Llegados á Punta Arenas fueron desembarcados y
alojados en el galpón próximo al muelle.
El traje que traian era de lo mas primitivo, pues
apénas se cubrian con una capa de pieles de guanaco que solo les protejia la
espalda. Los niños estaban completamente desnudos[1].
Un buen número de ellos fue conducido hasta la casa
de la Gobernacion donde se les distribuyó ropas viejas y frazadas enviadas por
las familias de Punta Arenas.
Por su parte el gobernador habia hecho comprar un
buen número de frazadas ordinarias para repartir á los infelices indios.
Era digno de ver como cambiaban de ropa en el medio
de la calle, pisando sobre un pavimento de hielo y bajo una fina lluvia.
Los hombres se veian en amarillos aprietos para
ponerse pantalones y pedian al que estaba mas cerca que se los abrocharan. Unos
metian los brazos en las piernas de los pantalones y otros querian usar las
chaquetas como pantalones, metiendo las piernas en las mangas.
Algunos se ponian una enagua ó vestido con la
cintura al cuello, de modo que parecían un paraguas cerrado.
En cuanto á las mujeres, éstas no aceptaban sino
frazadas para reemplazar sus cortas y sucias capas.
El hecho es que al cabo de una hora volvian á su
alojamiento con las mas ridículas figuras que pueden verse.
Algunos indios iban transformados en verdaderos y
elegantes dandys, con pantalon, chaqué, sin camisa y un
viejo tongo en su cabeza á cuyo contorno les colgaban sus lacias mechas. Lo que
mas les molestaba era no poder abotonar el marrueco.
Vimos algunos indiecitos muy orondos vestidos con un
simple chaleco y lo demas de su cuerpo al aire libre. Otros con solo la camisa.
Uno habia con botas, camisa y sombrero haciendo pininos como poco habituado al
calzado[2].
No sabían leer,
los sélknam, lo que los salvó de enterarse de estas crueles mofas. Mal paradas,
en todo caso, quedaban las autoridades que permitieron estos atropellos a la
dignidad de los aborígenes en cuanto seres humanos.
Y continuaba el
relato:
Una vez instalados en el galpon cada familia formó
su pequeño circulo en cuyo centro encendieron un pequeño fuego para abrigarse.
Se les distribuyó carne y era de ver el apetito con que la comian. Despues de
pasar sobre la llama ó enterrar en el rescoldo por un instante un trozo de
carne, lo comian a puro diente como los perros. (…) Hemos visto niños comer con
verdadero entusiasmo trozos de grasa enteramente fria y cruda.
Se les puso un barril de agua, pero al principio
talvez por desconfianza, preferían salir a la calle y echarse de bruces sobre
el arroyo y beber allí como animales.
En cuanto á las otras necesidades de la vida las
satisfacen cuando y como quieren, sin preocuparse absolutamente del público que
los rodea.
(…)
Son inteligentes y mas que todo mui astutos.
Recorren las calles de Punta Arenas y al parecer
nada les llama la atencion, salvo las carnicerías. Frente a ellas contemplan
con amor las carnes y á mas de alguno hemos visto hacer su pequeño robo.
El Miércoles y Juéves se ha hecho distribucion de
niños y algunos adultos entre las familias de Punta Arenas, pero siempre con el
consentimiento de sus padres.
¡Qué falsedad!
¿Quién podría creer que los sélknam, tan apegados entre sí como familias,
podrían consentir que les separaran de sus hijos pequeños? Como quien les quita
sus cachorros a una perra, los niños se entregaban a las familias de colonos
que quisiesen recibirlos, cada cual según su interés: adoptados, como
sirvientes, o como mascotas. Más verosímiles nos resultan las versiones que a
continuación se exponen.
En efecto, el
gobernador Manuel Señoret y sus consejeros, convencidos de que los intereses de
los salesianos eran más mercantilistas que evangelizadores y civilizadores, y
ante la magnitud del problema que significaban los sangrientos enfrentamientos
en Tierra de Fuego entre los empleados de las estancias y los indígenas[3], planteaba
llevarlos directamente, en calidad de trabajadores, a donde hubiese empleo,
para civilizar sin evangelizar. Fue así como, sin importar el hecho de que
muchos de ellos ni siquiera tenían el concepto de lo que era trabajar para un
patrón, en lugar de ser llevados a Dawson fueron encerrados en corrales[4] en Punta
Arenas, donde fueron rematados y llevados a trabajar a estancias y aserraderos[5] [6]. Las familias
eran disgregadas, algunas mujeres quedaban solas o con sus hijos, y otros niños
eran arrancados de la protección de sus padres para ser entregados a familias
de puntarenenses que se prestaban para ello. Sobre lo ocurrido escribía un
testigo al diario conservador “El Chileno”: …
en medio de las escenas más desgarradoras que he visto o espero ver en mi vida.
(…) Al comprender que les arrebataban a sus hijos, los indios salieron de su
habitual serenidad y dócil placidez y dando gritos horribles con ademanes
desesperados, trataron de defender a sus criaturas. Cada niño arrebatado
originaba una escena. La madre se echaba sobre su hijo defendiéndolo con su
cuerpo, mientras el padre con la expresión de todas las furias en los ojos,
dando aullidos que daban pavor, se lanzaban sobre los que le robaban su niño,
atacándolos con las manos, los dientes y
las uñas…[7] Como consecuencia de estas prácticas se impuso la “moda” de que las familias más
pudientes acogieran a un niño selk´nam (…) Aparte del cambio en la vestimenta,
alimentación, habitación y forma de vida, su acrecentada predisposición para
todo tipo de enfermedades tuvo consecuencias nefastas. En especial la tos
convulsa y el sarampión han hecho estragos, y han causado la muerte de muchos;
otro tanto ha hecho la tuberculosis pulmonar. Todas estas familias bien
intencionadas, sin excepción, tuvieron las mismas experiencias infortunadas con
estos niños[8].
Vale decir, todos
ellos murieron durante la infancia.
[1]
Información sobre la tolerancia al frío de los niños aborígenes en el capítulo
I.
[2]
Periódico “El Magallanes”, 11 de agosto de 1895.
[3]
Que no era el caso del grupo en cuestión.
[4] Y
no en abrigados galpones como pretendía hacer creer “El Magallanes”.
[5] F.
Aliaga. Op. cit.
[6] M.
Orellana. Op. cit.
[7]
Citado por F. Aliaga. Op. cit.
[8] M.
Gusinde. Op. cit.
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