Los
médicos que en este capítulo se mencionan, con mayor o menor detalle según la
información de que disponemos, son todos con título de tal, y la mayoría debió
ejercer la pediatría gustosa o forzosamente, puesto que por esos años no había
especialistas en niños. Terminaremos esta reseña con la llegada de la Dra. Elena
Ancic de Barrios, a quien –con justa razón- se debe considerar la primera
pediatra de Magallanes. De ahí en adelante solamente nos abocaremos a la vida y
obra de dichos especialistas.
Allan Gardiner |
Es
probable que, aparte de los cirujanos de los buques que surcaban aguas
australes, el primer médico que llegó a ejercer en tierra firme en estos
confines australes fue Richard Williams, acompañando al misionero anglicano
Allan Gardiner, en 1850. En total siete hombres, pensaban instalar una misión
en los extremos sudorientales de Tierra del Fuego, para lo cual viajaron en el
barco Ocean Queen, y desembarcaron
con un par de chalupas y los implementos para iniciar su cometido en la caleta
Banner, de la isla Picton. La última vez
que se les vio con vida estaban de pie, cabeza descubierta, entonando himnos,
desde las chalupas, mientras el Ocean Queen desaparecía detrás de un cercano promontorio a la entrada del puerto.
El resto de esta desgraciada pero gloriosa aventura lo conocemos a través de
las cartas y Diarios empapados que fueron hallados casi un año después al lado
de los cadáveres carcomidos de estos abnegados hombres[1]. El primer
golpe anímico lo sufrieron al percatarse de que habían olvidado en el buque las
municiones para sus armas de caza, o de defensa, llegado el caso. Hostilizados
por los indígenas, aquellos mismos a
quienes habían venido a salvar desde tan lejos[2], debieron
cambiar en dos oportunidades su campamento, instalándose finalmente -en todo sentido-
en Puerto Español, en la costa sur de la ahora conocida como Península Mitre.
El Puerto Español había sido bien elegido,
pues su terreno es tan desolado y su costa tan expuesta, que casi nunca se
aventuran por allí los indios de las canoas ni los del interior.
(…)
El invierno fue excepcionalmente
riguroso y los hombres no estaban preparados para afrontarlo. (…) El escorbuto
hizo estragos entre ellos. La mayor parte de lo que quedaba de las provisiones,
que habían escondido en una cueva, fue inutilizada por una marea
extraordinariamente alta causada por un gran temporal. (…) Con excepción de un
zorro, que cazaron con una trampa, tuvieron que vivir de unos pocos peces o
pájaros marinos que encontraron cerca de la playa y de algunos mariscos y
algas.
El doctor Williams, Erwin y los tres
pescadores de Cornwall se cobijaban en una cueva, mientras que Gardiner y el
catequista Maidmant vivían no muy lejos de allí en uno de los botes. En junio
murió John Badcock, uno de los pescadores, y en el transcurso de los meses de
junio y julio le siguieron los otros; a pesar de todo, los sobrevivientes
conservaron una admirable serenidad. En agosto sólo quedaban con vida el doctor
Williams y Allan Gardiner. Ambos estaban tan débiles que ni siquiera podían
atravesar, arrastrándose, la corta distancia entre la cueva y el bote.
El doctor Williams debió morir
alrededor del 26 de agosto. Manifiesta en su última carta que no cambiaría su
situación por ninguna otra en el mundo y termina diciendo: “Soy más feliz de lo
que puedo expresar”[3]. Las últimas
palabras escritas de Gardiner datan del 5 de septiembre, y revelan el estado de
éxtasis religioso en que falleció.
Más
de un siglo antes de la pasión y muerte de Gardiner y del doctor Williams,
sucedía otro hecho digno de ser tomado en cuenta para los registros de este libro,
ya que concierne a otro médico que, siendo uno de tantos de los que tripulaban
los barcos que surcaban las aguas meridionales, también quedó marcado en la
historia sanitaria austral por su ominoso destino. Se trata del cirujano Walter
Elliot, sobreviviente de la fragata Wager,
integrante de la armada británica, y que naufragara en la costa de una de las
islas del grupo Guayaneco, en mayo de 1741. Amotinada la tripulación en tierra,
fue abandonado -fiel a su capitán- junto a unos pocos hombres, mientras los
sublevados emprendían la fuga en dos botes. Pasó un tiempo esmerándose en atender
a los náufragos por sus múltiples dolencias y carencias, hasta que él mismo
sucumbió. Sería, por lo tanto, el primer médico sepultado en tierra magallánica[4].
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