58.
[10] L. Bridges. Ibíd. Pág. 59.
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