Es posible que
los chamanes intuyeran, o en su instrucción para llegar a serlo habían
aprendido, que gran parte de las enfermedades del hombre tienen un componente
psicosomático importante, y mientras más simple es el razonamiento del enfermo,
es más influenciable ante las magias, hipnosis, trances místicos y exorcismos.
Por ello la cura comenzaba con la pintura facial adecuada: pintura de guerra.
El chamán estaba en guerra con la enfermedad. Entretanto, el paciente
permanecía tendido a la entrada de la choza. Luego comenzaba una especie de
danza, durante la cual escupía continuamente, y daba pesados golpes con los
pies, acompañados de movimientos cadenciosos de brazos, todo esto alrededor del
enfermo. Se creaba así un espacio ritual, el sitio de lucha. Finalmente el xo’on se acercaba a su paciente y lo
exploraba detenidamente con la vista para después comenzar a masajear,
conduciendo el cwake a un lugar determinado del cuerpo, desde donde era
extraído por succión. Preferentemente se obtenía así un ratón pequeño, una
punta de flecha ensangrentada o un plumón, que se suponía eran las manifestaciones
visibles del cwake. Con un grito
gutural se daba por terminada la sesión curativa. Si la sugestión hacía efecto,
era mérito del curandero, más si la enfermedad resultaba incurable, había algún
xo’on rival a quien culpar[1].
Opinando sobre
el tema y a mayor abundamiento, dice Bridges que Algunos de estos embusteros eran consumados actores. De pie o de
rodillas al lado del paciente miraban fijamente la parte enferma o dolorida, y
una expresión de intenso horror indicaba luego que habían visto algo espantoso,
perceptible sólo para ellos. Describiendo el resto de la ceremonia, en todo
similar a lo referido en el párrafo anterior, termina acotando que con un grito gutural, indescriptible,
arrojaba al suelo el objeto causante del mal y lo pisaba furiosamente. El
profano veía un poco de barro, una piedrecita o algún ratón muy pequeño. Yo
personalmente nunca vi aparecer el animalito, aunque ello era muy común; sin
duda, en las ocasiones en que yo estuve presente, el brujo no había podido dar
con un nido de ratones[2].
Era curioso comprobar cómo cada hechicero, que no
ignoraría, seguramente, que él mismo era un embaucador y un farsante, creía en
los poderes sobrenaturales de sus colegas y les temía.
Pese a la
parafernalia, Gusinde no dudaba de su seriedad y buena fe[3].
Un aspecto interesante -con visos de seriedad- de la sanación de estos
chamanes, es que ellos procuraban introducir el dolor de su paciente en un
sistema de pensamiento afín al enfermo. El dolor orgánico, tenido por
irracional, debía por ello ser llevado a un universo con sentido, haciendo
aceptables para el espíritu los dolores que el cuerpo se rehusaba a tolerar[4].
Como en la
actualidad, cuando las actuaciones del xo’on
eran negligentes o reñidas con la ética, podía representar un verdadero
peligro. Según relata Lucas Bridges, en
una reunión resolvieron (un grupo
de sélknam) que era un hechicero loco y
un peligro para la comunidad. Un día
salió a cazar con otros dos (...) y después de cierto tiempo aquéllos volvieron sin él, diciendo que Minkiyohl se había
ido a cazar solo al gran bosque que bordea el lago Kami[5]. Nadie se sorprendió; aparentemente
Minkiyohl sigue cazando allí, pues desde entonces nadie lo ha visto ni oído
nada de él[6]. Una
de sus locuras fue la de haberse vanagloriado como jefe de su pueblo durante su
estadía en la misión salesiana de Río Grande. En Tierra del Fuego no existía
jefatura de ninguna especie o categoría, fuera de la paternal en su grupo
familiar. Los sélknam no ignoraban los abusos del poder y la jefatura, y pensaban
que ello era especialmente nocivo si el poder era ejercido por mujeres[7].
En su mitología, dos de los personajes más nefastos habían sido chamanes
femeninas, quienes habían gobernado cruelmente, amparadas en su poder de xo’on.
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