Desde el punto
de vista pediátrico, no tan malos fueron los resultados de las costumbres de
los pueblos originarios, ya que muchos niños sobrevivían, pese a la extrema
rigurosidad del clima, y claro, de la altísima mortandad después del destete,
como se señalaba en el capítulo anterior. No disponemos, obviamente, de datos
estadísticos de mortalidad infantil ni otros indicadores de salud de aquellas
épocas. En todo caso, si las condiciones sanitarias eran satisfactorias para
los estándares de la época, el contacto con el hombre blanco las deterioró,
puesto que éste inicialmente no trajo adelantos médicos sino nuevas y
desconocidas enfermedades, como veremos más adelante.
Niños kawéskar Foto Joseph Emperaire |
De los pocos
antecedentes de que se dispone, los más completos resultan ser los consignados
a propósito de los aborígenes fueguinos. Resulta interesante, por ejemplo, la perinatología de estos pueblos. La madre sélknam
cargaba, poco antes del parto, una gran cantidad de leña, no para preparar el
ambiente térmico adecuado, sino en la creencia de que si ella demostraba
fortaleza física, también su hijo sería fuerte. Tanto entre los sélknam como
entre los yámanas el cordón umbilical se cortaba con un afilado trozo de concha,
y estos últimos enterraban tanto el cordón como la placenta. El recién nacido
yámana era bañado en el mar a poco de nacer, en tanto el sélknam era masajeado
con lodo, y si estaban cerca del mar, sólo la madre se bañaba con agua helada[1].
Como entre muchos pueblos salvajes, la
fueguina poco despues que ha dado á luz su hijo, se baña. El recién nacido es
bañado igualmente, pero no en agua sino en cieno o barro, y estos baños se
repiten varias veces durante el primer año. ¿Buscan con ese estraño baño formar
al niño una capa de tierra que lo proteja del frio[2]?
Yámanas 1882 |
El padre sélknam se
debía sentar inmóvil durante tres días para evitar que la criatura muriera.
Luego ambos padres descansaban un par de semanas antes de retomar sus tareas
habituales. Este reposo postnatal compartido, si bien breve, era correcto en su
filosofía[3].
En algunas circunstancias, eso sí, no había reposo posible, como cuando un clan
estaba en marcha. Halimink levantó a unos
cincuenta metros una pequeña tienda para las mujeres, y él vino a pasar la noche
con nosotros. Al amanecer del día siguiente se cruzó a la tienda, y poco
después de la salida del sol estábamos todos listos para partir; Akukeyohn
llevaba a la espalda, además de su carga usual, un bultito pequeño. En esa
jornada cruzamos más de un arroyo en las montañas y subimos empinadas colinas
(…)[4].
El nacimiento del niño imponía al padre ciertas
restricciones. A veces pasaban algunos días antes de que supiera si su nuevo
vástago era varón o mujer. (…) no era correcto que el padre mostrara curiosidad
en estos casos; tampoco debía dirigir la palabra a su mujer, después del
nacimiento de la criatura, hasta que ella le hablara[5]. Es curioso que
en esa sociedad machista a ultranza, como que la mujer era propiedad privada de
su esposo, el hombre se manifestara tan indefenso en estas circunstancias, en
espera de que ella se dignara, por gracia, entregarle información. Tal vez se
rendía ante el milagroso misterio de la procreación. La madre sélknam debía
observar ciertos tabúes alimentarios, y como se consideraba que estaba
poluta, ella debía abstenerse de contacto sexual por unos cinco o seis meses.
La restricción valía también para el padre, aunque sin tanta estrictez[6].
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