martes, 12 de enero de 2016

XVI. ACCIDENTES Y VIOLENCIAS (más apuntes sueltos)


            Como en anterior capítulo, nos detenemos a hacer una reseña de los datos de que disponemos, esta vez referentes a las lesiones físicas que han sufrido los niños de Magallanes, ya sea accidentales o como víctimas inocentes de violencias entre adultos. No se puede, especialmente en el segundo caso, separar tajantemente el daño físico del psicológico, y este último suele ser más acentuado cuando el niño no entiende el motivo por el cual recibe castigos tan inmerecidos, si vale la expresión, puesto que nunca ningún niño ha sido merecedor de castigo físico. Ojo, que nos referimos al castigo propinado con saña y con evidente intención de causar daño, sin importar las secuelas ni medir las posibilidades de que éste  derive en la muerte del menor. Todos hemos recibido un coscorrón en cuanto niños, o lo hemos propinado en cuanto padres, con afán correctivo y Dios nos libre de una sombra de intención de dañar. El que no lo haya hecho, que rasgue las vestiduras que quiera. 

            Comenzamos con las víctimas del ominoso Motín de los Artilleros, acaecido el 12 de noviembre de 1877, en que la primera víctima de los amotinados fué el Capitan de Artillería don Pedro Guilardes, a quien asesinaron cobardemente en su dormitorio al lado de su esposa e hijos, que habian tratado de interponerse entre él i sus asesinos[1].
Del gran incendio forestal de febrero de 1894, que abarcó desde la ribera norte del río de la minas hasta Río Seco, fueron rescatadas familias con varios niños que presentaban mayores o menores lesiones, que si bien escaparon milagrosamente de una muerte horrible, se encontraban poco menos que desnudos y sin fuerza para moverse: Federico Arenas, su esposa Petrocinia Meneses y dos hijos. Silverio Montecino, su esposa Clorinda y una hija. Emilio Rosenfeldt, su esposa y un niñito de un mes. También fueron rescatadas otras personas adultas.
            Temiendo ser sorprendidos por las sombras de la noche, los bomberos resolvieron no esperar los carros y cargando en ancas de sus cabalgaduras parte de los ménos maltratados é improvisando camillas para los otros emprendieron de prisa su viaje de regreso, ayudados mui luego por los demas compañeros que con carros y caballos venian abriéndose camino en el bosque. No habiendo por entonces hospital, los heridos fueron atendidos parte en la casa particular del Gobernador y de otros vecinos y parte en el Cuartel de Policia.
            No hay registro de le gravedad de sus lesiones y quemaduras, pero al menos algunos sufrieron perjuicio en sus vías aéreas: Casi todos ellos han sufrido posteriormente serias afecciones al pecho y á los ojos que los dejarán postrados en cama durante algún tiempo[2].
            Aunque parezca extemporáneo, la colonia no estaba exenta de desgracias derivadas del tráfico vehicular:
            En la mañana del Mártes pasado una carreta que conducia Luis Friedly atropelló frente al rio de las Minas al niño Jose Delfino Barria, de 5 años de edad y ciego de nacimiento, pasándole una de las ruedas por la cabeza, y matándolo en el acto.
            Del cadáver del niño se hizo cargo Maria del C. Barria; Friedly fué conducido á la policia para que esplicara ante el Juzgado el hecho[3].
Estas violencias que dañaban tanto a los niños, involuntarias como fuesen, dejaban como dejan hoy, cicatrices imborrables en el espíritu, si no en el cuerpo. Un accidente, una mutilación, una llaga perenne, acompaña por el resto de su vida a quien la sufre durante su infancia. Un niño que no entiende el motivo por el cual se le inflige daño físico, ya sea a él mismo o a su hermano, amigo o incluso a un desconocido entre sus pares, aunque con el tiempo llegue a analizarlo y racionalizarlo, nunca lo podrá borrar del todo de su memoria.
Siendo el trabajo infantil una violencia en sí mismo[4], estaba expuesto también a los accidentes del oficio. Se exhortaba en 1896 a los dueños de aserraderos a que tuvieran en sus establecimientos los medios para proporcionar los primeros auxilios a los lesionados. Estas reflexiones nos las trae el hecho de haber visto últimamente un muchacho con una herida insignificante en un dedo, pero infecta y sucia, ocasionada en un aserradero.(…) Cada aserradero, nos decia un discípulo de Esculapio, deberia tener unos cuantos litros de agua fenicada, un paquete de gaza iodoformada, una ó dos libras de algodon puro ó fenicado y un par de docenas de vendas de distintas calidades y gruesos[5].




[1] R. Vera. Op. cit. Pág. 216.
[2] Periódico “El Magallanes”, 25 de febrero de 1894.
[3] Periódico “El Magallanes”, 10 de marzo de 1895.
[4] Ver capítulo XV.
[5] Periódico “El Magallanes”, 9 de junio de 1895.

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