martes, 9 de junio de 2015

IV. LOS SANADORES (cuarta parte)


Sin duda fue la expedición de la goleta Ancud, ya bien establecida la república, el primer intento que logró con buen éxito iniciar la colonización de estos territorios. Sin embargo, tampoco en esta notable empresa, que concluyó con la toma de posesión del Estrecho de Magallanes y la fundación de Fuerte Bulnes en 1843,  venía ningún médico, ni menos un pediatra, pese a que en ella se embarcó a un niño[1]. Recién al año siguiente, junto con un capellán, sesenta hombres de una compañía de artillería, varios reos y otros colonos, llegó el primer médico, el cirujano José María Betelú. En ese momento una de las dependencias del fuerte, un rancho construído con paredes de
Fuerte Bulnes
1969
Foto del autor
“champa” y techo de paja, pasó a cumplir las funciones de improvisado hospital. La preparación profesional de Betelú, al decir de Mateo Martinic, …no debió pasar más allá de la que podría poseer un “buen práctico” de la ciencia de Galeno, con algunos estudios y experiencias[2]. Su aporte, más que a la medicina, y no sabemos si a la pediatría –puesto que desconocemos si el único niño sobrevivió-, fue a la observación más que acertada sobre las climatología, meteorología y naturaleza de la costa continental del Estrecho de Magallanes. Era costumbre, en verdad, en aquellos tiempos colonizadores, encargar a los médicos o sus sucedáneos las observaciones antedichas, parece ser que ante el supuesto de que su ocupaciones como sanadores les dejaba el tiempo libre suficiente, y para justificar sus contrataciones y correspondientes sueldos.

Betelú ejerció durante cuatro años, siendo sucedido por Roberto Bleakly, y éste por Modesto Hotten, quien sirvió hasta los luctuosos sucesos desencadenados por el levantamiento instigado y dirigido por el teniente Miguel José Cambiazo. Durante los años 1852 y 1853 estuvo a cargo de la sanidad de la colonia el boticario alemán Wilibaldo Lechler, contratado por el Gobernador Bernardo Philippi, a quien el Presidente Manuel Montt había encargado le reconstrucción de Punta Arenas, en gran parte destruida por los amotinados[3]. Ninguno de los hasta aquí nombrados, ni los siguientes, era médico universitario, como se desprende. Tenían, sin embargo, conocimientos básicos que en algo ayudaban a conservar o recuperar la salud de adultos y niños[4]. Lechler, como era la costumbre, efectuó interesantes estudios botánicos. Otros de paso fugaz fueron el danés Guillermo Anderson, contratado como boticario interino, y el irlandés Juan Burns, quien había sido sangrador del bergantín Meteoro. Sobre él informaba el Gobernador Schythe: Sumamente puntual, concienzudo en el cumplimiento de sus obligaciones, ha sido muy útil al servicio… posee regulares conocimientos de medicina, cirugía y farmacia y se empeña siempre en ensancharlos[5]. Pese a estos notables atributos, que se echan de menos en algunos médicos de nuestros días, después de cinco años terminó su buena relación con el gobernador bajo arresto por insubordinación, ya que exigía que se le llamara “cirujano” y con el sueldo de tal[6]. En 1862 hacía su aparición y contratado por el Gobierno el Dr. John Whipple, estadounidense que hace un paréntesis en esta seguidilla de prácticos, ya que ostentaba título universitario de médico. Antes de dos meses de arribado fue despedido por borracho y embarcado hacia Valparaíso[7]. De ahí en adelante y durante cuatro años no hubo nadie que oficiase de médico, solucionándose algunos problemas de salud con la buena voluntad de cirujanos de buques de paso, hasta que el Gobernador Viel consiguió los servicios del -nuevamente irlandés- Arturo Martin. Al cabo de poco más de tres años, en 1871 falleció de apoplejía. La información disponible en cuanto a la atención médica durante los años que siguieron es errática en cuanto a los que la prestaron y los tiempos en que lo hicieron. Lo más probable es que se pasase más períodos sin atención médica que con ella. Se menciona como prestando servicios médicos a un Antonio Solinas, a un Miguel Ramírez y a un francés de apellido Clouet[8].
 
Curandera croata
En concomitancia con la atención médica, cuando la había, y especialmente cuando no, proliferaban -y todavía es así- los curanderos, meicas, componedores de huesos, consultados por muchas personas. Esto se da especialmente entre los grupos socioculturales más bajos, pero no faltan los adinerados con o sin instrucción, que confían seriamente en estos personajes. Estos sanadores son a veces de buena fe, creen estar dotados de algún don especial y practican su arte en beneficio de los dolientes. En cuanto a los niños, suelen ser atendidos especialmente por mal de ojo o empacho, y la quebradura del mismo es un arte que pocos practican a la perfección. Otros son charlatanes y farsantes, que hacen un buen negocio con la ingenuidad ajena. Unos y otros han existido desde los albores de los tiempos, y Punta Arenas desde su fundación no pudo ser la excepción. Habitada como era al comienzo y actualmente por descendientes chilotes, de aquellas islas traían el oficio de la medicina popular, que más tarde se imbricó con las prácticas de los inmigrantes extranjeros europeos. Son notorias, por ejemplo, las similitudes de procedimientos entre las curanderas croatas y las meicas.

Entre las primeras Nicolás Mihovilovic recordaba a doña Marietta Kuschich, quien era la médica a quien recurrían todos los enfermos de la parte alta de la ciudad y, según después supe, también muchos desde los más alejados barrios[9]. Mateo Bencur emitía su versada opinión en contrario: “Ya la gente comienza a comprender que cuando un niño se enferma hay que dejar de lado las hierbas y las comadres y llevarlo al médico[10].



[1] M. Vieira. La lucha contra las enfermedades infecciosas de los niños en la Región de Magallanes (Parte I).
[2] M. Martinic. Op. cit. Pág. 89.
[3] R. Vera. LA COLONIA DE MAGALLANES I TIERRA DEL FUEGO. Pág. 83.
[4] M. Martinic. Op. cit. Págs. 89 - 96.
[5] Oficio número 60 de 29-I-1859. Citado por M. Martinic en Ibíd. Pág. 86.
[6] M. Martinic. Ibíd. Pág. 91.
[7] M. Martinic. Ibíd. Págs. 91 - 92.
[8] M. Martinic. Ibíd. Pág. 93.
[9] N. Mihovilovic. DESDE LEJOS PARA SIEMPRE. Pág. 97.
[10] N. Mihovilovic. Ibíd.

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