sábado, 6 de junio de 2015

IV. LOS SANADORES (tercera parte)




El oficio de sanador, entonces como hoy, tenía ventajas y desventajas. La muerte producida por enfermedad se atribuía siempre a hechicería, asegurándose en estos casos que el chamán de un bando contrario había introducido en el cuerpo de la víctima un maleficio. Ésta era una conclusión muy conveniente para el curandero, ya que no sólo contentaba a los familiares de sus clientes, sino que abonaba el camino para librarse de la competencia profesional. Los parientes, por su parte, aceptaban gustosos esta explicación que les brindaba una excusa para una expedición punitiva, la cual solía ser muy gratificante por el hecho de que podían en ella conseguir algunas mujeres jóvenes y atractivas entre los familiares de los castigados. Este sistema de deslindar responsabilidades por la muerte de sus pacientes era, eso sí, un arma de doble filo para el xo’on, ya que podía ser sindicado como responsable de desgracias lejanas, y era siempre la primera víctima de los ataques[1] [2]. Era curioso comprobar cómo cada hechicero, que no ignoraría, seguramente, que él mismo era un embaucador y un farsante, creía en los poderes sobrenaturales de sus colegas y les temía[3].


Entre los xo’on recordados por los cronistas estaba Tininisk, mencionado más arriba, quien era mitad haush y mitad ona. Tenía una influencia considerable sobre los miembros dispersos de esas tribus fronterizas. Esa influencia era tanto más notoria por el hecho de que, con excepción de su hijito, nunca supe que tuviera ningún pariente vivo, no siquiera primos, ni tíos, ni sobrinos, si bien los parientes de su mujer formaban un grupo numeroso.

De porte atlético, ancho de hombros aunque delgado, Tininisk medía un metro sesenta y cinco de estatura. Su mirada de águila, su frente inclinada hacia atrás y su nariz en forma de pico le daban un aspecto de pájaro de presa que no correspondía a la realidad, pues era un hombre bondadoso y razonable; en los veinticinco años que lo traté, lo encontré siempre tranquilo y bien dispuesto.

La mujer de Tininisk se llamaba Leluwachin, era bien formada y de trato agradable. Fue la única mujer ona que he conocido a la que se le atribuyeron poderes mágicos, aunque a muchas mujeres yaganas se las consideraba brujas[4].

Sin tanta precisión, tenemos también algunos datos sobre los curanderos de las otras etnias. En el caso de los aonikenk, éstos eran llamados calamelout, castellanizados como carmeluchos, y sus prácticas rituales no diferían mayormente de las de los xo’on, agregando un poco de sonoridad en base a la agitación de bolsas de cuero de guanaco rellenas con piedras. Si el paciente moría, tenían otra tecnología para deslindar responsabilidades: enterraban un cuchillo en la tierra, y si éste cuando se extraía se encontraba limpio, la muerte era natural. Si por el contrario estaba sucio, había culpables, los cuales eran acusados con una piedra que tenía poderes especiales, convenientemente interpretados por el mismo carmelucho.

En cuanto a los kawéskar, la descripción más antigua de que se dispone es del navegante francés Bouganville (1767 - 1768), dramático testimonio sobre los desesperados intentos de los hechiceros por salvar la vida de un niño que había tragado trozos de vidrio y que terminó por morir de hemorragia digestiva[5].

Hemos hecho estas consideraciones sobre los chamanes, a nuestro juicio interesantes, puesto que tales hechiceros tenían la función de curar tanto adultos como niños, y por ende fueron fundamentales para la pediatría aborigen.

Después de la pasada de Fernao de Magalhaes en 1520, vendría una serie de exploraciones europeas de diversos países, a las cuales no nos referiremos porque, huelga decir, en ellas no venían niños. No así en el trágico intento de colonizar el Estrecho de Magallanes por parte de Sarmiento de Gamboa en que, como vimos, sí los venían, todos los cuales murieron. Contaron con pocas medicinas, y si hemos de dar crédito a las crónicas, el único que podría haber sido de alguna utilidad como sanador, un barbero sangrador de nombre Agustín y de apellido olvidado, desembarcó antes de llegar al estrecho[6]. Otras naves exploradoras que surcaron las aguas australes en los años posteriores, de diversas nacionalidades, sí traían médicos y cirujanos, algunos muy connotados y que aportaron mucho a la cartografía y en la descripción de la naturaleza, pero no siendo pediatras, no se abundará aquí sobre ellos.




[1] M. Vieira. La pediatría de los sélknam.
[2] L. Bridges. Op. cit. Pág. 290
[3] L. Bridges. Ibíd. Pág. 280.
[4] L. Bridges. Ibíd. Pág. 210.
[5] M. Martinic. Op. cit. Págs. 32 - 35.
[6] M. Martinic. Ibíd. Pág. 57.

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