lunes, 15 de junio de 2015

V. LOS MÉDICOS GENERALES (primera parte)


            Los médicos que en este capítulo se mencionan, con mayor o menor detalle según la información de que disponemos, son todos con título de tal, y la mayoría debió ejercer la pediatría gustosa o forzosamente, puesto que por esos años no había especialistas en niños. Terminaremos esta reseña con la llegada de la Dra. Elena Ancic de Barrios, a quien –con justa razón- se debe considerar la primera pediatra de Magallanes. De ahí en adelante solamente nos abocaremos a la vida y obra de dichos especialistas.
Allan Gardiner
 
            Es probable que, aparte de los cirujanos de los buques que surcaban aguas australes, el primer médico que llegó a ejercer en tierra firme en estos confines australes fue Richard Williams, acompañando al misionero anglicano Allan Gardiner, en 1850. En total siete hombres, pensaban instalar una misión en los extremos sudorientales de Tierra del Fuego, para lo cual viajaron en el barco Ocean Queen, y desembarcaron con un par de chalupas y los implementos para iniciar su cometido en la caleta Banner, de la isla Picton. La última vez que se les vio con vida estaban de pie, cabeza descubierta, entonando himnos, desde las chalupas, mientras el Ocean Queen desaparecía detrás de un cercano promontorio a la entrada del puerto. El resto de esta desgraciada pero gloriosa aventura lo conocemos a través de las cartas y Diarios empapados que fueron hallados casi un año después al lado de los cadáveres carcomidos de estos abnegados hombres[1]. El primer golpe anímico lo sufrieron al percatarse de que habían olvidado en el buque las municiones para sus armas de caza, o de defensa, llegado el caso. Hostilizados por los indígenas, aquellos mismos a quienes habían venido a salvar desde tan lejos[2], debieron cambiar en dos oportunidades su campamento, instalándose finalmente -en todo sentido- en Puerto Español, en la costa sur de la ahora conocida como Península Mitre.

            El Puerto Español había sido bien elegido, pues su terreno es tan desolado y su costa tan expuesta, que casi nunca se aventuran por allí los indios de las canoas ni los del interior.

            (…)

            El invierno fue excepcionalmente riguroso y los hombres no estaban preparados para afrontarlo. (…) El escorbuto hizo estragos entre ellos. La mayor parte de lo que quedaba de las provisiones, que habían escondido en una cueva, fue inutilizada por una marea extraordinariamente alta causada por un gran temporal. (…) Con excepción de un zorro, que cazaron con una trampa, tuvieron que vivir de unos pocos peces o pájaros marinos que encontraron cerca de la playa y de algunos mariscos y algas.

            El doctor Williams, Erwin y los tres pescadores de Cornwall se cobijaban en una cueva, mientras que Gardiner y el catequista Maidmant vivían no muy lejos de allí en uno de los botes. En junio murió John Badcock, uno de los pescadores, y en el transcurso de los meses de junio y julio le siguieron los otros; a pesar de todo, los sobrevivientes conservaron una admirable serenidad. En agosto sólo quedaban con vida el doctor Williams y Allan Gardiner. Ambos estaban tan débiles que ni siquiera podían atravesar, arrastrándose, la corta distancia entre la cueva y el bote.

            El doctor Williams debió morir alrededor del 26 de agosto. Manifiesta en su última carta que no cambiaría su situación por ninguna otra en el mundo y termina diciendo: “Soy más feliz de lo que puedo expresar”[3]. Las últimas palabras escritas de Gardiner datan del 5 de septiembre, y revelan el estado de éxtasis religioso en que falleció.

            Más de un siglo antes de la pasión y muerte de Gardiner y del doctor Williams, sucedía otro hecho digno de ser tomado en cuenta para los registros de este libro, ya que concierne a otro médico que, siendo uno de tantos de los que tripulaban los barcos que surcaban las aguas meridionales, también quedó marcado en la historia sanitaria austral por su ominoso destino. Se trata del cirujano Walter Elliot, sobreviviente de la fragata Wager, integrante de la armada británica, y que naufragara en la costa de una de las islas del grupo Guayaneco, en mayo de 1741. Amotinada la tripulación en tierra, fue abandonado -fiel a su capitán- junto a unos pocos hombres, mientras los sublevados emprendían la fuga en dos botes. Pasó un tiempo esmerándose en atender a los náufragos por sus múltiples dolencias y carencias, hasta que él mismo sucumbió. Sería, por lo tanto, el primer médico sepultado en tierra magallánica[4].



[1] L. Bridges. Op. cit. Pág. 32.
[2] L. Bridges. Ibíd. Pág. 33.
[3] L. Bridges. Ibíd. Págs. 33 - 34.
[4] M. Martinic. Op. cit. Págs.  64-66.

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