martes, 26 de enero de 2016

XVII. LOS CORRALES DEL MUELLE (cuarta parte)


No faltaron otros motivos para burlarse de los fueguinos, satisfaciendo así la curiosidad y morbo de los lectores:
Un jóven y robusto moceton de unos veinticinco años de edad, penetró solapadamente en la carniceria de don B. Baylac con el objeto talvez de robar carne. Irritado por habérsele obligado á salir, se armó de una gruesa piedra y asaltó con ella al dueño de casa faltando poco que lo hiriese de gravedad. En seguida emprendió la fuga con direccion al campamento de los indíjenas en el Rio de la Mano.

(…) Aprehendido, no sin que opusiera una tenaz resistencia, fué conducido al cuartel.
Y aquí aparece nuestra heroina. La mujer ó amante del indio, una belleza indíjena de dieziocho abriles, de formas exuberantes, siguió á la comitiva desde el campamento y tan pronto que vió encerrar en el cuartel á su amado, rompió en desesperado llanto alternado con gritos y alaridos de fiera herida.
Enternecido el comisario de policia por las penas de aquella pobre mujer, por una parte y tambien para evitar que se prologara durante toda la noche aquella música desagradable para el vecindario, permitió a la india que acompañara en el calabozo a su desdichado amante.
Abierta la puerta, nuestra heroina se lanzó adentro como un relámpago y entonces ¡qué cuadro plástico de la pasion en el hombre primitivo!
¡Qué de besos, manotadas, mordiscos, abrazos, caricias, saltos, brincos y retozamientos de gata montes!
Y aquí pongo punto final, pues el palero guardian del órden que presenciaba con nosotros aquella manifestacion psicolójica del amor selvática no pudo resistir mas a las esquiveces de su rubor ofendido y cerró apresuradamente la puerta.
Al amanecer del dia siguiente los amantes pichones fueron puestos en libertad[1].
¿Habría el cronista -nos preguntamos- confesado su voyerismo por escrito en el periódico, si no se hubiese tratado de primitivos y selváticos? No, porque lo que en blancos descendientes de europeos hubiese constituido morbo inaceptable, en los indígenas era observación antropológica.
Más obsceno en todo caso, mirado con la perspectiva de nuestros días, fue haber dado tanto bombo a esa noticia y un mínimo de atención a lo que se publicaba en la misma edición:
En la tarde del Miércoles paseaban por la playa dos austriacos y encontraron el cadáver de un niño.
Avisada la policia, fué traido el cadáver al cuartel para los efectos del reconocimiento médico legal.
Segun parece (á lo que hemos oido) se trata de un niño fueguino que ha sido enterrado en la playa por sus padres y que la marejada ha descubierto.
Y también en la misma edición se publicaba la lista de los quince fallecidos en Punta Arenas durante el mes anterior, todos con nombre y nacionalidad, excepto los tres indios fueguinos, que parecían carecer de dichos atributos.
Mateo Martinic revisó el registro de defunciones de 32 indígenas en Punta Arenas entre 1896 y 1914, y constató que casi totalidad murió de enfermedades broncopulmonares[2], entre las cuales predominó seguramente la tuberculosis, que por aquellos años tenía una altísima prevalencia en la ciudad[3].
Por algunos años más los sélknam siguieron vagando por Tierra del Fuego, extinguiéndose al haber cambiado tanto sus condiciones de vida originarias. Mansamente se allegaban a las estancias en busca de alimentos, como relataba “El Magallanes” a propósito de un caso similar al que originó la tragedia de los indígenas trasladados a Punta Arenas[4]:
Hemos tenido ocasión de conversar con un caballero ingles, uno de los propietarios de “The Tierra del Fuego Sheep Farming Co”, estancia situada en Tierra del Fuego, bahía Phillip, i nos dice que en el momento actual hai asilados allí mas de 80 indíjenas fueguinos de raza ona, que reciben de tiempo en tiempo su racion de carne i que ya no hacen daño alguno en las majadas de ovejas.
Nos agregó que últimamente se habia desarrollado una epidemia de influenza, a su juicio, encontrándose enfermos muchos indios, i que también algunos habian fallecido.
Mansos y entregados a su inexorable destino, los sélknam comprendieron que estaban derrotados, que no valía la pena cazar ovejas porque los nuevos dueños de la tierra tenían armas poderosas, entre las cuales las más mortíferas eran las enfermedades infecto-contagiosas, que los siguieron matando después de su rendición.




[1] Periódico “El Magallanes”, 6 de octubre de 1895.
[2] M. Martinic. LA MEDICINA EN MAGALLANES. Pág. 165.
[3] Ver capítulo XIV.
[4] Periódico “El Magallanes”, 3 de octubre de 1897.

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