El oficio de
sanador, entonces como hoy, tenía ventajas y desventajas. La muerte producida
por enfermedad se atribuía siempre a hechicería, asegurándose en estos casos
que el chamán de un bando contrario había introducido en el cuerpo de la
víctima un maleficio. Ésta era una conclusión muy conveniente para el
curandero, ya que no sólo contentaba a los familiares de sus clientes, sino que
abonaba el camino para librarse de la competencia profesional. Los parientes,
por su parte, aceptaban gustosos esta explicación que les brindaba una excusa
para una expedición punitiva, la cual solía ser muy gratificante por el hecho
de que podían en ella conseguir algunas mujeres jóvenes y atractivas entre los
familiares de los castigados. Este sistema de deslindar responsabilidades por
la muerte de sus pacientes era, eso sí, un arma de doble filo para el xo’on, ya que podía ser sindicado como
responsable de desgracias lejanas, y era siempre la primera víctima de los
ataques[1]
[2].
Era curioso comprobar cómo cada
hechicero, que no ignoraría, seguramente, que él mismo era un embaucador y un
farsante, creía en los poderes sobrenaturales de sus colegas y les temía[3].
Entre los xo’on recordados por los cronistas
estaba Tininisk, mencionado más arriba, quien era mitad haush y mitad ona. Tenía una influencia considerable sobre los
miembros dispersos de esas tribus fronterizas. Esa influencia era tanto más
notoria por el hecho de que, con excepción de su hijito, nunca supe que tuviera
ningún pariente vivo, no siquiera primos, ni tíos, ni sobrinos, si bien los
parientes de su mujer formaban un grupo numeroso.
De porte atlético, ancho de hombros aunque delgado,
Tininisk medía un metro sesenta y cinco de estatura. Su mirada de águila, su
frente inclinada hacia atrás y su nariz en forma de pico le daban un aspecto de
pájaro de presa que no correspondía a la realidad, pues era un hombre bondadoso
y razonable; en los veinticinco años que lo traté, lo encontré siempre
tranquilo y bien dispuesto.
La mujer de Tininisk se llamaba Leluwachin, era bien
formada y de trato agradable. Fue la única mujer ona que he conocido a la que
se le atribuyeron poderes mágicos, aunque a muchas mujeres yaganas se las
consideraba brujas[4].
Sin tanta
precisión, tenemos también algunos datos sobre los curanderos de las otras
etnias. En el caso de los aonikenk, éstos eran llamados calamelout, castellanizados como carmeluchos, y sus prácticas rituales no diferían mayormente de las
de los xo’on, agregando un poco de
sonoridad en base a la agitación de bolsas de cuero de guanaco rellenas con
piedras. Si el paciente moría, tenían otra tecnología para deslindar
responsabilidades: enterraban un cuchillo en la tierra, y si éste cuando se
extraía se encontraba limpio, la muerte era natural. Si por el contrario estaba
sucio, había culpables, los cuales eran acusados con una piedra que tenía
poderes especiales, convenientemente interpretados por el mismo carmelucho.
En cuanto a los
kawéskar, la descripción más antigua de que se dispone es del navegante francés
Bouganville (1767 - 1768), dramático testimonio sobre los desesperados intentos
de los hechiceros por salvar la vida de un niño que había tragado trozos de
vidrio y que terminó por morir de hemorragia digestiva[5].
Hemos hecho estas
consideraciones sobre los chamanes, a nuestro juicio interesantes, puesto que
tales hechiceros tenían la función de curar tanto adultos como niños, y por
ende fueron fundamentales para la pediatría aborigen.
Después de la
pasada de Fernao de Magalhaes en 1520, vendría una serie de exploraciones
europeas de diversos países, a las cuales no nos referiremos porque, huelga
decir, en ellas no venían niños. No así en el trágico intento de colonizar el
Estrecho de Magallanes por parte de Sarmiento de Gamboa en que, como vimos, sí
los venían, todos los cuales murieron. Contaron con pocas medicinas, y si hemos
de dar crédito a las crónicas, el único que podría haber sido de alguna
utilidad como sanador, un barbero sangrador de nombre Agustín y de apellido
olvidado, desembarcó antes de llegar al estrecho[6].
Otras naves exploradoras que surcaron las aguas australes en los años
posteriores, de diversas nacionalidades, sí traían médicos y cirujanos, algunos
muy connotados y que aportaron mucho a la cartografía y en la descripción de la
naturaleza, pero no siendo pediatras, no se abundará aquí sobre ellos.
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