jueves, 14 de mayo de 2015

II. LA PEDIATRÍA INDÍGENA (primera parte)


Desde el punto de vista pediátrico, no tan malos fueron los resultados de las costumbres de los pueblos originarios, ya que muchos niños sobrevivían, pese a la extrema rigurosidad del clima, y claro, de la altísima mortandad después del destete, como se señalaba en el capítulo anterior. No disponemos, obviamente, de datos estadísticos de mortalidad infantil ni otros indicadores de salud de aquellas épocas. En todo caso, si las condiciones sanitarias eran satisfactorias para los estándares de la época, el contacto con el hombre blanco las deterioró, puesto que éste inicialmente no trajo adelantos médicos sino nuevas y desconocidas enfermedades, como veremos más adelante.

Niños kawéskar
Foto Joseph Emperaire
             De los pocos antecedentes de que se dispone, los más completos resultan ser los consignados a propósito de los aborígenes fueguinos. Resulta interesante, por ejemplo,  la perinatología de estos pueblos. La madre sélknam cargaba, poco antes del parto, una gran cantidad de leña, no para preparar el ambiente térmico adecuado, sino en la creencia de que si ella demostraba fortaleza física, también su hijo sería fuerte. Tanto entre los sélknam como entre los yámanas el cordón umbilical se cortaba con un afilado trozo de concha, y estos últimos enterraban tanto el cordón como la placenta. El recién nacido yámana era bañado en el mar a poco de nacer, en tanto el sélknam era masajeado con lodo, y si estaban cerca del mar, sólo la madre se bañaba con agua helada[1]. Como entre muchos pueblos salvajes, la fueguina poco despues que ha dado á luz su hijo, se baña. El recién nacido es bañado igualmente, pero no en agua sino en cieno o barro, y estos baños se repiten varias veces durante el primer año. ¿Buscan con ese estraño baño formar al niño una capa de tierra que lo proteja del frio[2] 

Yámanas
1882
           El padre sélknam se debía sentar inmóvil durante tres días para evitar que la criatura muriera. Luego ambos padres descansaban un par de semanas antes de retomar sus tareas habituales. Este reposo postnatal compartido, si bien breve, era correcto en su filosofía[3]. En algunas circunstancias, eso sí, no había reposo posible, como cuando un clan estaba en marcha. Halimink levantó a unos cincuenta metros una pequeña tienda para las mujeres, y él vino a pasar la noche con nosotros. Al amanecer del día siguiente se cruzó a la tienda, y poco después de la salida del sol estábamos todos listos para partir; Akukeyohn llevaba a la espalda, además de su carga usual, un bultito pequeño. En esa jornada cruzamos más de un arroyo en las montañas y subimos empinadas colinas (…)[4].

El nacimiento del niño imponía al padre ciertas restricciones. A veces pasaban algunos días antes de que supiera si su nuevo vástago era varón o mujer. (…) no era correcto que el padre mostrara curiosidad en estos casos; tampoco debía dirigir la palabra a su mujer, después del nacimiento de la criatura, hasta que ella le hablara[5]. Es curioso que en esa sociedad machista a ultranza, como que la mujer era propiedad privada de su esposo, el hombre se manifestara tan indefenso en estas circunstancias, en espera de que ella se dignara, por gracia, entregarle información. Tal vez se rendía ante el milagroso misterio de la procreación. La madre sélknam debía observar ciertos tabúes alimentarios, y como se consideraba que estaba poluta, ella debía abstenerse de contacto sexual por unos cinco o seis meses. La restricción valía también para el padre, aunque sin tanta estrictez[6].




[1] J. Cooper. Ibíd.
[2] Periódico “El Magallanes”, 15 de abril de 1894.
[3] M. Vieira. La pediatría de los sélknam.
[4] L. Bridges. Op. cit. Págs. 354 - 355.
[5] L. Bridges. Ibíd. Pág. 354.
[6] J. Cooper. Op. cit.

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